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Una gran cantante es poco para sostener un concierto

Madredeus saltó a la fama con un film de Wenders. El grupoportugués debutó en la Argentina y demostró que, salvo por TeresaSalgueiro, lo suyo es como una música de película sin película.

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En el límite con la new age, Madredeus sólo aburre.
La única que despega es la excepcional Teresa Salgueiro.

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Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) Más cerca de las cantigas que del fado y más cerca de la new age que del riesgo estético. En ese territorio, Madredeus explaya sus virtudes y sus pobrezas. Por un lado, la maravillosa voz de Teresa Salgueiro, una cantante de timbre bellísimo y capaz de manejar los matices, de elegir la amplitud del vibrato (o su ausencia) y de frasear con expresividad. Por otra parte, el grupo propiamente dicho: temas muy similares entre sí, tratamientos planos, falta de imaginación en los arreglos y la total carencia de variedad en la instrumentación. Los cuatro instrumentos tocan siempre juntos. No hay dúos, tríos ni solos. El sintetizador se limita a hacer los acordes, como si se tratara de una orquesta anémica, la guitarra baja hace los bajos, la segunda guitarra hace arpegios y la principal puntea. Las secuencias instrumentales entre estrofas no agregan material nuevo y se ciñen a la repetición por el sintetizador o la primera guitarra de la melodía que antes estuvo en la voz de Salgueiro. Con esos elementos, el grupo más popular de Portugal se presentó en Buenos Aires por primera vez. No resulta extraño que parte de su fama se deba a la participación en Historia de Lisboa, el film de Wim Wenders. La música de Madredeus transita con comodidad por ese lugar común de mucha de la música para películas que se produce en la actualidad: la ambientación blanda y sin contenidos propios. En efecto, ésta es una música para películas pero sin película. O, tal vez, una música ideal para prender velitas, tomar vino y colocar de fondo. Pero difícilmente algo capaz de ocupar el centro de la escena.Un concierto de Madredeus es, entonces, una especie de contrasentido. Salvo por el magnetismo innegable de la cantante, el clima de ensoñación que produce su música con frecuencia cae peligrosamente del lado del sueño a secas. Todo es más o menos agradable. No hay agresión. Las melodías son lindas y a nadie podría molestarle demasiado el sonido de tres guitarras. Pero ahí termina todo. Lo que Madredeus ofrece es bien poco. Apenas un look vagamente étnico, vagamente estático y vagamente meditativo. Ni las letras son grandes poesías (más allá de lo que declare el líder del grupo, el guitarrista Pedro Ayres Magalhâes en el sentido de que lo suyo es “poesía cantada”) ni las músicas son demasiado sorprendentes. El punto álgido, de todas maneras, es el sintetizador. Independientemente de la falta de aprovechamiento de las posibilidades que dan cuatro instrumentos en relación con las texturas y densidades, el desperdicio del sintetizador es francamente alarmante. A esta altura del partido poner en el escenario un instrumento de esas características para que haga de mala orquesta de cuerdas, de campanas, de una tímida arpa de boca o de flautita ostensiblemente falsa, es por lo menos anticuado. Con poco más, Madredeus podría ser un muy buen grupo. Con algo de osadía en los arreglos y apenas un toque de inteligencia en los desarrollos formales, podría tratarse de canciones hermosas. Con un algo de riesgo, podrían ser más que agradables proveedores de agradable música de fondo. Por ahora, la única que trasciende esa frontera es su cantante.

 


 

GATTI Y LA ROYAL PHILHARMONIC
El momento de la música

t.gif (862 bytes) Danielle Gatti es uno de los directores jóvenes más importantes del momento. Y este viernes y sábado estará en Buenos Aires, conduciendo la Royal Philharmonic Orchestra, el organismo fundado en 1946 por Sir Thomas Beecham. “El momento anterior a dar la entrada, cuando la batuta está en el aire, es en el que se define toda la música”, explica. “Allí se establece la conexión mental y espiritual con el público y con los músicos; allí se conquista (o no) al estado de gracia.” Director de versiones notables de los poemas sinfónicos de Respighi, de Mahler y Bartok, en estos dos conciertos –en el Colón y para el ciclo Harmonia de la Fundación Cultural Coliseum–, interpretará la Obertura de Tannhäuser y Preludio y Música para el Virnes Santo de Parsifal, de Richard Wagner, y la Sinfonía Nº 4 de Anton Bruckner (el viernes) y la Sinfonía Concertante en Mi Bemol Mayor, K 364, para violín, viola y orquesta de Wolfgang Amadeus Mozart y la Sinfonía Nº 9 de Gustav Mahler.

 

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