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OPINION

Lo que vende es el fierro

Por Julio Nudler

A la vitoreada economía posindustrial de la información le salió un problema: no exporta, o no lo suficiente. Es lo que están descubriendo con zozobra los estadounidenses, cuyo déficit comercial se acerca como un tren bala a los mil millones de dólares diarios. Ahora ven que dedicarse a los programas de computación, a construir sitios en Internet, dominar el negocio globalizado del entretenimiento, mandar en los servicios financieros (Wall Street es el doble que las bolsas de Tokio, Londres y las alemanas sumadas, por dar un ejemplo) y otras cosas por el estilo no logra competir, a nivel de ventas concretas desde su país, con las industrias de siempre. Los fierros no son virtuales, pero generan más divisas. Según demuestran algunos estudios, los sectores fabriles de la ola anterior son diez veces más intensivos en exportaciones, en relación con su valor agregado, que las actividades posindustriales.Aunque las devaluaciones que ocurrieron durante la crisis asiática de los dos últimos años explican en parte el salto en el déficit norteamericano, que aumentaría este año casi 50 por ciento respecto del ya enorme de 1998 (fue entonces de 169 mil millones), analistas como Eamonn Fingleton creen que la economía de la información carga con el grueso de la responsabilidad. Sus productos presentan algunas serias desventajas. Por un lado, están expuestos al robo: todo puede copiarse subrepticiamente, desde películas a software o discos. Por otro, tropiezan con barreras lingüístico-culturales, que subsisten pese a los enormes esfuerzos estadounidenses por arrasar con las expresiones de otras culturas. Frente a esas barreras, las multinacionales norteamericanas se ven obligadas a invertir en la adaptación de sus productos, lo que sólo hacen si les resulta rentable, pero en tal caso el proceso lo realizan necesariamente en el mercado de destino, y el balance de pagos estadounidense saca muy poco de eso. Además, los productos posindustriales incluyen un alto contenido en servicios, que deben prestarse en el lugar donde está el cliente, contratando personal y provisiones del país de éste. Por tanto, esa parte del valor agregado no fluye hacia Estados Unidos, cuyo sector externo sólo ve entrar las utilidades, siempre que la compañía no logre hacerlas aparecer en algún territorio fiscal más benévolo. Por tanto, la superpotencia, con todo su liderazgo tecnológico, se ve obligada a comprar al fiado, o a financiar con otros ingresos de capital una porción creciente de sus importaciones. Se va tornando así más vulnerable al ánimo de los mercados, como si se tratara de una economía emergente cualquiera.

 

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