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Por Eduardo Fabregat Desde México DF Había que ver la cara de Gustavo Cerati, en la trastienda del Teatro Metropolitan del Distrito Federal, intentando explicar lo que acababa de terminar. Sudoroso, sonriente, algo atosigado por una pequeña multitud de periodistas, allegados a la producción y fans, el músico que había certificado con hechos su carácter de ex líder de Soda Stereo buscaba palabras sin mucho éxito. "Fue intenso. Una cosa muy fuerte, que fluyó, algo que iba", decía, y ensayaba una onomatopeya explosiva y un gesto con su brazo hacia adelante, tratando de definir algo casi físico. La pasión es un bicho difícil de pinchar en el tablero, y la pasión fue lo que flotó en las primeras presentaciones oficiales de Gustavo Cerati como solista. Pasión desmedida y fanática desde un auditorio en llamas, pasión de músico absolutamente convencido de su camino desde el escenario. Cerati ya no es la cabeza principal de un monstruo llamado Soda Stereo. Cerati, por primera vez en su historia, está en el centro de la escena, jugando sus cartas. Y tiene varios ases en la mano. El Bocanada Tour (que continuará en Chile y que el 21, 22 y 23 de octubre desembarcará en el teatro Gran Rex) arrancó en un país donde Soda Stereo desató tempestades, desde mediados de los '80. Por eso fue lógico que las 3200 localidades del Metropolitan -un teatro bellísimo, recientemente remodelado, de visión perfecta en cualquier zona "y afinado en Do", según apuntó Cerati en la prueba de sonido-- se agotaran para las dos fechas, y que en la puerta hubiera varios desesperados clamando por una entrada. Y fue lógico que, apenas se apagaron las luces, todos los asistentes se pusieran de pie, y se mantuvieran en esa posición hasta el final. El público mexicano es tan fervoroso como el argentino, y cuando la ocasión lo merece está dispuesto a demostrarlo. Su fanatismo lleva a que se festeje largamente un show en el que apenas asoman tres temas de Soda -y no precisamente los hits más resonantes--, y Bocanada, el disco con el que Cerati despega conscientemente de la Gran Bestia Pop, está representado casi íntegro. Esa energía, desplegada sin pausa en los dos conciertos iniciales de la gira, es lo que llevó al guitarrista y cantante a la sensación de éxtasis con la que terminó su bautismo de fuego como solista. Para expresar esta nueva etapa, Cerati combinó en su banda dos pasiones conocidas: la tracción a sangre que lo acompaña desde que se colgó una guitarra -representada por Martín Carrizo en batería y Fernando Nale en bajo--, y los matices electrónicos gestionados por Flavio Etcheto y Leo García. Ese alambicamiento de dos mundos supuestamente opuestos resulta natural, y propicia una serie de matices que hace convivir la estructura de canción de "Río Babel" (título de apertura), "Perdonar es divino" o la potente "Paseo inmoral" -que prepara el terreno para el final de "Vuelta por el universo", un recuerdo de su experiencia junto a Daniel Melero-- con un basamento digital que se hace más patente en la notable mixtura de Bocanada o toma el protagonismo en "Pulsar". Comandando el Frankenstein, Cerati luce relajado, entregado al placer que en el debut logró solucionar una carga de nervios inédita para alguien con tantos años de show. Logra disimular el asombro por el coro permanente que ofrecen los mexicanos a todos los temas de Bocanada. Y no puede ocultar cierta satisfacción ante un grito colectivo que ya no es "Soda, Soda", sino que vocea su apellido. No es poco, teniendo en cuenta la potencia de su historia anterior. Aun cuando surgen nostálgicos como la chica que, en el segundo show, repetía como un mantra: "Música ligera, Gustavo, Música ligera". Gustavo, claro, no hace música ligera. Inmerso en su propio camino, concede dos canciones oscuras del célebre grupo, como "Zona de promesas" y "Sweet sahumerio", y los estribillos heroicos apenas reaparecen con una demoledora versión de "Hombre al agua" que cierra el bloque-Soda, ubicado en la mitad de la velada. De inmediato, Cerati se expone a una situación atípica: absolutamente solo sobre el escenario, con las manos vacías (¿cuándo se lo vio a Cerati sin guitarra?), entrega una conmovedora versión de "Verbo carne" con orquesta virtual y un fondo de imágenes tormentosas, que lo hace lucir frágil. Con todo eso, con su conocida obsesión por el detalle, una puesta notable de Eduardo Capilla que apela a la calidez de instrumentos disfrazados de madera, dos colgantes gigantes símil bronce, una constante proyección de imágenes oníricas, y el buen gusto de sus canciones, Gustavo Cerati arrancó su exposición pública de Bocanada con muy buen paso. En un show de dos horas que irá ajustando en el camino (hay momentos, como "Alma", que parecerían de más), el Solista Que Faltaba en la escena argentina demuestra una fortaleza de músculo artístico que predice buenos tiempos. Así se pudo comprobar en su fructífera aventura mexicana, un lujoso comienzo cuyo punto culminante se vivirá en octubre en el Gran Rex, cuando este Cerati modelo 99 vuelva a enfrentarse al público que originó algo llamado Sodamanía. Hoy, que Soda está lejos, Cerati aspira y pone el cuerpo: la bocanada resultante es una intoxicación tan sutil como refrescante. En palabras (cantadas) del mismo protagonista: "Uno toma otro barco aunque no quiera hacerlo/ fluir, sin un fin más que fluir". Fluir. Linda apuesta.
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