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Por Horacio Bernades Soy una adicta al sexo, y necesito ayuda, dice, solemne, una Victoria Abril que ya no está para estos trotes. En Entre las piernas, ella es Miranda, trabaja de telefonista en un programa nocturno de consulta sexual y concurre a un grupo de sexoadictos anónimos, donde intenta curar su compulsión a sacar a pasear al perro. Es que, cada vez que va a la plaza, Miranda no puede dejar de echar el ojo sobre algún desconocido que pasea a su vez su mascota, y de ahí a la cama parece haber un paso. Entre... no es un film que se preocupe por la lógica argumental. Curiosamente, hay una escena en la que Javier, que es guionista y tiene una productora de cine (Javier Bardem, siempre excelente), verduguea a un candidato a guionista que escribe unos scripts pésimos. Y a quien Javier, en una involuntaria autorreferencia al guión que lo contiene, le recuerda que la lógica argumental y el cuidado de los personajes son cosas que deberían cuidarse. El alambicado guión de Entre las piernas quiere que Javier conozca a Miranda durante aquellas sesiones de sexoterapia, porque parecería que él también padece de lo mismo. Obvio: la ex sex symbol y el potro de Bardem terminarán enganchados. Pero ese es sólo el eje de Entre las piernas hasta el momento en que los guionistas, desoyendo sus propios consejos, empiezan a sacar subtramas como conejos de la galera. Entre ellas, hay una que lleva a un crimen, y el film, que hasta entonces hacía pie en lo erótico, parecería querer encaminarse hacia un policial de esos en los que lo que importa es adivinar quién es el asesino. Pero tal vez no sea del todo así, porque a los guionistas les interesa también jugar con las apariencias, la identidad sexual, el mundo del cine y, sobre todo, con pistas falsas y simetrías que se supone deberían conducir a alguna parte. Como corresponde a un auténtico film español de los 90, Entre las piernas está fotografiada con preciosismo y filmada en formato scope, aunque daría lo mismo si no fuera así. Post-almodovariana, la trama está llena de idas y vueltas, tanto como para que el espectador se maree y crea que está viendo una película inteligente. Por ahí aparece Carmelo Gómez, que hace de marido de la Abril y confirma que es de esos actores que no necesitan de una buena película para estar siempre bien. Pero si lo que se quiere es ver una muy buena película española, es preferible Los amantes del círculo polar.
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