Por Felipe Yapur El
acto originalmente estaba destinado a los trabajadores, y justamente algunos de ellos
fueron los que participaron y aguantaron la lluvia. Sin embargo, el mensaje que pronunció
Eduardo Duhalde en el estadio de River Plate estuvo dirigido especialmente a los
empresarios e industriales que, obviamente, no estuvieron. Tampoco participaron los
gobernadores justicialistas, ni los electos ni los que actualmente están en gestión. Los
organizadores dicen que no los invitaron. En realidad todo pareció un acto bonaerense en
una cancha porteña en un intento de ahuyentar los malos presagios de los comicios de
octubre. Tal vez por ello Duhalde se animó a asegurar que "ya se escucha la marea
peronista que avanza desde las provincias con triunfos electorales" y golpeó con
fuerza a la Alianza al sostener que "los que quieran ajuste tienen que votar a
Fernando de la Rúa". Ramón Ortega, en tanto, repitió su discurso donde destaca su
origen de changuito cañero que triunfó y que es la garantía de un trabajo en favor de
los más pobres.
Tal como estaba previsto, fueron sólo dos los oradores, Duhalde y
Ortega. El temor de la participación de Carlos Menem se diluyó anoche cuando les
confirmaron que el Presidente los vería por TV. El miedo entonces se centró en la
cantidad de agua que caía. Los colaboradores de la fórmula presidencial del PJ aseguran
que tanto Hilda "Chiche" Duhalde y Palito derramaron lágrimas cuando espiaron
el estadio y vieron la cantidad de gente. Es por ello que para el duhaldismo la
convocatoria fue todo un éxito. Entre los organizadores se escuchaban diferentes
cálculos. Algunos de ellos, envalentonados y sin ponerse colorados, decían que había
100.000. Otros, en cambio, eran más conservadores y reducían esa cifra a unas 65.000
almas. Uno más o uno menos, lo concreto es que toda la gente que movilizó el aparato
bonaerense del PJ (unos 50.000) se mojó, sobre todo cuando habló Duhalde, que fue el
momento en que más diluvió.
El acto justicialista tuvo todo lo que tiene que tener un encuentro de
estas características. Pantallas gigantes donde se pudo ver una curiosa síntesis de la
historia del PJ que sólo la protagonizaron Juan Perón, Evita y Duhalde. A Palito le
tocó realizar la apertura. Calificó de "gigantesca" la movilización y
aseguró, en referencia a la Alianza, que "no sirven las patrañas publicitarias, ni
los agravios a los que nos vienen sometiendo desde hace bastante tiempo". El tucumano
logró el mayor aplauso de toda la jornada cuando se refirió a la oposición. Dijo que se
los reconoce porque "cuando caminan por un barrio se les arruga la nariz al sentir el
olor de la pobreza". Las tribunas dieron un solo grito: "El que no salta es
radical" y en la platea donde se refugiaron algunos de los invitados pudo verse
brincar a Humberto Roggero, Augusto Alasino, Irma Roy, Carlos Soria, Daniel Das Neves y
Eduardo Camaño. Los menemistas presentes tampoco escaparon al entusiasmo y dieron
pequeños saltos Daniel Scioli, Eduardo Amadeo, Miguel Angel Toma y un concretado Jorge
Castro.
Duhalde no tuvo la misma suerte. Cuando se dispuso a hablar, el estadio
comenzó a vaciarse por la cantidad de agua que caía. "Parece el diluvio
universal", comentó un diputado nacional contento de estar bajo techo. Duhalde
apresuró sus frases hasta el punto de quedarse casi sin oxígeno. Reiteró el fin de la
desocupación, la globalización de la solidaridad y que no se someterá a las presiones
del FMI. Pero no lograba concitar la atención de los presentes preocupados por la
tormenta que los empapaba, entonces buscó impactar al quitarse el saco para decir que
"no nos asusta la tormenta, en medio de la crisis mantendremos el timón para llegar
a buen puerto". Logró que lo aplaudan. Fue así que reiteró su llamado a concertar
para evitar despidos y enumeró una serie de ventajas que obtendrán los empresarios
argentinos. Poco después la emprendió contra José Luis Machinea y De la Rúa, a los que
calificó de "hipócritas haciendo discursos sobre el dolor ajeno" y por ello
advirtió que "no vamos a renunciar a la lucha que culminará en una segura
victoria". Duhalde lanzó una bendición a los presentes para dar por terminado su
discurso y el agua se calmó. Para el diputado Jorge Remes Lenicov el de Duhalde "fue
un buen discurso, es lo que tenía que decir". Pero cuando se le remarcó que
pareció dirigido más a los empresarios que a los trabajadores insistió con que "es
lo que tenía que decir" y se marchó rápidamente. Todo terminó con una efectista
representación de Evita que estuvo a cargo de la actriz y cantante Nacha Guevara, quien
interpretó la canción "No llores por mí, Argentina". Luego llegaron los
fuegos artificiales y desde abajo del palco, Carlos Ruckauf, Felipe Solá y Raúl Granillo
Ocampo aplaudían con empapado entusiasmo de campaña. Ese fue el final de la jornada.
