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Por Verónica Abdala La escritora chilena Marcela Serrano se define como una lectora compulsiva que escribió su primera novela a los once años y creció rodeada de textos de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Luisa May Alcott, Raymond Chandler, Hammet, Virginia Wolf, Jane Austen, las hermanas Bronté, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, William Faulkner y Truman Capote, entre tantos otros. Tiene 48 años, dos hijas, un marido embajador y cinco novelas publicadas. Cree, acaso como resultado de la pasión por las letras que le transmitieron una madre novelista y un padre ensayista, que la única manera de escaparle a la realidad cotidiana es escribiendo. Confiesa que es cada vez más consciente de que le interesa llegar a convertirse "en una vieja sabia, y no en una vieja de mierda", y dice que se siente feliz de haber jugueteado en su quinta novela, "Nuestras señora de la soledad", que acaba de publicarse por editorial Alfaguara, con las claves de la literatura negra. Porque, explica, esa es la prueba de que ya ha saldado sus "cuentas ideológicas" con la sangrienta historia de Chile y con la discriminación a la mujer, dos temas que desde muy joven la obsesionaron. "Creo que logré exorcizar mis fantasmas en las cuatro novelas anteriores, cosa que era necesaria", reflexiona, en una entrevista con Página/12, que concede de paso por Buenos Aires. "Haberlo hecho me permitió sentir que tenía derecho moral a cerrar ese círculo y largarme de lleno a escribir este libro, que se diferencia de los anteriores, básicamente centrados en historias de mujeres contadas desde un punto de vista femenino. Ahora sé que puedo escribir sobre cualquier cosa, y simplemente concentrarme en contar buenas historias", puntualiza. Esas "historias de mujeres narradas desde un punto de vista femenino", que comenzó a publicar después de cumplir los cuarenta años, consiguieron hacerla famosa, al punto de que tiene docenas de miles de fieles lectoras diseminadas por el continente, y ya no se sorprende de que las revistas de actualidad se la disputen. La revista chilena Caras, por dar un ejemplo, le dedicó la tapa de su último número. "No sólo es, lejos, una de las chilenas más vendidas en los países de habla hispana, sino que sus libros le han permitido estrechar relaciones con importantes plumas latinoamericanas: Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Jorge Castañeda". En "Nuestra señora de la soledad", Serrano narra la historia de una escritora, C. L. Avila, que desaparece sin motivos aparentes. Y la de otra mujer, Rosa Alvallay, que la busca. El argumento parece servirle para hablar con obsesión de los puntos de vista posibles para un escritor profesional. El libro está plagado de expresiones que hacen referencia a la escritura ("¿Desde cuándo escribieron y trabajaron la misma cosa?"), los/las escritores/as ("¡Mitos! ¿Qué escritor no los necesita para posicionarse a sí mismo como un personaje?"), y hasta de confesiones del tipo "Soy novelista porque necesitaba ser dueña de algo, de algo legítimamente mío". --¿Hasta qué punto diría que su nueva novela es autobiográfica? --Es difícil saber eso, yo creo que la literatura es mitad imaginación y mitad memoria. Pero es mucho más fácil reconocer lo que proviene de la imaginación que esas vivencias o recuerdos que se van colando en lo que uno escribe. Puedo llegar a reconocerlas como propias, pero eso suele ocurrir mucho tiempo después de que la novela se publicó. --¿Le gustaría, por ejemplo, viajar de incógnito a algún remoto país, donde nadie pudiese encontrarla? --Esa es una fantasía universal. Sobre todo en casos como el mío, porque tengo una vida tan obediente y ordenadita... --No se identificará, entonces, con los escritores que escriben de madrugada, bebiendo alcohol y fumando. --¡Noooo! No creo en el cuento del escritor maldito. Yo soy muy disciplinada: jamás escribiría de noche, jamás escribiría con un trago en la mano. Escribo por la mañana, me gusta la luz y el sol. Pero, eso sí, soy capaz de escribir doce o catorce horas seguidas. Y si una página no me gusta la puedo llegar a reescribir diez veces. --¿Cómo es eso del "punto de vista femenino"? ¿Usted cree que el arte o, en este caso la literatura, puede clasificarse por género? --Pues sí, absolutamente. Pienso eso, aunque por ese motivo he tenido infinidades de problemas e indeseados enfrentamientos con colegas, mujeres y, sobre todo, hombres, que trataban mis novelas como basura, y no precisamente porque las estuvieran evaluando en términos literarios. Al punto de que en numerosas oportunidades, pensé en dejar de escribir definitivamente. Si no lo hice fue porque me acostumbré a la soledad. Para decirlo de algún modo, estoy convencida de que, como Stevenson clavó su alfiler en la novela de aventuras, Chandler en la novela negra y Proust la puso en la psicológica, creo que hay también una mirada de género, y que allí clavé yo mi alfiler. La escritura oficial, la milenaria, es masculina, por eso parece lógico que haya tantas mujeres que escriben como hombres. Sin embargo, hay otras que no lo hacemos y decidimos escribir de otro modo. --¿Esa diferencia estaría dada por la técnica que utilizan, por las temáticas que abordan, por el estilo, o por el lenguaje? --Tiene que ver con una mirada particular, a la que quedan supeditadas todas esas variables, sobre todo el lenguaje. Es decir, si tu te propones reflejar lo que siente una mujer íntimamente, en su psicología profunda, escribirás con otras palabras, sobre otros temas y con un estilo que en seguida reconocerán las otras mujeres. Es ver de otra manera el mundo.
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