En Estados Unidos se llama literatura negra a la escrita por
negros. Como si fuera una cosa aparte del contexto, de la lengua y de la literatura misma.
Es, desde luego, otra forma de la discriminación dominante que crispa a ese país. Con
semejante criterio habría que denominar amarilla a la literatura de chinos y japoneses,
cobriza a la de autores hindúes, etc. Sería colorido pero absurdo y, obviamente,
racista. En EE.UU. hasta los escritores negros adjetivan a su literatura así. Desde otro
lugar: para subrayar una identidad con la que los blancos estadounidenses todavía no
saben convivir.
La esclavitud fue abolida, ya no hay segregación en escuelas, restaurantes y medios de
transporte, pero no pocos estadounidenses blancos siguen pensando -.y aun diciendo que sus compatriotas negros son intelectualmente
inferiores, huelen de manera particular y viven obsedidos por el sexo (en especial con las
blancas). El notable escritor negro Ralph Ellison supo describir simbólicamente tal
situación en su única novela, El hombre invisible. La invisibilidad del
protagonista-narrador es la de un hombre que existe a los ojos de los demás apenas como
un repertorio de prejuicios y proyecciones. Sólo ven mis alrededores dice de
los blancos a sí mismos, o a invenciones de su imaginación, en realidad ven todo y
cualquier cosa, menos a mí.
James Baldwin, novelista, dramaturgo, ensayista y brillante autor de Otro país, ha
explicado: Sólo en su música, que los estadounidenses (blancos) son capaces de
admirar porque un sentimentalismo protector les impide comprenderla, el negro ha podido
contar su historia en EE.UU. Es una historia que aún debe contarse de otra manera, una
manera que ningún estadounidense (blanco) está en condiciones de escuchar... Se podría
decir que en EE.UU. el negro realmente no existe, salvo en la oscuridad de nuestras
mentes. Para Baldwin, el problema radica en la necesidad del blanco de encontrar una
forma de vivir con su compatriota negro a fin de ser capaz de vivir consigo
mismo. Esa necesidad lo ha empujado a aplicar sucesivamente el espanto de Lynch o el
Ku Klux Kan, y el reconocimiento jurídico de los derechos civiles de los afroamericanos,
o ambas cosas al mismo tiempo. El espectáculo creado entre el terror y la concesión,
a la vez ridículo y monstruoso, llevó a alguien a formular la muy correcta
observación de que el negro en Estados Unidos es una forma de insanía que agobia
al hombre blanco
.Un tema recorrió con insistencia los textos y aun la vida misma de Baldwin: el
cara a cara del liberal blanco biempensante con el negro para quien esa
confrontación, cargada de condescendencia, no sólo elude su alteridad sino también el
terrible legado de la historia. Este gran escritor padeció hasta la muerte el choque
íntimo entre su deseo de una sociedad estadounidense libre de racismo y su conciencia de
que los blancos liberales, aunque profesaran idéntica voluntad, no recorrían la penosa
senda del examen de su propia historia. Para Baldwin, entonces, el negro soporta una doble
alienación: cuando el blanco lo acepta, le pide que deje de ser el negro que su
imaginario acuña y, a la vez, que no olvide qué es ser negro para un blanco. Y ambos
viajan en sentidos contrarios: Si bien el negro estadounidense ha alcanzado su
identidad mediante un extrañamiento absoluto de su pasado, el blanco estadounidense
todavía nutre la ilusión de que hay vías para recobrar la inocencia europea (de sus
orígenes), para volver a un estado en que el hombre negro no existe
.En los años 20, el llamado Renacimiento de Harlem o Nuevo movimiento
negro sacó a los escritores negros del pintoresquismo dialectal y de laimitación
convencional de los modelos en boga entre los blancos. En el ghetto negro de Nueva York se
reunían músicos, artistas y escritores que comenzaron a profundizar la exploración de
su cultura. Entre ellos, James Weldon Johnson, el poeta Countee Cullen y el inmigrante
jamaiquino Claude McKay, autor de un emocionante libro de poemas titulado Harlem Shadows
(Sombras de Harlem). Crearon en un país cuya Corte Suprema, no mucho tiempo
atrás, había concluido que la ley es impotente para erradicar los instintos
raciales y establecido una legislación separada pero igual para
justificar la segregación. Los estados solían determinar con exactitud la dimensión de
los espacios Para blancos y Para negros en los transportes y
lugares públicos. A las mediciones burocráticas se sumaba la jerarquización social
entre mulatos, cuarterones y mulatos claros característica de cualquier sistema de
apartheid.
No todos los escritores del Renacimiento de Harlem compartían una idéntica visión.
Obsesionaba a Nella Larsen, autora de dos novelas, el tema de la identidad de la mujer
negra de piel clara -.como ella misma que podía pasar por blanca. A Richard Wright,
el destino equiparable del negro y el obrero en la sociedad estadounidense. A Jean Toomer
-.un casi blanco la experiencia de ser negro. Esos buceos en la subjetividad
denuncian la complejidad del problema. No es casual que el gran poeta negro Langston
Hughes, asomado a las costas ghanesas de Africa desde la borda del mercante donde era
marinero, escribiera estas líneas: Remeros negros que cantan/ en la blanca niebla
espesa de Sekondi/ en busca de la carga/ de anclados barcos extranjeros:/ ustedes no
conocen la niebla/ en que nosotros, los tan civilizados,/ navegamos por siempre.
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