Por Silvina Szperling El programa de Solos, que
coronará hoy en el Teatro Alvear la sección de compañías extranjeras de danza del II
Festival Internacional de Buenos Aires, es aguardado con expectativa por la comunidad
dancística y el público local. No es para menos. Tres coreógrafas que califican en la
categoría “peso pesado” conforman una selección que impacta sólo con escuchar
sus nombres: Trisha Brown, Jennifer Muller y Noemí Lapzeson. La hoy internacionalmente
reconocida Lapzeson nació en Buenos Aires, se inició en la rítmica con un discípula de
Jacques Dalcroze, Madame Sirouyan (que hoy tiene 92 años y aún enseña), más tarde
bailó con Ana Itelman y, adolescente aún, encaró para Nueva York. Allí recaló en la
Juilliard School (“mi mamá me dejó ir porque era la Juilliard”, reconoce), en
la cual conoció a algunos maestros que la formaron, como José Limon y Doris Humphrey,
junto a otros aún incipientes artistas: Merce Cunningham y Alwin Nikolais.“Yo me fui
a Nueva York a los 16 años, cuando no había salido de mi casa más que para tomar el
subte a Plaza Mayo”, evoca Noemí en diálogo con Susana Tambutti, codirectora de
Nucleodanza y titular de la cátedra de historia de la danza de la licenciatura en Artes
Combinadas de la UBA quien, por iniciativa de Página/12, ha concurrido a esta instancia
de intercambio previa a la charla de “Reflexión en movimiento” que ambas
compartirán con el público hoy a las 14, en el Centro Cultural San Martín. Lapzeson y
Tambutti se conocieron fugazmente en Londres en los años 70, cuando Susana llegó a
estudiar en la London School of Contemporary Dance, que Noemí, junto a dos compañeros de
la compañía de Martha Graham, había fundado en el año 1968, en pleno swinging London.
Susana Tambutti: –Me acuerdo de que te llamé por teléfono para pedirte consejos y
vos me preguntaste mi edad. Yo tenía 23 años, hacía poco que me había recibido de
arquitecta y ése era un punto de inflexión en mi vida. Me dijiste que no sabías si ya
era muy grande para entrar a la escuela. Por suerte entré. Para nosotros vos eras una
ídola total, estaba todo el mundo enamorado y yo me acuerdo incluso de haberte visto
bailar en una función en silla de ruedas, porque habías tenido un accidente. Noemí
Lapzeson: –El movimiento de traslado de Nueva York a Londres fue iniciado por un
inglés, un mecenas que amaba el ballet clásico y había quedado deslumbrado por Graham.
Para nosotros tres significaba la oportunidad de un cambio, una salida, ya que Martha
tenía en ese momento muchos problemas, de alcohol y demás. De todos modos, ese nuevo
desarraigo se hizo costoso para mí.Lapzeson fue miembro de la compañía Graham durante
10 años, a lo largo de los cuales asumió roles de gran responsabilidad, como cuando
interpretó en Eloise y Abelard a Eloise joven mientras la gran Martha bailaba a Eloise
madura.ST: –Hace poco trabajé en Estados Unidos con Janet Eilberg, la intérprete
actual de los solos de Graham y, como tenía dos, me regaló uno de los vestuarios de
Lamentation (pieza fundante de la coreógrafa americana). Así que ahora el manto de
Lamentation ronda por toda mi casa...–Como una herencia que aún no encuentra su
lugar...NL: –Son marcas indelebles que te deja la vida. Es como la mamá de una, hay
cosas que no se pueden borrar. Luego de Londres, volví a Nueva York, pero no quise saber
nada de danza. En ese momento estaban pasando cosas fantásticas en NYC, todo el
movimiento que Ivonne Reiner, Trisha Brown, Robert Rauschenberg estaban desplegando me
llevó a estudiar tai chi, aikido, yoga. Siempre digo que me han hecho falta 10 años para
volver a mí misma y olvidar a Martha Graham. Pero como toda la vida me la he ganado dando
clases, nunca he dejado de estar en contacto con la danza. A raíz demi actividad docente,
me invitaron a dar un workshop en Suiza. Llegué en primavera, época en la cual Ginebra
es la ciudad más maravillosa del mundo. Además el padre de mi hija es suizo. Lo
convencí de instalarnos allí. Luego conocí a un actor con el que hice un dúo, luego
otro, y poco a poco comenzaron a nuclearse alrededor mío artistas de otras disciplinas:
cantantes, actores, músicos. En un momento dado, no pude seguir negándome a formar una
compañía: así nació Vertical Danse. –¿Cómo funcionan las compañías
independientes en Suiza?NL: –Cuando yo llegué allí, no había danza contemporánea.
No sé por qué siempre he sido pionera. He luchado mucho y actualmente hemos conseguido
subsidios temporarios. Pero no me gusta nada esto de hacer una obra en cuatro meses y
estar obligados a mostrar un resultado en ese tiempo. Aún es un déficit para mí no
haber logrado la situación de laboratorio: poder crear sin la presión del producto.ST:
–De todos modos, estás mucho mejor que nosotros. Estábamos comentando con los
bailarines de Nucleodanza que la tecnificación del movimiento que notamos en todas las
compañías extranjeras que han venido al festival es altísima y eso sólo se puede
lograr con un trabajo full time.NL: –Sin duda. No creas que en Suiza es tan
diferente. Luego de los cuatro meses de ensayos, cada bailarín debe ir a buscarse la vida
en otra cosa y los extranjeros, que en general todas las compañías de danza tienen en
sus filas, deben irse a otros países que les permitan trabajar legalmente, cosa que en
Suiza no sucede.ST: –Por lo menos tus bailarines cobran durante esos cuatro meses.
Aquí... Por otra parte, yo creo que en estos tiempos de alta tecnologización de la
danza, sólo los creadores que trabajan poéticamente, con la metáfora, logran que el
arte de la danza perviva.NL: –Completamente de acuerdo.El público porteño ya ha
redescubierto a Noemí Lapzeson a través del increíble y bello solo “There is
another shore, you know?” (“Hay otra orilla, ¿sabés?”), en el que ella
aparecía recostada sobre el piso de espaldas al público, completamente desnuda, quieta.
¿Qué trae en 1999 la señora Lapzeson? Un instant. Un momento de creación y reflexión
en el cual ella se mueve mínimamente mientras se escucha su propia voz en off diciendo un
texto-testamento del escritor sueco Stig Dagermann, luego de una introducción de
interminables giros llenos de tela y el acercamiento a un objeto que no se revelará
aquí. Al final del solo, se devela la destinataria de tan inspirada pieza-homenaje. NL:
–Cuando yo estrené Un instant, Martha recién había muerto, por eso le dediqué esa
función.
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