Por Cecilia Hopkins El
hombre mismo es una paradoja, una realidad irracional, solía afirmar el dramaturgo
suizo Friedrich Dürrenmatt. Muerto en 1990, su obra vino a renovar el panorama del teatro
en lengua alemana, dominado por la mediocridad literaria que imperó durante el período
nazi. Pero no propuso en ella, como sí hizo Brecht, ninguna respuesta relativa a cómo
operar el cambio de rumbo que la sociedad europea estaba necesitando: Me atraen más
las paradojas y conflictos de nuestro mundo afirmó que los posibles caminos
para salvarlo. Y encontró en la comedia .-lo farsesco, lo irreverente, el humor
negro, incluso el mejor medio para manifestar la desesperación del hombre
actual.Entre el existencialismo y el absurdo, Rómulo Magno fue escrita por Dürrenmatt en
1949, siendo la primera de sus obras que se estrenó en Buenos Aires, en 1960. El director
Gabriel Szulewicz acaba de dar a conocer una nueva puesta de ésta, una de las
comedias trágicas más conocidas del autor suizo. A punto de derrumbarse el
Imperio Romano a causa de la invasión de los germanos, Rómulo Magno vegeta en sus
dominios entregado por entero a la cría de gallinas. Su plan consiste en no hacer nada
para demorar lo que para él resulta inevitable, ni siquiera para impedir su muerte a mano
de los extranjeros. Se trata de un personaje extravagante y pusilánime, con un
contradictorio nivel de análisis de la realidad, rodeado de una corte de colaboradores
necios y serviles. El espectáculo da comienzo con los actores formando un friso inmóvil
que sintetiza en una imagen la naturaleza general de los personajes. Sin embargo, el
desarrollo posterior de la obra no tiende a la síntesis sino a la exposición demorada y
prolija del texto, sin demasiados aciertos de ritmo y climas. Automatizadas y literales,
las actuaciones resultan poco vigorosas en unos casos, forzadas y solemnes en otros. La
puesta, en suma, no alcanza a revelar el cinismo y la ambigüedad de Dürrenmatt, base de
su compromiso crítico y de su particular sentido del humor.
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