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UN POLICIA CAPTURO A UN LADRON EN PLENA MISA
Un monaguillo tipo comando

Herido, después de asaltar una panadería, el ladrón tomó alpárroco como rehén. Después quiso matarse. Mientras el cura lo convencía, un policía se disfrazó de monaguillo y lo redujo.

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Por Horacio Cecchi
t.gif (862 bytes)  “Hijo, no puedes hacer eso”, recomendó el padre José Ponte, al borde del altar. Un segundo antes, Gustavo Galván, al borde del abismo, había amenazado con suicidarse con la misma 9 milímetros con la que primero había asaltado una panadería, se había tiroteado con un policía de civil y, escapando a pie, había ingresado en la iglesia San Juan Bautista, en Florencio Varela, para tomar como rehenes al párroco y a dos monaguillos en plena misa. “Mira a Cristo”, le aconsejó el padre José. Galván se detuvo, reflexionó y se dio vuelta para mirar la imagen del Cristo que abría sus brazos, ante los 400 fieles que observaban aterrados la escena. Por detrás, también con los brazos abiertos, vestido de monaguillo, el cabo Carlos Cejas aprovechó la distracción, se arrojó sobre el delincuente y logró reducirlo.

El 22 de septiembre, cuatro días después de la masacre de Ramallo, un asalto de un grupo comando de 11 hombres al Banco Provincia sucursal Villa Caraza, concluyó con la liberación exitosa de los rehenes. En aquella ocasión, los delincuentes rodeados por la policía huyeron usando como escudo a un cliente. Los policías tenían orden de no disparar. Ayer, el hecho se repitió, pero con diferencias. No era un grupo comando sino un asaltante “de poca monta”, como lo calificaron las fuentes policiales. Y el escenario no fue un banco sino donde los fieles depositan sus oraciones: en plena misa.

Unos minutos después de las siete de la tarde, la panadería Canela, ubicada sobre San Martín –la avenida principal de Varela–, esquina Castelli, trabajaba en pleno. Dos chicas atendían los pedidos de unos ocho clientes. Uno de ellos, que ya había comprado su media docena de facturas, no se retiraba del lugar. Instantes después, cuando sólo quedaban por atender una mujer y una pareja, extrajo una pistola 9 milímetros. “Dame toda la plata”, amenazó a la cajera. “Me parecía muy raro que no se fuera. Tenía uno de sus brazos colgando de un pañuelo atado al cuello”, relató Patricia, una de las empleadas, a Página/12. “Al mediodía también había venido a comprar facturas”, agregó.

El asaltante, Gustavo Galván, de 26 años, también robó dinero a la mujer y a una pareja que había encargado unos sanguchitos. Pero cuando Galván dio por terminado el incidente y salió del local, el hombre de los sanguchitos, que resultó ser el oficial Gustavo Fernández, extrajo su arma y se dio a conocer. Nadie en Canela sabía quién disparó primero, pero la bala de Galván destrozó la puerta, rozó la cabeza de la señora de Fernández y se clavó en la madera de una estantería. La del oficial dio en el abdomen de Galván, del lado izquierdo. Herido, el asaltante huyó por San Martín cubriéndose a tiros, y se internó en una plaza, a una cuadra del lugar.

Frente a uno de los laterales de la plaza, sobre la calle 25 de Mayo, se levanta la iglesia San Juan Bautista. A la misma hora que Galván compraba la media docena de facturas, la Virgen de Fátima, en peregrinaje por todo el mundo, descansaba junto al altar mientras el padre portugués José Ponte, invitado por el párroco Juan, oficiaba misa en una iglesia desbordante de fieles. A su lado, los monaguillos Abel Cabrera y Miguel Sandoval colaboraban.

En ese momento entró Galván y, ante la mirada absorta de los presentes, recorrió la nave central blandiendo su arma y al grito de “¡acá se acabó todo!” subió al altar y apuntó al padre José. Muchos de los presentes dieron por terminada la reunión y optaron por desaparecer, mientras la sala era invadida por armas y uniformes azules. “No hace falta que tengas eso acá, pero bueno”, dijo el párroco al intruso, señalando el arma en tono admonitorio. Galván dudó.

Durante veinte minutos, el padre José conversó con el fugitivo, incluso lo llevó a rezar ante fieles y uniformados. Entre tanto, el monaguillo Sandoval, que se había apartado de la escena fue encarado por el oficialFernández y el cabo Carlos Cejas, de la comisaría 1ª de Varela. “Pasale la sotana al cabo”, dijo Fernández. “El alba”, corrigió Sandoval, entregando su vestimenta. Cejas se calzó la tela blanca, y se aproximó por uno de los laterales al altar. Fue en el mismo momento en que Galván, arrepentido, se llevó el arma a la cabeza y gritó “¡Me suicido!”. José lo reconvino y le pidió que mirara a Cristo, que apareció salvador bajo la forma de Cejas, uniformado de monaguillo.

Ayer, Cejas era mantenido como un héroe oculto, descansando con su familia, por orden del flamante ministro de Justicia y Seguridad, Carlos Soria. Se reservó el derecho de premiarlo hoy, al mediodía, con bombos y platillos.

 

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