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Por Patricia Chaina El astillero, la emblemática novela del uruguayo Juan Carlos Onetti, tiene ya su versión cinematográfica. Dirigida por David Lipszyc -realizador de Volver en 1982 y La Rosales en 1984, que escribió el guión en sociedad con Ricardo Piglia, El astillero cuenta la historia de una venganza. El de alguna manera hoy famoso protagonista Larsen, un rufián a quien llaman Juntacadáveres por el tipo de mujeres que es capaz de reclutar vuelve a su pueblo, un lugar dominado por la presencia de un viejo astillero, para vengarse de quienes lo expulsaron y destruyeron su prostíbulo. Se trata de una película desprovista, ascética, minimalista, anticipa Lipszyc a Página/12. Desde la escenografía a la música, que está haciendo el Chango Spasiuk, pasando, claro, por el trabajo de actores. Para el protagónico, el director eligió al actor y director teatral Ricardo Bartis. Lo acompañan Mia Maestro, Ingrid Pelicori, Cristina Banegas, Ulises Dumont y Norman Briski, entre otros. Después del inicio del proyecto, en los años 80, el film atravesó varias postergaciones. Finalmente, el rodaje se realizó en agosto y setiembre de este año en el Tigre, y ya tiene un primer armado. La idea es presentarla en el Festival de Mar del Plata y estrenar en el 2000, cuenta. ¿Por qué eligió trabajar sobre este texto de Onetti? Es una novela corta, y creo que la mejor que él escribió. Me interesó filmarla en el 83 antes de realizar La Rosales y después de Volver, pero no me sentía maduro profesionalmente para encararla. Además en ese momento Onetti ya tenía proyectos para cine sobre Juntacadáveres y El astillero. Pero rechazó esos guiones y me dio la posibilidad de adaptar el libro. Lo hicimos con Piglia y lo aprobó el mismo Onetti. Ahí empezó la odisea del proyecto, que se pudo concretar recién este año. ¿Qué elementos le llamaron tanto la atención? Primero los climas, su prosa, y que era difícil traducirla al lenguaje cinematográfico. Larsen, personaje recurrente de Onetti que transita toda su obra, es atrapante. En Juntacadáveres tiene un prostíbulo, pero una ola política puritana lo expulsa de Santa María, una ciudad imaginaria que es muy difícil de captar en locaciones reales, y por eso hubo que recrearla. Pero la historia empieza cinco años después de esa expulsión. Onetti tuvo la idea de escribir El astillero en medio de Juntacadáveres. Lo terminó y siguió con Juntacadáveres, por eso es posterior a esa novela pero a su vez anterior. ¿De qué habla, detrás de la historia, El astilero? Habla del poder, de cómo ciertos personajes enquistados en el poder político se mantienen a pesar de su decadencia y de sus fracasos como seres humanos. Cada uno sabe que es imposible reconstruir ese astillero que dio de comer a la zona tanto tiempo, pero sostienen esa fantasía porque si no es el final de cada una de esas vidas. Viven, mientras la miseria se mantiene como condición del hombre. Creo que el tema estuvo vigente en el 62 cuando Onetti la escribió, en el 83 cuando me interesó filmarla, en el 99, y en el 2000 también diría Discépolo. ¿Cómo fue el trabajo con Onetti, hueso duro de roer, si los hubo? El aprobó el guión y nos dio piedra libre. Respetó nuestro trabajo. La única consulta que le hice fue cuál de los dos finales prefería, porque en su novela plantea dos. Me dijo que el primero, pero creo que va a quedar el segundo. Después de la muerte de Onetti seguimos la relación con su mujer, Dolly Muhr, que fue una de las que más apoyó el proyecto, incluso los derechos de autor los puso en la película porque manifestó que Onetti quería que se hiciera el film. Usted combina actores de trayectoria cinematográfica con otros sin esa experiencia ¿A qué obedece esa decisión? Siempre mezclo recursos actorales jóvenes con otros más experimentados: Briski, Banegas, Dumont, con Pelicori, Bartis, MiaMaestro, con la que hablé antes de que hiciera Tango, cuando hicimos el casting. Su personaje es alguien que no pertenece a esta isla de gente que vive de vender fierros viejos, y había que buscar una figura nueva. Ella nos pareció muy interesante y profesional. Ahora volvió de Los Angeles para cumplir con el plan de filmación. En los otros casos, a medida que escribimos el guión los personajes se fueron encarnando en personas reales: Dumont para el comisario, Briski para Petrus, el dueño del astillero, Ingrid como la hija loca de Petrus. Sólo el caso de Mia no respeta las características del personaje que definió Onetti, porque es más joven. ¿Cómo resultó para usted, como director, esa mezcla de experiencias actorales? Me propuse incursionar en nuevos lenguajes, sobre todo actorales, y eso está logrado. Por lo menos en el primer armado de la película armoniza la forma de actuar con la estructura planteada, los personajes transitan la historia de forma creíble. La película tiene momentos que no están en el libro pero que fue preciso construir, los momentos de soledad de los personajes, necesarios porque son personajes desahuciados y miserables. Había que humanizarlos. Lo hicimos con los actores improvisando frente a cámara, y me parece un hallazgo como incorporación de un nuevo lenguaje. Lo importante era construir el dolor frente a la frustración, porque cada uno intenta rescatar su soledad frente al proyecto fantasmagórico de mantener el astillero de Petrus, un hombre del que todos terminan siendo víctimas. Petrus representa al poder omnímodo del que siempre zafa, porque no existe Justicia capaz de detener el poder construido de esta manera, en base a la corrupción.
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