Por Hilda Cabrera Quizás no se los pueda
calificar hoy de irreverentes, pero aún mantienen la fama de ácidos bromistas a costa de
una realidad y un arte que recrean sin solemnidad. Los trabajos de Els Joglars no dejan
indiferente al espectador ni a quienes les sirven de inspiración, a menudo personajes de
la vida pública o instituciones. Es probable que no haya intocables en el imaginario del
director catalán Albert Boadella y sus juglares, habituados a hacer befa, desquitarse y
poner en su lugar a los políticos que nos consideran ilusos, como aclaró el
director a Joan de Sagarra en un libro compilado por Angel Berenguer, estudioso del teatro
europeo. Fundada en 1961 por Boadella, Carlota Soldevila y Anton Font, la compañía es
parte de la historia social y artística de España, y particularmente de Cataluña.
Todavía se espera que el grupo sorprenda al público en las presentaciones que hará
mañana y el domingo en la Sala Martín Coronado del TGSM (a las 20.30) con su nuevo
espectáculo, Daaalí (escrito así, con ese alargue que le imprimía el pintor y escultor
Salvador Dalí al pronunciar su propio nombre). Como otras importantes figuras invitadas
al Festival Internacional de Buenos Aires, Boadella no acompañará esta obra, estrenada
en Madrid el 10 de setiembre. Se dice que tiene fobia a los aviones, y que esta vez no la
pudo superar. Daaalí quiere ser una puesta sobre el delirio creativo del
pintor, y es parte de una trilogía que completan Ubú President (una referencia al
presidente de la Generalitat gobierno catalán Jordi Pujol, y una
apología de la mediocridad), y La increíble historia del doctor Floit y
mister Pla (trabajo que gira en torno del mítico independentista Josep Pla e intenta ser
un elogio a la sensatez). La documentación para este trabajo ha sido reunida
por Montsé Collazos, y las interpretaciones están a cargo de Ramón Fonserè, Jesus
Agelet, Xavier Boada y Dolors Tuneu, entre otros. Se trata de una cabalgata por el siglo
XX, en la que se destacan determinados acontecimientos, personalidades y mitos. Todo
radiografiado por la mirada Dalí-Els Joglars. Una propuesta ambiciosa en un grupo que, si
bien recibe apoyo institucional, dice mantenerse al margen de la oficialización de
la cultura, asunto sobre el que ironizó en El Nacional. La expectativa ante la obra
es avalada por la propia historia de Boadella, quien supo de prisiones y excomuniones. Por
La Torna, un espectáculo de 1977, considerado ofensivo para los militares, lo apresaron
en enero de 1978, en una España posfranquista poblada de exiliados y emigrados
sudamericanos que creían haber llegado a un mundo de libertades. Y si bien hubo
solidaridad internacional, Boadella logró su libertad mediante un ardid. Estando preso,
dijo sentirse enfermo y lo internaron en el Hospital Clínico de Barcelona. De allí se
fugó para cruzar a Francia. Parte de su elenco también conoció las rejas, pero fueron
absueltos poco después debido a la presión internacional. La compañía se rearmó en el
exilio, estrenando M-7 Catalonia en Perpignan, una obra que sitúa la acción entre el
2000 y el 2001, y muestra a unos catalanes viejos, convertidos en piltrafas, dispuestos a
participar de una conferencia sobre lo que fue la antigua Cataluña, nada más
que para mejorar un poco sus destartaladas viviendas. Otra propuesta polémica fue
Teledeum, estrenada en 1983 en Alicante. En esta comedia de sotanas y
casullas, los comulgantes tomaban un líquido rojizo, el catsupchrist.
Se trataba del ensayo de una celebración religiosa oficiada por representantes de
diferentes credos, durante la cual se sucedían todo tipo de enfrentamientos, siempre por
motivos banales. Esta necesidad de ficcionalizar actos públicos es una constante en Els
Joglars. Otros ejemplos son Virtuosos de Fontainebleu (1985), una ácida mirada sobre la
voluntad integradora en Europa, y Olympic Man Movement, unmitin de corte neofascista en
una sociedad en la que se impone la prepotencia del mundo del deporte. También Gabinete
Libermann, una sesión de terapia. Tildado de antirreligioso, Boadella se ha metido con el
Papa, pero a su manera, bromeando, como lo ha hecho respecto de los fastos que
conmemoraron el Quinto Centenario de la Conquista. En Yo tengo un tío en América (de
1991/2), realizada con dinero oficial, ironizó libremente sobre el tema, llevando la
historia al nivel de la locura onírica. La acción se desarrollaba en un manicomio,
disparando contra los que miden el valor de una civilización según la propia vara. La
obra avivó enconos en España, entre otros motivos por el descaro de metamorfosear a la
directora del manicomio como si se tratase de Isabel la Católica, pero con el rostro de
la reina Sofía, y adosarle .-como música de fondo el republicano Himno de
Riego. Sin embargo, visto con ojos sudamericanos, Boadella no era allí el mismo.
Aunque sus históricos detractores no lo advirtieran, el director apuntaba más allá de
España y confortaba las almas de algunos de sus compatriotas. Decía entonces que su
propósito era provocar una catarsis en los espectadores que padecen un complejo de
culpa histórica injustificado. A su entender, aquellos conquistadores malos eran
los antepasados de los americanos modernos y, por lo tanto, los nuestros
(¿los buenos?) eran los que se quedaron (obviamente en España). El director
escurría el bulto y dejaba que los iberoamericanos (entonces también
cuestionadores de la celebración del descubrimiento) lo discutieran en familia.
Sardónicos y festivos, Els Joglars y su grupo incursionaron por esa época en televisión
con una serie de humor, Orden especial, donde se mostraban personajes de muy
diferente cuño: el sobón, el cura progre, el macho ibérico, el
tránsfuga... El carácter iconoclasta de la compañía generó espectáculos abiertos a
la polémica, desde el inaugural El diari, donde .-según los especialistas la
compañía rompió con la tradición arcaica del mimo (disciplina en la que se habían
formado sus fundadores). La dramaturgia de esta obra de comienzos de la década del 60 era
modificada en consonancia con el grado de peligrosidad del censor que
descubrían entre el público. De entonces hasta hoy, el grupo ha logrado a través del
teatro transformar la broma y conservar su identidad, aferrado a un humor corrosivo que
genera controversia, dentro y fuera del teatro. En Yo tengo un tío en América, por
ejemplo, uno de los personajes comentaba maliciosamente que los andaluces comenzaron con
el baile en 1492 y todavía no han parado de bailar. Bastante antes, una
salida de Boadella pintaba al grupo: la ocurrencia (no concretada) de montar un Hamlet con
actores borrachos de cerveza, porque sólo así podría creerse la escena que muestra al
célebre príncipe sosteniendo la calavera.
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