LLUVIA, SANDWICHES Y BANDERITAS
Sin calor en River
Por Adrián H. Mouján
"Viejo, vamos que los chicos están muertos de frío
y éste (por Eduardo Duhalde) no termina de hablar más. Vamos y esperamos a los muchachos
en el micro." A la mujer de unos 40 y tantos, la pesada lluvia que caía sobre River
Plate le sirvió para convencer a su marido de emprender la retirada del césped del
estadio y volver al ómnibus que los había traído desde algún lugar del conurbano
bonaerense. Ella, sus hijos y su marido, se sumaron a los miles que comenzaron a retirarse
del estadio al que habían concurrido a presenciar el acto del justicialismo, cuando
Duhalde aún no había culminado su discurso.
La retirada de la gente no sólo ratificó que a la fórmula
Duhalde-Ramón "Palito" Ortega el clima le jugó en contra, sino también la
indiferencia de la gente hacia el discurso del gobernador bonaerense, que pareció más
adecuado para un foro empresarial. Diferente fue la recepción para Palito, a quien la
gente recibió con aplausos y sacudiendo sus banderas, y que desgranó un discurso más
dirigido a la militancia que el de su compañero de fórmula.
La gente comenzó a llegar al estadio pasado el mediodía en micros
movilizados por los dirigente del PJ bonaerense. Desde las avenidas Bullrich, Figueroa
Alcorta y Udaondo marchaban los asistentes, en su mayoría grupos familiares, hacia el
estadio. El acto provocó un congestionamiento de tránsito en la zona ya que inclusive
desde el Puente de Udaondo bajaron las columnas, principalmente las de la zona norte. El
peso político del dirigente que los movilizaba y cuyo nombre aparecía en las banderas,
significaba para los asistentes al acto la mejor ubicación en las tribunas o en el campo
de juego. Y también mejores viandas.
--¿Les dieron algo para comer? --le preguntó Página/12 a un
señor que caminaba a la par de su hijo adolescente, que prefería las canciones del grupo
de rock La Renga a las marchitas caravaneras que compuso Ortega o a la misma marcha
peronista.
--Nos dieron choripanes, estas gaseosas que no las conoce nadie, y a
las chicas les dieron galletas dulces para que tomaran con el yerbiado o el mate
--respondió el hombre. Otros militantes que asistieron tuvieron más suerte, recibieron
un sandwich de milanesa y una botella de Sprite o Coca- Cola, además de agua mineral,
seguramente pensado para un día de calor y no para la jornada gris y lluviosa que vivió
ayer Buenos Aires.
La entrada a River fue muy ordenada ya que cada jefe de columna
respetó a rajatabla las indicaciones que le habían enviado por escrito desde el comando
de campaña de Duhalde. Desde cada una de las puertas del estadio, los custodias
pertenecientes a la empresa SYC les daban las indicaciones a las columnas, que a veces
tuvieron que esperar en la acera. Dentro del estadio la seguridad estuvo a cargo de varias
decenas de muchachos bastantes fornidos que sólo lucían como identificación un chaleco
naranja que tenía escrita la leyenda "Duhalde '99-Organización".
Ya dentro del campo de juego, se ubicaron varios vendedores de banderas
que ofrecían la enseña peronista o la bonaerense a cinco o 10 pesos, según el tamaño.
Mientras que otros aprovecharon para hacerse el día, vendiendo a dos o tres pesos unos
pilotines hechos con bolsas de residuos. Las mujeres que hacían cola frente a los baños
químicos fueron quienes más protectores contra la lluvia compraron.
A la salida de uno de los baños, una mujer contestó: "Estaba
todo en su lugar. Modernito el cachivache, pero con todo en su lugar", ante una
pregunta de este diario sobre qué le parecían los bañitos ubicados de a cuatro en la
pista atlética que rodea al campo de juego.
La grisura de un día para
nada peronista
Por Miguel Bonasso
Groucho Marx
hubiera dicho: he visto actos inolvidables en mi vida, éste no es uno de ellos. Nada que
destacar: ni mensaje, ni oratoria, ni fervor en las tribunas, que nunca estuvieron
completas y se fueron raleando en el momento menos deseado por los organizadores. Sólo
esa presencia constante de la lluvia, que se convirtió en franco aguacero justamente
cuando Eduardo Duhalde pronunciaba el discurso de fondo. Su módica propuesta de
"concertación" que se limita a pedirles a los empresarios un año sin despidos,
a cambio de un crédito hipotético y una rebaja de impuestos (la especialidad con que el
publicista Duda Mendonça le hizo ganar las elecciones cordobesas a Juan Manuel de la
Sota).
