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ELLA
Por Sergio Moreno

na36fo01.jpg (14587 bytes) t.gif (862 bytes) Ella arrastra tres niños, dos varones y una nena. A uno de los varoncitos lo carga en sus brazos, a pesar de que se lo ve grande y gordito. Los tres chicos son lindos, rubios. Ella es fea, de cabello castaño claro, por lo general sucio. Le faltan los dientes. Muchos, de adelante, por lo que se puede apreciar. Parece maltratar a los chicos, les grita, les grita como si no hubiese nadie en el colectivo que siempre toma, todos los días, para ofrecer señaladores a cambio de cincuenta centavos cada uno. Los señaladores son feos, ordinarios, pero esa no es la cuestión.

Ella les grita a sus niños con una voz fuerte, hosca, estruendosa, que se hace clara en el grito, en el reto, y contrasta con el gruñido que emite para ofrecer los señaladores a cambio de cincuenta centavos. Dice, en su gruñir, algo así como que vive en un hogar para madres y chicos excluidos, que el hogar queda en algún lugar de la provincia de Buenos Aires, que necesita el dinero para alimentar a los chicos, que les compren los señaladores a cincuenta por pieza. Ella lo dice rápido, mal, incomprensiblemente. Su discurso es interrumpido, invariablemente, por algún alarido. "¡Eduardo, vení para acá!", "¡Portate bien!", "¡Te voy a reventar, mirá!". Corta su discurso, una y otra vez, para gruñir a los chicos. Nunca los pierde de vista, como si fuese la guardia de torre de una cárcel. Su discurso de venta, de caridad, no importa. Los chicos no se portan mal, simplemente tienen los movimientos más lentos que ella. Y eso la irrita. Todo la irrita.

Ella entrega los señaladores con movimientos bruscos. Los deja sobre cada pasajero sentado del colectivo, los quieran o no. Camina rápido por el estrecho pasillo, siempre con su nene menor en brazos, en un brazo, mientras reparte los señaladores como si diese puñaladas. Y los retira como dando hachazos. Un poco peor cuando no se los compran. Un poco mejor cuando sí.

Nadie la mira. A lo sumo el pasaje, incómodo, mira a los chicos. Incómodo y con un dejo de indignación. Algunos compran, sólo dan monedas a cambio de que pase rápido. Pagan por no mirar. Por no escuchar. Los chicos son lindos, ella no.

Ella y sus chicos --presumiblemente sus hijos-- están sucios de una suciedad de uno o dos días. No más. La suciedad de más de dos días es diferente, es como si siempre hubiese estado ahí. La suciedad de ella y sus chicos parece que podría irse con un buen baño, con champú y jabón, que para ella deben ser bienes suntuarios.

Ella y los chicos tienen ropas que no están rotas, ropas que delatan que alguna vez ella y sus chicos fueron de clase media. Y ya no son.

Ella sube al colectivo de la línea 10, todos los días, y se baja a veces en Las Heras y Callao, a veces en algún punto de la avenida Santa Fe, a veces en Lavalle y Maipú.

Esa misma mujer, que parece transportada de un relato de Charles Dickens al Buenos Aires finisecular, tal vez quiera a sus hijos a pesar del maltrato y los gritos. Tal vez tanta irritación exasperante podría apaciguarse si no tuviese que trepar cada día al colectivo y bambolearse en el pasillo ante la mirada esquiva y suplicante del pasaje, para vender los señaladores que le permitan comer y alimentar a sus chicos. Quizás si tuviese una obra social; si hubiese una obra social que se hiciese cargo de ella y de todas las madres amargadas e irritantes, ella pudiese arreglarse los dientes. Y entonces, tal vez, podría sonreír. Y si tuviese un lugar donde limpiarse y bañar a sus hijos, si tuviese una casa con agua corriente y jabón y champú, hasta sería linda.

O tal vez no. Pero eso no se puede saber, porque ella tiene que subirse al 10 cada día, tiene que intentar vender sus señaladores, gritar a sus chicos, bajarse y volver a subirse a otro 10. Tiene que conseguir los 50 centavos por unidad. Y no hay obra social que se haga cargo. Y no hay casa, ni agua corriente. Y el champú y el jabón son, para ella, que está sucia, que es fea, que es blanca y de cabello castaño claro, que maltrata a los chicos, que exaspera al pasaje, que se trepa al 10, que para en un hogar de la provincia de Buenos Aires, bienes suntuarios.

Hoy estará de nuevo en el 10. Y alguien pagará para no ver, para que pase rápido.

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