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BALANCE DE 17 DIAS A PURO FESTIVAL EN BUENOS AIRES
En busca del teatro perdido

Sesenta y cinco mil personas participaron de un encuentro que se caracterizó por su diversidad estética y por la puesta de muchas obras de carácter experimental. El rubro danza acompañó uno de los acontecimientos culturales del año.

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Por Hilda Cabrera
t.gif (862 bytes)  En esta segunda edición, el Festival de Buenos Aires no ganó la calle, ni siquiera bajo la forma de afiches, pero demostró que el público teatral todavía existe, y que a veces hasta se entusiasma. La primera función del sábado último de Daaalí abarrotó la Sala Martín Coronado. La obra de Els Joglars, un retrato atractivo pero complaciente sobre la personalidad del artista catalán Salvador Dalí, confirmó la diversidad estética de este encuentro, que contó con varias obras de carácter experimental. A diferencia de éstas, los catalanes dirigidos por Albert Boadella no intentan siquiera aparentar vanguardismo. Hacen un teatro de propia invención. Esto en el final de una fiesta teatral que comenzó el 9 de setiembre con la presentación de L’addio del mattatore, el espectáculo con el que Vittorio Gassman dijo despedirse de la escena. Más allá del horror que produjo en algunos teatristas locales la participación de este artista, la presencia del actor italiano en el festival fue para muchos una celebración. Esto se advirtió en la segunda y última función de su show, cuando la platea estaba compuesta de público-público y no de especialistas. La emoción se antepuso a la instancia dramática. De ahí que cuando el carismático Gassman dejó el país tras un exhaustivo chequeo médico, la gente no habitué a las salas se olvidó del festival.

El encuentro se convirtió entonces en un ghetto: siempre las mismas caras y casi siempre lasna19fo03.jpg (6640 bytes) mismas diferencias de criterio. Las obras del circuito internacional que generaron mayor expectativa portaban currículum festivalero o venían de cumplir exitosas temporadas en los países de origen. Es el caso de Shakespeare’s villains, de Steven Berkoff. La atención se centró en unas pocas: Orestea, la morosa, siniestra y posmoderna creación de Romeo Castellucci. La sencilla y compasiva The man who..., de Peter Brook. La espléndida Murx. Una velada patriótica, de Christoph Marthaler, trabajada sobre tiempos internos y disparadora de significados, y Persephone, de Bob Wilson. Obras que llegaban con fama de experimentales. La última mezcla hábilmente extravagancia e investigación para configurar un espectáculo extrañamente abúlico, visualmente bello pero reiterativo.

na19fo02.jpg (12115 bytes)El espectáculo llegó, pero Wilson faltó a la cita, como otros famosos invitados: el suizo Christoph Marthaler, autor y director de Murx...(que con dramaturgia de Mathias Lilienthal representó a Alemania), el director inglés Peter Brook y Albert Boadella. Mürx..., por la Compañía Volksbühne de Berlín, fue la mejor obra del circuito internacional, en el que por motivos variados se destacaron La pantera imperial, de Carles Santos (acertada conjunción de teatro y música), Orestea, tediosa pero arriesgada, y con algunas escenas realmente inquietantes. También Daaalí por su festiva bufonería, y la puesta de Brook (la primera que se realiza en la Argentina), por la sutileza y el apacible humor con que se abordan temas complejos. Inspirada en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, libro de divulgación del inglés Oliver Sacks, The man who... produjo por un lado desencanto y, por otro, trajo aire fresco. La fragilidad y transparencia de esta pieza acabó conquistando incluso a algunos desencantados de la primera hora. El inglés Berkoff es un caso aparte. Dotado de una ironía permanente, ganó lugar a base de histrionismo. Injustificablemente, no permitió que se tradujeran los textos de su unipersonal Shakespeare’s villains, con lo cual eliminaba de entrada al público no anglófono pero interesado en verlo.