Sólo cabe destacar la grisura del día nada peronista, la lluvia como
una melancólica metáfora cayendo sobre "el pueblo peronista" convertido en
Pueblo-Objeto. Colocado en el decorado para los medios. Una masa triste, marginal,
mayoritariamente joven, oscura, femenina y desdentada. En rudo contraste con el sector de
dirigentes en la tribuna General Belgrano: una pequeña burguesía que trepó en la época
de la fiesta menemista y por un milagro mimético de la globalización se asemeja cada vez
más al funcionariado del PRI mexicano. Una pequeña muchedumbre de camperas y movicones
que canta la marcha y aplaude cuando un locutor previsiblemente afónico, que no logra
encender el entusiasmo de los presentes (más espectadores que participantes), se acuerda
de José Ignacio Rucci y del triunfo del tercer Perón, hace ya demasiados años. Escasas
referencias históricas que se dan de la mano con la compaginación de un video que
arranca con el renunciamiento de Evita, salta al Perón de uniforme de la última
presidencia y funde a Duhalde; omitiendo a Cámpora, Isabel y los diez años de Carlos
Menem. Los banderines se agitan al ritmo de la batucada y el estadio sólo se pone de pie
con la única consigna de la tarde: "!el que no salta es un radical!". Hay gente
sí, pese a la lluvia, (40, 50 o 60 mil, según los distintos cálculos que no coinciden
con los guarismos entusiasmados del locutor), pero su presencia asegurada por intendentes
con aparato como Alberto Balestrini de La Matanza, no hace más que reforzar la impresión
de que este es un acto bonaerense realizado en la Capital y no una concentración nacional
del peronismo. Con las virtudes y los defectos que la pasión y el folklore pusieron en
otras campañas. Ya no hay siquiera ataúdes a lo Herminio Iglesias, tal vez porque bastan
los desbordes mediáticos de Carlos Ruckauf. Presente en un podio donde se notan las
ausencias de los gobernadores; los nuevos barones del justicialismo feudalizado. Y en ese
marco, realzado con globos salidos de una convención republicana, habla el binomio
presidencial Duhalde-Ortega. En un acto que se supone destinado a los trabajadores, donde
sólo se ven las caras de algunos viejos burócratas en la platea y alguna pancarta
sindical aislada entre los cartelones de los intendentes. Un acto en el que se emite un
"mensaje de los trabajadores", que no firma la CGT ni las 62 Organizaciones,
subrayado por una música hollywoodense, previsiblemente escogida por los expertos de Duda
Mendonça.
No hay sorpresas, tampoco, cuando Palito Ortega avanza hacia el
micrófono para recordarle a los pobres (no a los trabajadores organizados) que viene de
ahí y no reniega de su origen. Un recurso simple, que sin embargo funciona. Será el
único momento de real empatía entre el orador y la concurrencia. El único momento en
que la gente se pondrá de pie y saltará sobre las gradas. Ortega cuestiona el derecho de
la Alianza a decir que son más y su pretensión de hablarle a la base peronista, y
sorprenderá, con un toque light de mesianismo, al describir su futura tarea de
vicepresidente en términos que recuerdan a Eva Perón y su pasión por la justicia
social. "Dios me puso en este camino --dirá-- para construir un país más justo,
más soberano, un Estado más amigo de la gente".
Eduardo Duhalde, presentado como el futuro presidente de la Argentina, cerró el acto
con falta de ángel y una mala suerte que lo acompaña como su sombra. Redobló el
aguacero y las tribunas, donde los bombos sonaban a destiempo, divorciados del mensaje,
comenzaron a vaciarse. Habló del pueblo y de los trabajadores, a quienes se suponía que
la concentración estaba dedicada, pero se dirigió fundamentalmente a los empresarios, a
los que pidió comprensión y apoyo para detener los despidos. Dejando de lado la promesa
de subir las jubilaciones y aumentar el crédito a las empresas, hubo pocas definiciones
sobre la futura tarea de gobierno. Matizadas con inocuas apelaciones a la buena voluntad
de los consumidores para que "compren argentino" y defiendan las fuentes de
trabajo. Una definición nacionalista que derrapó en xenofobia cuando dijo que "la
caridad bien entendida comienza por casa y el trabajo en la Argentina debe ser para los
argentinos". Posición que se dio de patadas con su afirmación de que éramos muy
pocos para un territorio muy extenso. Insistió luego en su conocida comparación con
Australia y Canadá, ignorando que la lluvia lo iba privando de oyentes y atribuyó la
decadencia argentina a los malos gobernantes. Sólo cosechó un aplauso cuando se sacó el
saco, para "afrontar la lluvia y el viento" como un gran timonel seguro del
rumbo. Para rematar, Nacha Guevara, cantó "No llores por mí Argentina". Un
exceso. |
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