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Por Cristian Alarcón Cuando el cabo de la Bonaerense Carlos Cejas cayó medio muerto después de enfrentarse a cuatro ladrones en 1991 no recibió condecoración alguna. Y eso que al enfrentar solo a los rateros que pretendían su billetera fue a parar una semana a terapia intensiva, donde le curaron siete cicatrices, hijas de una vigueta de hierro. Cuando en 1994, después de luchar contra tres asaltantes que querían robar un negocio de su barrio volvió a caer internado con trece cortes en la misma aporreada cabeza, entonces tampoco lo condecoraron. Ayer, sin un rasguño encima, Cejas se demostró a sí mismo que más vale maña que fuerza para ganar honores, por lo menos en los críticos días posteriores a la masacre de Ramallo. Fue el propio ministro de Seguridad, Carlos Soria, quien en una conferencia de prensa le dio un diploma y una medalla por haber desarmado, vestido de monaguillo, a un ladrón que había entrado en su huida a una iglesia en plena misa. Un operativo vistoso que quiso ser presentado como la contracara del desastre en el que terminó el asalto de Ramallo. Así como no toleraremos hechos de corrupción también vamos a reconocer todos los gestos de los buenos policías, dijo Soria a favor y en contra de la fuerza que debe manejar durante los tres próximos meses, después de la renuncia de Osvaldo Lorenzo. Venimos de una semana compleja por los hechos lamentables de Ramallo. Pero a siete días sucedió lo contrario, largó el ministro en salón con decoración del 900, flanqueado por los capos de su área. Los civiles, sobre el escenario. Abajo, en la arena del salón, los comisarios de la gestión Arslanian que sobrevivieron también a la masacre de Ramallo. Y por supuesto, los homenajeados: además del disfrazado, el oficial de investigaciones Gustavo Fernández y el sargento Fabián Villamayor, de la 1ª de Florencio Varela. El robo con el cual Soria consiguió felicitar a tres policías fue pasadas las siete de la tarde del 22 de setiembre. Fernández compraba unas facturas junto a su mujer, Claudia De Carli, cuando en la panadería Canela, el ladrón Carlos Galván, de 26 años, entró arma en mano al lugar y gritó el clásico ¡Esto es un asalto!. Ayer, de riguroso civil, Fernández le contó a este diario: Tenía el arma debajo de la camisa. Le di enseguida la plata de la billetera para que no se diera cuenta. Después de hacerse del dinero de la caja, unos 200 pesos, el ladrón se fue tras advertir: ¡Que nadie me siga porque lo mato!. Fernández lo siguió. Antes le dijo a Claudia que se tirara al piso. Después del correctísimo ¡Alto policía!, Fernández zafó de los tiros del ladrón. Le di en la cadera y por eso tiró la bicicleta y salió corriendo. Fue el momento en que la historia feliz de ayer estuvo por no serlo. Una bala rozó el cuero cabelludo de la mujer provocándole un corte. Fernández comprobó que no era grave y salió en persecución. El asaltante, Gustavo Galván, apuró el paso, cruzó la plaza y como único refugio imaginó la iglesia San Juan Bautista. De la comisaría había salido, advertido por los disparos, el agente Cejas. En la puerta de la capilla se encontró con Fernández y con un monaguillo que escapaba. Después de haber entrado gritando ¡acá se termina todo!, el diálogo con el cura José Ponte también en la ceremonia bonaerense había llevado al ladrón a la culpa cristiana. Estaba a punto de suicidarse bajo la cruz de Cristo cuando Cejas le sacó la 9mm. Me puse la túnica y entré despacio por la izquierda. Después, cuando estuvo con el arma baja, le salté encima, contó el cabo entre lágrimas. También recordó sus acciones pasadas, más violentas. Como en el asalto del 94, cuando reaccionando como esta vez lo hizo Fernández, soportó los culatazos en la mollera y de milagro no murió por los disparos que los ladrones le hacían mientras él pataleaba en el piso. Ayer, cuando en el salón sólo quedaban los policías de Varela y el nuevo secretario de Seguridad, José Genoud, en una ronda de cumplidos, el funcionario les aseguraba que no los habían llamado sólo para la foto. Nos viene perfecto gente que haga bien las cosas después de semejante desastre, les explicaba, por si no había quedado claro.
El presidente de la Legislatura porteña, Aníbal Ibarra, denunció ayer al juez federal de San Nicolás, Carlos Villafuerte Ruzo, por el delito de homicidio por omisión. En el documento presentado ante la Justicia que será ratificado hoy por el propio Ibarra el legislador considera que el magistrado también es responsable de las muertes ocurridas tras el asalto al Banco Nación de Villa Ramallo, y que debe sentarse en el banquillo de los acusados junto con los demás imputados. Ibarra, quien hizo las presentaciones en condición de ciudadano, formuló la denuncia ante el fiscal federal Luciano González Valle, para que en el caso de que el juez no se aparte de la causa, el fiscal le pida el apartamiento. La presentación contra Villafuerte Ruzo se suma los pedidos de recusación, realizado días atrás por el directorio del Banco Nación, y de juicio político, formulado por cinco diputados del PJ ante el Consejo de la Magistratura. Hice una presentación contra el juez por su responsabilidad en los homicidios de los rehenes y las lesiones de la esposa del gerente del banco, informó ayer Ibarra, luego de presentar dos denuncias contra Villafuerte Ruzo, una ante el juez y la otra ante el fiscal. El legislador indicó que, por el desenlace que tuvieron los hechos, el juez es autor de un homicidio en forma omisiva; aún no sabemos si a título doloso o culposo, pues no hizo lo que debía hacer. En este sentido, Ibarra agregó que sin apartar la responsabilidad de quienes dispararon, de los jefes de los grupos policiales especiales, él también es responsable, y no puede estar al frente de una investigación sino que tiene que sentarse en el banquillo de los acusados junto con los demás imputados. El legislador y candidato a jefe del Gobierno porteño por la Alianza justificó su denuncia contra Villafuerte Ruzo al considerar que el magistrado también es responsable de las muertes que se produjeron porque, como juez federal, tuvo un rol decisivo durante todos los procedimientos: estuvo presente, decidió cursos de acción y tenía la obligación de preservar la vida de los rehenes. En relación con el futuro inmediato del juez, luego del escrito presentado ayer, Ibarra explicó que a Villafuerte Ruzo no le queda otra alternativa que ceder la investigación de la denominada masacre de Ramallo a otro magistrado. Y aseguró que más allá de la importancia de las declaraciones de Flora Lacave de Chaves, viuda del asesinado gerente del Banco Nación de Ramallo, y de Carlos Martínez el único ladrón que sobrevivió, es necesario no hacer la investigación desde un lugar interesado como es en este momento el del juez.
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