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Por Juan Sasturain Boca empató cero a cero con el puntero que podría haber sido él también si hubiese ganado y la tristeza casi congela el Riachuelo. Qué hubiera pasado si perdía. Qué hubiera pasado si el puntero hubiera sido Boca al empatar. Qué hubiera pasado si éste hubiera sido el primer partido de la miniserie de tres con San Lorenzo (dos de la Mercosur y uno del Apertura) y no el tercero; o el primero de la miniserie de tres partidos de la última semana larga, y no el último. En los dos casos teniendo en cuenta el rival repetido o los últimos tres adversarios, aunque este empate haya sido el mejor resultado, la cuenta le da horrible: sumó un punto sobre nueve. Es que el cero, tan absoluto que parece, es de lo más relativo.El cero y la táctica. Bianchi habló una vez, al comienzo de su exitoso proceso, de la importancia del cero en el arco propio. Ahora deberá preguntarse sobre la importancia del cero en la valla rival. Ayer tenía que jugar de otra manera por dos razones: porque ante ese rival algo no funcionaba (no le había hecho goles y no le hizo ayer tampoco a San Lorenzo en 180 minutos) y porque no tenía los mismos para jugar: faltaba Palermo y optó (¿optó o se resignó?) por Moreno como pudo ser Giménez como pudo ser Aróstegui o cualquier otro pibe. Bianchi dijo en la semana que Boca debía jugar como antes pero por lo que pormenorizó se refería a la actitud más que a la aptitud y fue coherente: sólo la primera es relativamente manejable. Y Boca tuvo esa actitud deseada por el técnico y la hinchada: fue y puso. Pero no le alcanzó porque en la aptitud, la capacidad de generar fútbol y convertir goles no estuvo como antes sino como ahora: funcionamiento colectivo deficitario más ausencia, bajón o intermitencias de las individualidades desequilibrantes. Boca tenía que jugar y no supo cómo: cuando consiguió la pelota la usó mal. Porque ahí dependía de los ejecutores. El cero y los jugadores. El mejor de Boca ayer no fue uno de los que ganan los partidos sino uno de los que hacen que sea posible o más accesible ganarlos: un portador y proveedor de pelotas, Chicho Serna. Es que la actitud funcionó. Por eso fue importante también Arruabarrena mandándose y marcando; o Bermúdez comiéndose a Romeo. Incluso Riquelme anduvo bien, enchufado y preciso casi siempre, aunque le faltaron receptores. Sólo se conectó fluidamente con el Vasco. Ni Cagna ni Gustavo acompañaron con claridad ni vocación cierta de llegar y Guillermo, tirado a la derecha, estuvo siempre muy lejos, incluso para la precisión de los cambios de frente del diez. Traverso no subió para acompañar al Mellizo y Boca tuvo, así, pocas opciones de descarga cada vez que atacaba. Es que más allá del empeño de Moreno, que hizo lo suyo, el cero de Boca estuvo en ese vacío imposible de llenar que dejó Palermo: un paralelepípedo de veinte de ancho por veinte de largo por tres de alto deshabitado o semiahabitado ayer. A Boca no sólo le faltó Palermo sino que le quedó el reflejo de esa ausencia: como a los que les amputan una pierna, sentía que le dolía donde no estaba. Riquelme miraba, el Mellizo levantaba la cabeza, y nada... Incluso en la mejor llegada, Guillermo tuvo que disfrazarse de Palermo para casi convertir de cabeza. El cero y la gente. La hinchada venía nutrida: estaban casi todos, ayer. Caliente por los últimos resultados, se puso dulce además con el triunfo de Argentinos sobre River y se terminó de endulzar en los primeros veinte con las llegadas sucesivas. Gritó y gritó mientras de abajo le entregaban adrenalina. Las imprecisiones, las gambetas de Romagnoli, los piques sin sentido de Pereda o Giménez y las atajadas de Campagnuolo fueron atenuando el fervor y se llegó a lo insólito en Boca desde hace mucho tiempo: la sensación de impotencia. Ni siquiera los últimos centros sobre el área fueron capaces de encender la esperanza. El cero descendía sobre la Bombonera con la redondez de un anillo de casamiento con la desgracia. San Lorenzo cero a la derecha Por Ariel Greco
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