Por Luciano Monteagudo La
representación de la figura humana en los límites de su disolución fue el tema
fundamental, excluyente de la pintura de Francis Bacon (1909-1992) y en este sentido El
amor es el diablo parece guardar una fidelidad esencial con ese cuerpo de obra. El film de
John Maybury (un cineasta proveniente de las filas de Derek Jarman) está planteado como
un crudo retrato de Bacon en su intimidad, un poco a la manera de los famosos trípticos
con los que el artista ponía en escena su propia figura y la de su círculo de amigos,
entre quienes estaba George Dyer, que fue su amante y su principal modelo desde mediados
de los años 60 hasta su muerte por sobredosis de barbitúricos, en 1971.
Es a partir de aquella instancia crucial en la que Dyer agoniza solo en un cuarto de
hotel al mismo tiempo que Bacon recibe todo el honor y la gloria de la inauguración de su
consagratoria retrospectiva en el Grand Palais de París-. que El amor es el diablo va
reconstruyendo los lazos de esa relación que dejaría marcas indelebles en la pintura del
artista británico. El film (que reconoce como única fuente documental una biografía de
Daniel Farson, quien compartió algunos de los momentos en la vida de Bacon) se remonta a
una noche de 1964, cuando Dyer, un ratero de los suburbios de East End de Londres, se
cuela en el atelier del pintor y literalmente irrumpe en su vida. Ignorante por completo
de quién es Bacon y del valor de su pintura (¿Realmente vivís de esto?, le
pregunta azorado ante algunos de sus cuadros), Dyer se deja seducir por ese mundo extraño
y desconocido del arte, del cual él ni siquiera sospechaba su existencia.
Alrededor de estos dos hombres, trenzados en una relación que es tanto física como
social, Maybury va creando todo un mundo propio, claustrofóbico, un poco a la manera de
los cuadros del propio Bacon, en los que sus figuras agónicas, con los rostros
distorsionados por la violencia expresiva del artista, dan cuenta de una profunda angustia
interior. Las únicas manifestaciones de aquello que pueda llamarse el mundo exterior
tienen lugar en la barra del legendario Colony Club de Londres, donde Bacon se codea con
los intelectuales y artistas de su época -.el pintor Lucian Freud, el escritor Jeffrey
Bernard, el fotógrafo John Deakin.- ante quienes Dyer se siente expulsado y humillado.
Tal como lo describe El amor es el diablo -.con cierta frialdad, sin condescendencias.,
Bacon era un masoquista puertas adentro, pero un consumado sádico en público, capaz de
infligirles a su modelo y amante las peores mortificaciones.
Es una pena que Maybury -.a quien los herederos de Bacon le negaron la reproducción de
sus cuadros en el film-. se haya dejado tentar en más de un momento por el camino más
fácil, por el abuso de reflejos y lentes deformantes que evocan los ya clásicos gestos
desgarrados de la obra del pintor. De este director formado bajo la sombra del Jarman de
Caravaggio y proveniente del cine y el video experimental (algunos de sus trabajos en este
campo pudieron verse unos años atrás en una muestra enviada por TheBritish Council),
podía esperarse quizás un trabajo menos convencional, más elaborado en su relación con
el lenguaje. No es el caso, pero aun así El amor es el diablo es un film que tampoco se
resigna a los clichés de tantas biografías de gente famosa, que especulan con las
virtudes públicas y los vicios privados. En todo caso, antes que el artista a Maybury le
interesa el hombre y en este sentido su película cuenta con una magnífica
interpretación de Derek Jacobi (el recordado protagonista de la serie Yo,
Claudio), que ofrece una composición siempre intensa, plena de matices, en la que
no cuesta reconocer al propio Bacon cuando se veía reflejado de la manera más impiadosa
en su propia pintura.
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