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OPINION

Dicen que soy presidente

Por J. M. Pasquini Durán

De instrumentos auxiliares, las encuestas han pasado a ser veredictos terminales, a pesar de algunos yerros notorios como el último en Tucumán a “boca de urna”. Igual que la mayoría dena04fo02.jpg (5457 bytes) los políticos, Eduardo Duhalde se deja llevar por ellas, lo mismo que sus asesores importados, más sensibles al subibaja de las estadísticas que a las voces populares. Hoy en día, los más notorios encuestadores le bajaron el pulgar al gobernador del principal distrito electoral, como si el escrutinio ya estuviera terminado. Ninguno de ellos cree que el rival de Fernando de la Rúa pueda descontar la diferencia que lo separa de la Alianza en el tiempo que falta, apenas un mes, para las elecciones del 24 de octubre. Algunos predicen que hará la peor elección en la historia del justicialismo y poco falta para que reaparezcan las habladurías sobre la maldición que clausuró, desde hace un siglo, el tránsito a la Casa Rosada de los gobernadores de Buenos Aires.

Cuando se escriba la historia menuda de esta competencia, el homicidio múltiple en Villa Ramallo figurará, con seguridad, como un motivo determinante para que la carrera haya terminado antes de tiempo. Del mismo modo, en la historia de las costumbres nacionales no podrá estar ausente de los recuentos la contundente definición de Zulema Yoma –”Yo aborté”– como parte de uno los legados culturales más importantes del siglo que se va, el avance de los derechos de la mujer sobre su propio destino. En la coyuntura actual, son dos datos indispensables para el análisis político más inmediato. Sin embargo, la victoria de la Alianza o, para decirlo mejor, la derrota del menemismo, obedece a razones más largas y más hondas que esos episodios, aun reconociendo todo el peso específico de ambos.

na04fo01.jpg (5707 bytes)Lo cierto es que los directorios económicos y sociales empiezan a imaginar el futuro a partir de la instalación de esta Alianza en el Poder Ejecutivo. Sin necesidad de encuestas, con los simples datos de la vida cotidiana, es posible detectar algunos sentimientos populares que clausuran esta década. Hay indignación por la calidad de vida degradada (empleo, seguridad, educación, salud y otras estrecheces), hay asco por la impunidad de los bandidos (desde los terroristas de Estado a los coimeros y violadores de tumbas), hay hartazgo por el ajuste interminable que no hace más que fabricar miseria, y hay una revaluación, inédita en la memoria argentina, de la legalidad democrática, debido a la irradiación del esfuerzo realizado por el movimiento de los derechos humanos en pro de la verdad y la justicia. No hay, en cambio, grandes expectativas de transformaciones esenciales, si se compara con las que hubo en 1958 con Frondizi, en 1973 con Cámpora-Perón y en 1983 con Alfonsín, entre otras razones porque está quebrada la confianza en las representaciones políticas.

Si esta percepción es adecuada, son sentimientos positivos para un gobierno renovado. La relación, tal vez, no sea tan lineal ni automática, debido a por lo menos dos factores que contrapesan: 1) la situación postelectoral del peronismo. y 2) la capacidad de sobrevida del modelo ultraconservador. Por lo pronto, la bipolaridad partidaria ya es un hecho (encogiendo, de paso, las chances de Domingo Cavallo) y el derrotado tendrá en el cálculo de probabilidades más del 30 por ciento de los votos, la mayoría de los gobernadores, el Senado y, por ahora, el quinteto leal en la Corte Suprema. Al perder Duhalde, ¿la jefatura de esta fuerza quedará en manos de Menem o será centrifugada sin liderazgo único ni cadena de mandos? En cualquier caso, será un interlocutor muy difícil, pero ineludible, hasta necesario.

