Un sector del gobierno, Corach y Roque incluidos, busca preservarse para el día después. Otro, que no tiene nada que perder, dobla y dobla las apuestas. Menem oscila entre ambos. Dos fallidos de Duda. El regreso de Alfonsín.
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OPINION Por Mario Wainfeld Fernando de la Rúa anunció, al fin, una de las primeras medidas que adoptará si llega a ser presidente. Si Lino Oviedo no abandona la Argentina antes del 10 de diciembre, el 11 lo fletará. El candidato aliancista, que ha hecho un culto de la ambigüedad propositiva, emitió un aviso concreto que --como casi todo lo que ocurre a esta altura de la campaña-- le suma sin restarle nada. En la Argentina a Oviedo no lo quiere nadie, salvo los comerciantes minoristas cercanos a su quinta. Ponerlo de patitas en la calle suma consenso acá y en el exterior: su presencia genera una tensión grave con Paraguay que complica un Mercosur también enrarecido por el otanismo (por OTAN, se entiende) presidencial que enardeció a la clase dirigente brasileña. Oviedo es una de las tantas pelotas que el gobierno de Carlos Menem dejó picando para que De la Rúa les pegue una volea y las deposite en la red del arco del atribulado Eduardo Duhalde... que no lo quiere al golpista paraguayo pero que no puede comprarse otro conflicto con el Presidente. Pero Oviedo no es principalmente un garrón para Duhalde, lo es antes que nada para Menem cuyo equipo de gobierno, de cara a la retirada, parece tener dos modelos de conducta. El primero busca irse evitando desaguisados y conflictos en los últimos tramos de la gestión, manteniendo así ciertos espacios ganados en la clase política, en la comunidad de negocios o en otras elites dispensadoras de prestigio o poder. Claramente obra así el ministro de Economía Roque Fernández, quien maneja la caja buscando complacer más a los organismos internacionales que al PJ, preservando su prestigio como administrador. También, en su estilo --en ocasiones decontracté y a menudo inimputable-- lo hace el canciller Guido Di Tella quien se pasó contradiciendo el discurso de Menem y el de Duhalde explicando que una victoria aliancista no sería un cataclismo nuclear sino una alternativa casi indolora. Con perfil más bajo, el ministro de Trabajo José Uriburu mantiene diálogos constantes, lógicos de una transición pero inusuales en la cultura política, con los aspirantes a sucederlo, incluido el aliancista cordobés Jorge Sappia. Y tal vez como nadie, obra así el ministro del Interior Carlos Corach, uno de los pocos funcionarios del catatónico sector político del gobierno que atiende el teléfono a quienes lo llaman por razones inherentes a su función. Todos tienen sus apuestas personales. La de Corach es llegar a la banca de senador, esperando que ciertos guiños reservados de radicales y frepasistas se concreten y que, cuando las celebraciones distraigan a todos, su pliego pase por la Legislatura porteña sin mayor estrépito que el que promuevan las belicistas huestes de Gustavo Beliz. Muy otra conducta eligen otros funcionarios con menos perspectivas futuras en la sociedad civil o en la política. No tienen votos, ni espacios públicos en su futuro y su nivel de prestigio cuando salgan de la Rosada tenderá a ser cero. Los dos más conspicuos son el secretario general de la Presidencia Alberto Kohan y el secretario de Planeamiento Estratégico Jorge Castro. Ellos son los abanderados de algunas jugadas a todo o nada que complican los últimos días del gobierno: Kohan la de la defensa de Oviedo, Castro la de los delirios atlantistas. Si el lector se pregunta con qué sector se alinea el Presidente la respuesta plausible sería que --fiel a la tradición justicialista-- revista alternativamente en los dos. Elige un perfil sosegado y sensato en su viaje a Estados Unidos. Hace un viaje relámpago (en prevención de papelones de su corte), saluda con decoro a Bill Clinton y dice "hasta siempre" (y no apenas "adiós") a sus colegas en las Naciones Unidas. También obró sobre seguro cuando ante crisis de gabinete reemplazó a ministros renunciantes (Erman González y Susana Decibe) por sus números dos para evitar estrépitos y saltos abruptos de gestión, variantes letales en la etapa del pato rengo: piénsese, sin ir más lejos, en Osvaldo Lorenzo, el breve. Pero Menem juega de halcón, empiojando su futuro (y no exclusivamente el de Duhalde) cuando da rienda suelta a sus fantasías o amistades o negocios personales enturbiando relaciones con los aliados del Mercosur. El ala negociadora o sistémica del Gobierno trajina más con la Alianza por ser ésta la favorita para ganar. El ala más rudimentaria le hace campo orégano a la oposición con sus torpezas (el episodio Oviedo es una mayúscula). El duhaldismo no encuentra cómo sacar algún rédito de su condición de oficialismo y esa es una de las claves de sus dificultades. El ballottage criollo El ballottage ideado originariamente para regímenes parlamentarios europeos busca posibilitar la existencia de un voto "expresivo" y relativamente disperso en la primera vuelta. Trasplantado al Sur, como ocurre con tantos cultivos, germina distinto. "En América latina la gente vota en la primera vuelta como si fuera la segunda", describió alguna vez el politólogo Guillermo O'Donnell: