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ROBERTO ELIA EXPONE EN FRANCIA
Anacronismo crónico

Un centro cultural de avanzada en el este francés acaba deinaugurar una exposición de un artista argentino cuya obrareflexiona, entre otras cosas, contra lo actual y noticiable.

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Por Fabián Lebenglik
Desde Montbeliard

t.gif (862 bytes)  En la ciudad francesa de Montbeliard acaba de inaugurarse una gran exposición monográfica del artista argentino Roberto Elía (1950), en un espacio artístico de avanzada, Le 19 (El 19), el mismo Centro Regional de Arte Contemporáneo que hace un año organizó una enorme muestra de arte abstracto contemporáneo internacional en la que incluyó a otros tres argentinos: Tulio de Sagastizábal, Graciela Hasper y Magdalena Jitrik. El director del Centro, el crítico y curador Philippe Cyroulnik –quien está programando una nueva muestra de argentinos para el año próximo–, es un conocedor del arte latinoamericano -.especialmente el argentino, brasileño y cubano– y ha estado planeando y organizando la exhibición de Elía desde 1997: “Para mí -.explica–, Roberto Elía es uno de los más destacados artistas de la escena argentina. En su obra todo sitio, todo objeto y todo signo se transforman en un lugar donde el mundo se recompone”.

Montbeliard es una pequeña ciudad de la región francesa de Franche Comté, en el límite con la frontera suiza. Fue escenario de la Reforma religiosa del siglo XVI y el templo de St. Martin (construido en 1601) es una de las más antiguas iglesias luteranas de Francia.

La trama de la ciudad no sólo se explica por la Reforma. Desde la perspectiva económica es fuertemente industrial. Aquí está la planta principal –y el origen– de la firma Peugeot, que comenzó fabricando molinillos de café y máquinas de coser. El propio edificio reciclado que ocupa Le 19 fue una antigua sede de Peugeot.

La muestra -.la tercera del artista en Francia, pero la primera de carácter monográfico– se compone de obra que viajó con el artista, pero también, y fundamentalmente, de una mayoría de trabajos que el artista realizó aquí mismo durante el último mes: objetos, dibujos, esculturas e instalaciones.

Cada época tiene sus modos de percibir el mundo. La percepción actual es, básicamente, unana29fo02.jpg (7543 bytes) percepción distraída porque es requerida por fuertes estímulos simultáneos y continuos que se disputan la atención. El espectador contemporáneo está sobreestimulado y su capacidad de percibir se reparte entre todos esos ecos del mundo que captan o requieren de un estado alerta. Al mismo tiempo hay un culto por lo evidente, así como por todo aquello que Italo Calvino analizó en su libro póstumo Seis propuestas para el próximo milenio: rapidez, levedad, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia.

“A mí no me gusta lo evidente -.dice Roberto Elía–, la mayoría de las exposiciones que vi últimamente en Buenos Aires son demasiado frontales para mi gusto, porque buscan que la terminación sea precisa y la presentación, esterilizada... Cada vez que iba a una exposición tenía la ilusión de encontrarme con algo desconocido. Pero la mayoría de los artistas no parecen estar dispuestos a lanzarse hacia lo desconocido.”

Hay algo saludablemente anacrónico en su actitud. Elía se piensa a sí mismo en la tradición de artistas como Marcel Duchamp y Joseph Beuys: una genealogía artística que requiere de una enciclopedia ad hoc, porque el cuerpo de la obra de Duchamp y de Beuys es parte de un ritual que las excede: las obras dependen necesariamente de un contexto, de una actitud... son restos que quedaron de algo mayor, anterior o simultáneo, que debe ser reconstruido con ayuda de esa enciclopedia complementaria.

En la última década en la Argentina no hay artista que no se haya sentido tentado de hacer objetos, al punto que el objeto como género se ha transformado en una plaga, pero Roberto Elía construía objetos hace treinta años (antes de que la construcción de objetos fuera una moda), precisamente por su devoción con Duchamp. Sus otras obsesiones son la escritura, la literatura y la música. A lo largo de los años el artista lleva escritos a mano varios cuadernos, donde registra frases poéticas, sus distintos proyectos, las semillas de sus pinturas, objetos, performances, tintas, experimentos. Estos volúmenes representan una suerte de diario personal donde se mezclan su pasión por el arte y por la literatura. La literatura, la escritura, son muchas veces el paradigma de sus obras. En sus trabajos, generalmente, no hay ilusión de espacio porque la matriz de su producción tiene un fuerte componente dibujístico, gráfico, lineal, de caminos obsesivos, relacionados con el trazo y la escritura.

En esta dirección va su obsesión por constituir una poética, constantemente evocada en sus repetidas piezas denominadas Poética, es decir, en la serie de obras en que el artista escribe, dibuja o construye la palabra “poética” con componentes de su repertorio: clavos, broches, lápices, piedras... todos usados como si fueran letras.

Elía trabaja con un alcance de sentidos muy amplio y abierto pero con un repertorio de objetos e imágenes relativamente reducido algo así como una colección de elementos y situaciones que se repiten como series a lo largo de estos años, de estos treinta años de producción artística. Maneja una particular idea de realidad en la que siempre la vida cotidiana adquiere un carácter mágico y una dimensión nueva. Líneas de fuga paralelas que el artista consigue atrapar para darles la forma de un objeto.

No importa si esas líneas se materializan bajo la forma de un dibujo, una pintura, un poema, una escultura o si continúan teniendo el estatuto inmaterial de la palabra hablada.

na29fo03.jpg (5887 bytes)El artista construye una fuerte red asociativa alrededor del arte como paréntesis y digresión. Y el paréntesis introduce una lógica propia: es una incrustación que afecta el sentido de un relato bajo el disfraz de su prescindibilidad. Algo que se dice entre paréntesis puede no guardar una relación de enlace necesario con lo que se venía diciendo. Y tiene la marca ambigua de insertarse en un contexto que le es propio y ajeno al mismo tiempo. Pareciera que para comprender el sentido, lo que está entre esos signos puede obviarse, y sin embargo, uno de los modos de análisis más extendido en varias ciencias es abordar su objeto de estudio por este tipo de incrustaciones que se proponen engañosamente como “poco significativas”. En la serie Klammer (que en alemán significa tanto “paréntesis” como “pinza”), de la que se exhiben varios trabajos aquí, el artista presenta objetos encerrados entre estos signos gramaticales que los señalan y los preservan.

Los paréntesis funcionan casi del mismo modo en que lo hacen los marcos en relación con los cuadros –limitan, destacan, separan–, pero tienen una carga ideológica más fuerte.

El revés de trama de los paréntesis son los broches de madera para colgar la ropa, un objeto cotidiano que Elía viene usando desde hace años: transforma elementos banales en símbolos de la magia del arte. Con esos broches construye un alfabeto completo y una antropología que está registrada en una extensa serie de dibujos que ocupan completa una de las paredes del Centro Cultural.

Las exposiciones de Elía constituyen siempre una muestra “completa”, no en el sentido de la exhaustividad, sino por lo íntegras y acabadas. La suya es una obra que funciona mejor cuando se puede ver en conjunto que cuando se aprecia aisladamente, de a una. Esa es la condición que exige toda poética: la de una estética que se revela en el conjunto, en la permanencia y en esa sutil oscilación entre la extemporaneidad y el anacronismo. Se trata de una producción que no es precisamente “actual”, sino que exhibe un productivo e iluminador desajuste entre la obra y el mundo.

La exposición, que cuenta con un muy buen catálogo, se extenderá por dos meses.

 

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