El partido
se disputó dentro del marco del mayor de los absurdos: el mismo encuentro servía para
dos competencias. En las dos, River corría de atrás: por el Grupo A de la Mercosur,
jugaba la penúltima fecha y estaba a seis puntos de los brasileños escoltas del
Palmeiras; por la segunda final de la Recopa Sudamericana de 1998, estaba 0-2 abajo,
resultado obtenido en Belo Horizonte la noche que Ramón Díaz se enteró prácticamente
en el túnel de que ese partido era válido para una copa olvidada... Con esos
antecedentes, más la abrumadora mayoría de suplentes en ambos equipos, nada presagiaba
que el encuentro pudiera tener ni importancia ni demasiada seriedad: a River le
importaban, mucho más que estas dos sobras de esperanza, el Apertura en el que está
puntero.Y el primer tiempo resultó, excepto en las brusquedades, liviano. Dos equipos
largos, que no encimaron en el medio y tuvieron espacios para maniobrar. Pero sólo
Cruzeiro lo hizo con criterio. Sobre todo en la primera mitad de la etapa. Llegó con
facilidad no demasiado, es cierto cuando los volantes aceleraron y Giovanni,
que por algo es el goleador del campeonato brasileño, se mostró como alternativa de
definición. Justo antes de cumplirse los veinte, Giovanni aprovechó el desacople en la
salida de los defensores de River y tuvo todo el tiempo para definir sobre Bonano. El
cierre desesperado de Acosta no alcanzó.River sólo inquietaba a través de los arrestos
personales de Cuevas, que fue el mejor: pegó un disparo en el travesaño, le regaló una
oportunidad de gol clarísima a Cardetti que no supo. El delantero estuvo particularmente
alterado después de eso, repartiendo patadas voladoras... Hasta el final del período
sólo cupo apuntar un tiro de Ramos que se fue muy cerca y dos limpias contras del
Cruzeiro que pudo volver a anotar.Cuando volvieron todo pareció de vértigo: Castillo
debutó con chanfle al segundo palo y enseguida, mientras River apuraba, las expulsiones
de Chris y Gancedo, y Trotta al ratito. Así, mientras River empujaba desguarneciéndose,
Cruzeiro esperaba y de contra llegó dos, tres, cuatro veces al mano a mano ante un
heroico Bonano: Alex Alves protagonizó casi todas esas llegadas con jerarquía. Hasta que
sobre el final los brasileños sacaron las diferencias amplias: penal del pibe Garcé que
convirtió Marcelo Ramos y la estocada final de Gustavo. Castillo seguía intentando,
hasta el final, rabonas y caños. Algún consuelo tenía que haber. |