polariza, constituye mayorías potentes antes que equilibrios. "Terceros afuera", expresan al sufragar los sudamericanos, de una. De una sola vuelta. Seguramente existen varias razones, una es la mentalidad presidencialista. Hay, por añadidura, una tradición argentina que recuerda el consultor Rosendo Fraga: las elecciones presidenciales son plebiscitarias. Ni Juan Perón en las tres veces que compitió y ganó ni Hipólito Yrigoyen en sus dos triunfos ni Marcelo Torcuato de Alvear ni Raúl Alfonsín ni Carlos Menem en 1989 hubieran necesitado ballottage si en sus tiempos hubiera regido la Carta Magna de 1994. Ni les hizo falta a Héctor Cámpora en 1973 y a Carlos Menem en 1995, los únicos presidentes elegidos con régimen de segunda vuelta. Sólo el radical Arturo Illia habría debido recurrir a un ballottage para llegar a la Casa Rosada. Para darle raíces a esa tradición las mentes creativas de Menem y Alfonsín pactaron bajar el piso necesario para ganar sin desempate de 50 a 45 por ciento. Una cláusula amañada para favorecer al PJ que --hoy y aquí, como casi todo lo que hizo Menem no siempre adrede-- parece ser un nuevo perjuicio para Eduardo Duhalde. Perdido por perdido, Duhalde ensaya movidas por ahora tan audaces como desafortunadas. Su asesor creativo, el brasileño Eduardo "Duda" Mendonça no parece encontrarle la vuelta a la campaña. Fuentes irrefutables del duhaldismo revelan que dos de sus jugadas maestras del mes en curso fueron llevar cámaras para filmar episodios de la vida real, en vivo, procurando hacer crecer la imagen de Duhalde. Trasladaron los petates al Congreso para urdir una sesión sobre concertación que terminó en una riña impresentable entre peronistas y aliancistas casi ignotos que además, advertidos de la maniobra, chicaneaban a Duda todo el tiempo. El otro fallido de Duda no se ligó a lo patético, como el del Congreso, sino a lo trágico. Predispuso cámaras pensando transformar en publicidad televisiva el presunto rescate de Ramallo. Desde luego, tuvo que poner violín (o material filmado) en bolsa. Posiblemente el acto de River de ayer (multitudes bajo la tormenta, Duhalde lanzando consignas enronquecido en mangas de camisa, Nacha Guevara caracterizada como Evita, fuegos artificiales, banda de sonido a lo Hollywood) le permitirá buscar revancha en ese terreno. Nunca le irá peor que en Ramallo o que en su intento (que hasta Chiche Duhalde cuestionó) de llevar votos al molino del candidato peronista presentándolo como un loser. Las recetas y un retorno El ministeriable peronista para Economía, Jorge Remes Lenicov, dejó plantado al Fondo Monetario Internacional. Tamaña actitud --totalmente contradictoria con la del mismo Remes hace un par de meses cuando la intención de voto del PJ era pareja con la de la Alianza-- parece ser interpretada mayoritariamente como un poco verosímil cambio de rumbo y no como un valioso aporte a un debate político francamente hueco. En verdad, voces cercanas a Remes explican que gambeteó el convite porque no quería defender las últimas propuestas económicas de su jefe ni tampoco desairarlo. Algo que lo ubica en un rango mayor de lealtad que el que ostenta Carlos Ruckauf. La Alianza sí dijo presente y su ministeriable José Luis Machinea se llevó un paquete no por anunciado menos brutal. Los organismos internacionales y los mercados le exigen al próximo gobierno un ajuste fiscal que pode del presupuesto al menos 1800 millones para tirarle un salvavidas de 10.000 millones. Tamaña libra de carne viene acompañada por "recomendaciones" de libro de los organismos internacionales. Entre ellas, arancelar las universidades públicas, política que muchos economistas radicales (y delarruistas por añadidura como Ricardo López Murphy o Fernando de Santibañes) miran con cariño pero que llenan de espuma la boca de dirigentes radicales de origen o militancia universitaria y que auguran un debate fuerte al interior de la Alianza. Será más adelante por cierto, porque ahora el candidato a presidente no quiere olas y nadie lo contraría. Lo que queda pendiente es determinar quién será el pato de la nueva boda. Esto es, si el nuevo gobierno tratará de cambiar la inequitativa política fiscal del actual y apretar el torniquete sobre los grandes capitales nativos o seguir ajustando a empleados públicos y privados o gastos sociales. Otro debate fuerte que queda para más adelante. Aunque nadie habla en voz alta de un triunfo electoral son muchos en la Alianza los que toman posiciones a futuro. El acto a realizarse el viernes próximo en la cancha de Estudiantes es una movida de ese ajedrez que empieza a desplegarse en sordina. Lo motorizan dos dirigentes algo distanciados (y algo raleados) del disco rígido del delarruismo: Federico Storani y Leopoldo Moreau. El regreso de Alfonsín a la campaña será un momento sin duda emotivo pero también la punta del iceberg de una interna. Alfonsín, confían los otrora jóvenes coordinadores, podrá apuntalar desde la presidencia de la UCR un equilibrio interno que no sienten garantizado con De la Rúa. Habrá que ver qué piensa, dice o hace el radical más querido por los radicales que casi deja la vida en esta campaña cuando la contienda era más pareja y que vuelve cuando la chapa parece estar puesta.
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