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Boca cero a la izquierda

Boca no pudo con San Lorenzo una vez más y completó una semana nefasta: dos derrotas y un empate. Los de Ruggeri, punteros asolos, lo celebraron como un triunfo y refirmaron su paternidad tanto en la Recopa como en el Apertura.

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Por Juan Sasturain
t.gif (862 bytes) Boca empató cero a cero con el puntero –que podría haber sido él también si hubiese ganado– y la tristeza casi congela el Riachuelo. Qué hubiera pasado si perdía. Qué hubiera pasado si el puntero hubiera sido Boca al empatar. Qué hubiera pasado si éste hubiera sido el primer partido de la miniserie de tres con San Lorenzo (dos de la Mercosur y uno del Apertura) y no el tercero; o el primero de la miniserie de tres partidos de la última semana larga, y no el último. En los dos casos –teniendo en cuenta el rival repetido o los últimos tres adversarios–, aunque este empate haya sido el mejor resultado, la cuenta le da horrible: sumó un punto sobre nueve. Es que el cero, tan absoluto que parece, es de lo más relativo.El cero y la táctica. Bianchi habló una vez, al comienzo de su exitoso proceso, de la importancia del cero en el arco propio. Ahora deberá preguntarse sobre la importancia del cero en la valla rival. Ayer tenía que jugar de otra manera por dos razones: porque ante ese rival algo no funcionaba (no le había hecho goles –y no le hizo ayer tampoco– a San Lorenzo en 180 minutos) y porque no tenía los mismos para jugar: faltaba Palermo y optó (¿optó o se resignó?) por Moreno como pudo ser Giménez como pudo ser Aróstegui o cualquier otro pibe. Bianchi dijo en la semana que Boca debía jugar como antes pero por lo que pormenorizó se refería a la actitud más que a la aptitud y fue coherente: sólo la primera es relativamente manejable. Y Boca tuvo esa actitud deseada por el técnico y la hinchada: fue y puso. Pero no le alcanzó porque en la aptitud, la capacidad de generar fútbol y convertir goles no estuvo como antes sino como ahora: funcionamiento colectivo deficitario más ausencia, bajón o intermitencias de las individualidades desequilibrantes. Boca tenía que jugar y no supo cómo: cuando consiguió la pelota la usó mal. Porque ahí dependía de los ejecutores. El cero y los jugadores. El mejor de Boca ayer no fue uno de los que ganan los partidos sino uno de los que hacen que sea posible o más accesible ganarlos: un portador y proveedor de pelotas, Chicho Serna. Es que la actitud funcionó. Por eso fue importante también Arruabarrena mandándose y marcando; o Bermúdez comiéndose a Romeo. Incluso Riquelme anduvo bien, enchufado y preciso casi siempre, aunque le faltaron receptores. Sólo se conectó fluidamente con el Vasco. Ni Cagna ni Gustavo acompañaron con claridad ni vocación cierta de llegar y Guillermo, tirado a la derecha, estuvo siempre muy lejos, incluso para la precisión de los cambios de frente del diez. Traverso no subió para acompañar al Mellizo y Boca tuvo, así, pocas opciones de descarga cada vez que atacaba. Es que más allá del empeño de Moreno, que hizo lo suyo, el cero de Boca estuvo en ese vacío imposible de llenar que dejó Palermo: un paralelepípedo de veinte de ancho por veinte de largo por tres de alto deshabitado o semiahabitado ayer. A Boca no sólo le faltó Palermo sino que le quedó el reflejo de esa ausencia: como a los que les amputan una pierna, sentía que le dolía donde no estaba. Riquelme miraba, el Mellizo levantaba la cabeza, y nada... Incluso en la mejor llegada, Guillermo tuvo que disfrazarse de Palermo para casi convertir de cabeza. El cero y la gente. La hinchada venía nutrida: estaban casi todos, ayer. Caliente por los últimos resultados, se puso dulce además con el triunfo de Argentinos sobre River y se terminó de endulzar en los primeros veinte con las llegadas sucesivas. Gritó y gritó mientras de abajo le entregaban adrenalina. Las imprecisiones, las gambetas de Romagnoli, los piques sin sentido de Pereda o Giménez y las atajadas de Campagnuolo fueron atenuando el fervor y se llegó a lo insólito en Boca desde hace mucho tiempo: la sensación de impotencia. Ni siquiera los últimos centros sobre el área fueron capaces de encender la esperanza. El cero descendía sobre la Bombonera con la redondez de un anillo de casamiento con la desgracia.

