Los dos principales estrenos de hoy pueden verse como películas de estéticas opuestas: una es una nueva crónica realista del cineasta negro más importante de la actualidad, la otra una saga de una película que hizo del humor tonto y retro un arma efectiva.
|
Por Luciano Monteagudo El cine de Spike Lee siempre tiene una fuerte marca de contemporaneidad, de fresco social, de pintura crítica de la sociedad en la que el director vive y trabaja. Y S.O.S. Verano infernal no sólo no es la excepción sino que profundiza más aún es esta dirección, hace de un episodio que quedó marcado en la conciencia colectiva de Nueva York la aparición de un asesino serial llamado El Hijo de Sam, en el tórrido verano del 77 la excusa para volver sobre su tema de siempre: la ciudad como campo de batalla entre distintas tribus urbanas. Que, en este caso, y por primera vez en su cine, los personajes centrales no sean negros sino un grupo de ítalo-americanos de una barriada del Bronx no hace sino ratificar que la preocupación de Lee sigue siendo siempre la misma, dar cuenta de las tensiones y conflictos que laten y explotan en el heterogéneo cuerpo social de Nueva York.Ya lo había hecho, por ejemplo, de la mejor manera en Haz lo correcto y Jungle Fever, dos films con los cuales S.O.S. Verano infernal tiene más de un punto en común, por su estructura coral, por su puesta en escena de una violencia que parece inherente a su ciudad, por el peligro que significa para los habitantes de los distintos ghettos cruzar las rígidas fronteras impuestas por sus propios grupos de pertenencia. El punto de partida sobre el que aquí trabaja Lee son dos parejas, a partir de las cuales el director irá construyendo su mosaico. Vinny (John Leguizamo) es un peluquero de mujeres, casado con Diionna (Mira Sorvino), a la que engaña patológicamente, como si se tratara de un mandato de sangre. Por su parte, Ritchie (Adrien Brody) es un amigo de la infancia de Vinny, que está dispuesto a salir de la prisión del barrio. Para horror de sus compañeros de la calle, Ritchie luce un peinado punk, viste una remera con la bandera inglesa y sale con Ruby (Jennifer Esposito), que por no cumplir con los mandatos de sumisión y matrimonio que rigen atávicamente para las chicas de la cuadra hace tiempo que ha sido anatematizada. Las cosas se complicarán aún más para Ritchie cuando la muchachada descubra que está llevando una doble vida, como strip-dancer en un club gay de Manhattan. Lo destacable de S.O.S. Verano infernal es la manera en que Lee incorpora todo el ruido urbano a la tragedia de sus personajes, de qué modo el sonido y la furia de la televisión, de los diarios sensacionalistas y de la música de la época se incorpora al film en función dramática. En este sentido, es particularmente logrado el uso que el director hace de la banda de sonido, enfrentando dos universos antitéticos como el del punk y la música disco, que sin embargo convivieron en el tiempo y que en función de la película desnudan el desconocimiento y desprecio mutuos que se profesaban los seguidores de una y otra tribu. A su vez, no deja de ser cuestionable la condescendencia de Lee para consigo mismo, la facilidad no sólo con que se permite estirar su película mucho más allá de lo necesario (con 140 largos minutos), reiterando todo aquello que ya quedaba dicho y vuelto a decir, sino también haciendo demasiado explícitos algunos símbolos, como el llamativo cartel de DeadEnd (Sin salida), que preside el callejón alrededor del cual gira gran parte de la acción y que obviamente se refiere a la situación de sus personajes, aferrados a sus conductas atávicas. Mucho más inteligente, en todo caso, es la utilización de las matanzas de El Hijo de Sam, que funcionan como una puntuación del relato y, al mismo tiempo, como un disparador de las tensiones sociales que agitaban a Nueva York por aquellos días, como el gatillo capaz de poner al desnudo toda la violencia de una época en que la ciudad parecía un polvorín a punto de explotar.
|