En la selección de las obras no hubo unidad de criterio en materia de calidad. De lo contrario no se entiende por qué la comisión (DanielVeronese, Mauricio Kartun, Roxana Grinstein y Jorge Dubatti) optó dentro del segmento latinoamericano –del que se rescata Madame de Sade (Chile)– por trabajos tan endebles como El león y la domadora (Colombia), Melodrama (Brasil) o Heavy Nopal. Hubo también protestas de los teatristas uruguayos: “Nos dijeron que de los videos que vieron no les gustó ninguno. Mienten, porque ni siquiera los pidieron”, decía Gloria Levy, de la organización del Festival Internacional de Montevideo.

El segmento destinado a las obras nacionales fue cubierto con algunas de las mejores producciones de las dos últimas temporadas. Una invitación que, más allá de la real calidad artística de los trabajos, puso un dique a las internas y a quienes en la edición 1997 protestaron por diversos motivos y en todos los tonos. Los teatristas reunidos en ATI se conformaron con agrupar sus trabajos y retitular a la totalidad de sus puestas Festival Off. Otra es la situación de los ahora silenciosos alumnos de la Escuela de Arte Dramático, que en su batalla por conseguir un lugar digno de trabajo lograron la adhesión pública del carismático Gassman. Neutralizado y acotado, el Festival mantuvo durante todo su desarrollo un medio tono acorde con un país donde la cultura se construye al azar, pero donde se abre camino la idea de que la experimentación es parte natural de la vida artística.

 

Con acento portugués

El festival también tuvo su espacio dedicado a la música. Las propuestas fueron variadas, y tuvieron una apertura de lujo, con la presentación de la portuguesa María Joâo, acompañada por Mario Laginha en piano, que deslumbró al público porteño con su repertorio de música con inflexiones españolas, de tango, de zarzuela, y montada sobre una especie de invención a dos voces de Bach. El brasileño Arnaldo Antunes, ex integrante del grupo de rock Titas, hizo su primera visita a Buenos Aires apadrinado únicamente por su obra, atrevida, generosa y original, que lo convirtió en un artista inclasificable, capaz de establecer un puente entre la cultura erudita y la popular. Otros de los lujos que se dio el festival fue haber importado a la Argentina a la cantante portuguesa Misia, que demostró por qué se la considera la intérprete de fado más importante de la actualidad. Al frente de un ajustado quinteto actúo, vibró y cantó cada tema evitando los excesos de histrionismo, e hizo hincapié en sus dos últimos álbumes: Garras dos sentidos y Paixôes diagonais, para mostrar el aire nuevo que le dio al género a partir de textos de José Saramago, Fernando Pessoa y Bessa Luís. Y en un plano que mixturó la música con el teatro, se destacó la propuesta de la brasileña Cida Moreira, que en su espectáculo Aos que estao por vir cantó temas de Bertolt Brecht.


Los números actúan

ron2.gif (93 bytes) 65.000 espectadores concurrieron al festival. De esta cifra 47 mil corresponden a obras internacionales, 9 mil a espectáculos nacionales y 9 mil a las actividades especiales (incluido el público de cine).
ron2.gif (93 bytes) 610.000 pesos fue la recaudación total del festival.
ron2.gif (93 bytes) 1.280.000 fue el costo del evento. De esta suma, ingresaron por boletería 610 mil, en concepto de sponsors 200 mil y el resto, 470 mil pesos, fue aportado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
ron2.gif (93 bytes) 25 fueron las salas utilizadas.
ron2.gif (93 bytes) 23 los espectáculos extranjeros invitados.
ron2.gif (93 bytes) 27 los espectáculos nacionales que participaron.
ron2.gif (93 bytes) 120 fueron las funciones realizadas (56 de espectáculos nacionales y 64 de internacionales).
ron2.gif (93 bytes) 630 los artistas participantes (350 extranjeros y 280 nacionales).
ron2.gif (93 bytes) 22 las películas que se vieron.

 

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