Por Luciano Monteagudo Allá por 1968, El affaire de
Thomas Crown fue una de las películas más populares de su época, uno de esos hits de
Hollywood que logran perdurar en la memoria colectiva de una generación por causas
concurrentes, que en aquel caso fueron varias. El impacto que causó en su momento la
pareja protagónica Steve McQueen y Faye Dunaway fue considerable, pero
también cierta fantasía de sofisticación que parecía trascender la trama policial
dirigida con agilidad por Norman Jewison, un realizador a quien habitualmente le suelen
pesar bastante las manos. Por aquel entonces no había quien no tarareara la pegadiza
canción Los molinos de tu pensamiento, de Michel Legrand, que servía para
abrir la película, y el público y la crítica quedaron sorprendidos por la utilización
de una novedad -.que pronto caería en desuso llamada split screen, la
pantalla dividida, un recurso pionero del sistema Windows que permitía apreciar
simultáneamente situaciones diferentes o múltiples puntos de vista de un mismo hecho.
Sobre aquel antecedente, el director John McTiernan .-uno de los artesanos más eficaces
con que cuenta hoy Hollywood-. hizo ahora este remake que viene a desmentir aquello de que
nunca segundas partes fueron buenas. Hay que reconocer que Pierce Brosnan y René Russo no
tienen, la personalidad de McQueen & Dunaway, pero por lo demás casi se diría que
esta nueva versión es superior al original. En principio, el guión de Leslie Dixon y
Kurt Wimmer, sin apartarse demasiado del de Alan Trustman, ofrece una mayor complejidad de
giros narrativos y se las ingenia para adaptar la sofisticación de entonces a los tiempos
que corren. El multimillonario Thomas Crown no roba ahora el tesoro de un banco sino un
valiosísimo Monet de la colección permanente del Metropolitan Museum de Nueva York. Y si
en el original McQueen alegaba como motivo de su robo una confusa rebeldía contra
el sistema (sic), ahora el nuevo Thomas Crown lo hace todo más franco y más
cínico: roba para divertirse. En una y otra versión, la investigadora que sigue el caso
no puede dejar de sentir el vértigo y la seducción que emanan de su presa, pero ahora el
personaje que compone Russo se plantea más conflictos que los que afectaban a Dunaway
(que a la manera de un homenaje al original, hace una aparición especial como ¡la
terapeuta de Crown!). Nada de esto, sin embargo, determina el interés del remake sino
otro factor, excluyente: la destreza de McTiernan como narrador, el ritmo suave y elegante
que le impone a su película, la habilidad con que sabe jugar al gato y al ratón sin que
se note la frivolidad del affaire de Crown. Hay una ligereza en el tono, una levedad
aérea en el uso de la cámara (particularmente en las secuencias del museo), una fluidez
en sus cortes de montaje que no siempre eran evidentes en su cine anterior, más
musculoso, desde Duro de matar hasta la reciente Trece guerreros. Aquí da toda la
impresión de que el hubiera buscado su inspiración en la recordada secuencia del
planeador, mientras surcaba las nubes tarareando la vieja melodía de Monsieur Legrand.
|