Un cambio de rumbo en la economía tendrá que vencer tres obstáculos: a) la recesión prolongada; b) la oposición, con chantaje incluido, del establishment, que amenaza la convertibilidad; y c) la decisión de la Alianza de renovar los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener fondos frescos con los que el Estado haga frente a la herencia de un enorme déficit fiscal y de obligaciones inmediatas de pago que devoran su capacidad de ahorro. No es secreto para nadie que el FMI y sus aliados locales demandan la misma contrapartida de siempre: ajuste presupuestario por todos lados, “flexibilidad laboral” a rajatabla, pago a tiempo de la deuda externa y un Estado para ricos. ¿Habrá paciencia social suficiente para soportar nuevos sacrificios? ¿Podrá un Estado austero y honesto redistribuir beneficios suficientes para calmar tantos dolores?

Aunque la humanidad busca desde siempre el método más apto para predecirlo, el futuro sigue siendo una adivinanza. También en esta oportunidad, porque no sólo pesa la voluntad de los protagonistas sino otras variables decisivas que escapan al control de todos, algunas propias y otras ajenas, en un mundo cada vez más interdependiente. Ni los que presagian la supervivencia ultraconservadora ni los que se atreven a soñar otras realidades pueden descontar desde ahora la victoria o la derrota. Ante todo, porque nadie maneja la voluntad popular mayoritaria ni decide sus reacciones últimas. Nadie controla el destino colectivo, ni el nuevo gobierno o la nueva oposición, ni las iglesias o las organizaciones no gubernamentales, ni los sindicatos o los empresarios, ni los predicadores o los medios masivos de difusión... todos influyen, pero ninguno tiene la palabra final, de antemano.

En el año 2000, no importa quién gane, habrá que barajar y dar de nuevo. Será arduo, complejo, controvertido, preñado de incertidumbres, pero, por lo mismo, singular y aun estimulante para los que están dispuestos a enfrentar la realidad sin anteojeras y con vocación de participar de alguna manera. No faltará la violencia ni el conflicto, pero no será un Estado gendarme el que podrá domesticarla. Ojalá las imágenes de Villa Ramallo atormenten el espíritu de los que mandan hasta que la convivencia pacífica, con libertad y justicia, sean la norma dominante. Para decirlo con una sonora advertencia de Perón: “El pescado siempre se pudre por la cabeza”.

Lo mismo que pasó con el siglo, que resultó más corto que en el calendario, la última década del milenio ya terminó para los argentinos. Aunque todavía no se distingue a simple vista lo que será, quedan los hálitos espectrales de lo que fue, en tono de farsa o de tragedia. El general Oviedo y el banquero Moneta, de un lado, y del otro el inolvidable Cabezas y las flamantes víctimas de Ramallo, son imágenes contrastadas de lo que pasó. Videla y Pinochet presos, la Carpa Blanca y todas las carpas erguidas por la voluntad popular, simbolizan el deseo de lo que debe ser. Una imagen más, la de Cavallo gritando desde las pantallas de la TV “yo no soy cartón pintado”, mientras profetiza que el nuevo gobierno tendrá que bajarse los pantalones delante del FMI. Hay millones de personas en el país que se han vuelto invisibles para el mercado, y a veces hasta para sus semejantes, por la aplicación cruel y dogmática de políticas aceptadas por los que antes perdieron sus calzones. Habrá que elegir el bando donde cada uno quiere estar, a través de las fronteras partidarias o de las listas de las boletas electorales. Estas decisiones son más anchas que las urnas.

A los ganadores les sobrarán amigos, pero tendrán que elegir sus enemigos. Por ahora, las fichas están sobre el tablero, todavía embarulladas, cada una pidiendo prioridad para su propio orden. No deberá sobrar ni faltar ninguna, pero no son todas iguales, ni siquiera las del mismo color. A veces, como sucede en el ajedrez, un peón movido con astucia y decisión puede ser decisivo para jaquear al rey. Asimismo, la pasión por las ideas puede ofrecer más belleza y fantasía que las drogas y el alcohol. Los que siguen con atención la evolución de las ideas en elmundo dicen que reciben señales de auroras de civilización. Habrá que esperar los nuevos tiempos con los ojos bien abiertos.

 

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