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La teoría podría enunciarse así: una botella llena de agua evita orines y excrementos de perro. No es que el agua sirva para limpiar la vereda, ni que la botella se use como proyectil para impactar sobre el animal pescado in fraganti. No: la idea es que su mera presencia disuade al perro de usar ese segmento de vereda como baño. Eso, por lo menos, es lo que creen a pie juntillas miles y miles de porteños que han decorado árboles y canteros con botellas. Aunque no tiene ningún sustento científico, la teoría creció vertiginosamente en los últimos meses. Pero ahora una voz oficial se ha alzado en contra de ella: el Instituto de Zoonosis Luis Pasteur emitió un comunicado donde no sólo descarta de plano la utilidad del método, sino que lo considera una amenaza en lo que respecta a la proliferación de mosquitos Aedes-aegypti, transmisores del dengue. Y le pide a la gente que de una vez elimine las botellas. Visto el éxito que tienen, no será fácil. Esta práctica de colocar botellas con agua en veredas, jardines y canteros de toda la ciudad de Buenos Aires no impide que los animales defequen u orinen sostiene el comunicado del Luis Pasteur. Los perros o gatos responden a una atracción olfativa y no visual como se pretende hacer creer. Pero para las autoridades de ese instituto que depende del gobierno de la ciudad no es simplemente una cuestión de falta de eficacia: resulta una amenaza para la salud de todos los que habitamos la ciudad agregan, ya que en pocos días más comenzará el período de los mosquitos Aedes-aegypti, transmisores del dengue, que colocan sus huevos en recipientes que tengan agua. Por eso recomiendan eliminar en el menor plazo posible todas las botellas de árboles, veredas, jardines y canteros e invitar a todos los vecinos a hacerlo para la prevención del dengue. El problema es que la teoría es un verdadero boom: ha corrido velozmente de boca en boca, regando de agua embotellada la mayoría de los barrios porteños. Es cierto que los adherentes son prolijos: las botellas están en general limpias, tapadas y a menudo atadas a los árboles con piolín o alambre. Igualmente cierto es que no existe la más mínima base científica para darle crédito. Claudio Gerzovich Lis, director del Servicio de Comportamiento Canino y Felino de la Facultad de Veterinaria (UBA), optó por la experimentación. Tanto me preguntaron por las botellas que, aunque no creo que tenga ninguna base científica, decidí hacer la comprobación. Llevé perros hasta un lugar con botellas y no hubo nada que indicara que daba algún resultado. ¿Hicieron pis igual? Claro. Lo interesante para mí es el fenómeno social: la necesidad que tiene la gente de creer en algo, de recurrir a una solución mágica. A mí me gustaría que alguien me explique cómo se puede difundir algo así tan rápido. Estas opiniones no hacen mella en el ánimo de los adherentes a la teoría de la botella. En el barrio de Colegiales, el dueño del almacén Marianito, de Céspedes y Conde, señala orgulloso las seis botellas que adornan su vereda. ¿Dan resultado? le preguntó este diario. En un 90 por ciento... Es que hay perros muy difíciles. ¿Y por qué cree que funciona? ¿Usted vio algún perro que orine en el agua que toma? No, porque es su alimento pregunta y se contesta. Bueno, es igual. A la vuelta, la dueña de un negocio de fotografía asiente. Yo miro a los pichichos y donde están las botellas no hacen pichín. Salvo alguno que tenga muchas ganas, esos que hacen un pichín largo... Pero es importante cambiar el agua todos los días, porque si está estancada no funciona. En el bando de los escépticos están los dueños de los perros. Y los paseadores, como Marcelo que lleva una decena de animales por la calle Gurruchaga. Hacen igual dice. Hasta parece que lo hicieran con más ganas donde hay botellas.
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