San Lorenzo cero a la derecha

Por Ariel Greco
t.gif (862 bytes) San Lorenzo empató 0-0 con uno de sus escoltas y se fue festejando por su semana redonda con dos visitas a la Bombonera. Cuatro puntos sobre seis en juego, la punta en soledad en el Apertura y la chance concreta de clasificación en la Mercosur, dos partidos más sin derrotas ante Boca para sumar al historial y 180 minutos sin goles frente al último bicampeón. Demasiados motivos para que este empate sin goles se mire con una prisma que lo haga aparecer como una victoria. El cero y la táctica. En la semana Ruggeri insinuó que su equipo se iba a plantar con tres en el fondo, y que no descartaba la posibilidad de hacer persecuciones individuales. Cumplió a medias. San Lorenzo se plantó con dos líneas de tres, con Tuzzio y Ameli ocupados con los delanteros de Boca y con Michelini cerca de Riquelme, pero no hizo persecuciones por toda la cancha. Gallardo (el comodín de Ruggeri) se paró como carrilero por izquierda, pero con más vocación defensiva que intenciones de ataque. Esa función le dio a Franco la chance de desprenderse más y juntarse con Romagnoli. También en la previa Ruggeri dijo que quería ganar, pero le importaba no perder. Eso lo dejó claro. A medida que transcurrían los minutos, el equipo se retrasaba y se complacía con el cero. “Me voy muy contento y conforme. San Lorenzo hizo un esfuerzo enorme y sacó adelante un partido tremendo”, aseguró Ruggeri. El cero y los jugadores. Gustavo Campagnuolo fue el gran responsable del cero propio, bien apuntalado por la rapidez de Iván Córdoba, la firmeza de Ameli y la voluntad de todos. El arquero de San lorenzo pudo más que los Mellizos de Boca. En las dos mejores de la tarde, primero salvó abajo un cabezazo cruzado de Guillermo y en la segunda parte le tapó un remate a la derecha de Gustavo. Fueron las atajadas del partido. Córdoba también mostró su jerarquía. Ganó en casi todos los cruces, y hasta disimuló las que perdió, porque con su velocidad logró recuperarse siempre. Romagnoli marcó el ritmo de su equipo. Cuando San Lorenzo consiguió la pelota, fue gracias al manejo del pibe. Su movilidad y su inteligencia para encontrar espacios fueron el mejor argumento ofensivo de los de Boedo, aunque le faltó compañía y sobre el final se cansó. Romeo y Estévez se movieron bien en el inicio de las jugadas, pero fallaron en la definición y les faltó peso para inquietar a los defensores locales. Allí la explicación del otro cero. El cero y la gente. Los hinchas de San Lorenzo llenaron la segunda bandeja y poblaron por la mitad la tercera. Llegaron con toda la ilusión por la punta, que iba en aumento a medida que se consumaba la derrota de River. Sufrieron y se mantuvieron en silencio mientras Boca presionaba buscando el gol. El pitazo final de Sánchez les trajo la sensación de alivio que esperaban y sirvió para sacar el grito contenido. Ahí se desató el festejo como si el equipo hubiese ganado y como si el cero propio tuviese más gusto que el cero ajeno. Nada importó que el equipo haya sido superado en buena parte del partido, que casi no haya generado situaciones de gol en segundo tiempo, ni que sólo se despegó un punto de River. Lo importante para ellos fue que Boca no se acercó nada. El cero y Angel Sánchez. No es que esa haya sido la calificación del árbitro, pero anduvo cerca. En cada roce mínimo entre un delantero y un zaguero amparó al que defendía, lo que alejó el juego de las áreas. Como atacó menos, San Lorenzo se vio favorecido con la situación. Para colmo, en la mitad de la cancha había decretado vía libre para pegar, con lo que desconcertaba a los jugadores. Otorgar la ley de ventaja cuando no debía y no darla cuando correspondía parando varios contraataques fue, dentro de todo, cuestiones menores.

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