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El fin de los tiempos
Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

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t.gif (862 bytes) UNO Presente, pasado y futuro. Todo junto. ¿Qué se puede hacer cuando eso ocurre? Poco y nada. Dejarse ir y a ver qué pasa. Mirar. Súbitos avistamientos. Mirar para arriba, por ejemplo, para imaginarse a esa nave terrestre llamada Mars Climate Orbiter desaparecer para siempre sobre la superficie de Marte. Un grave error de navegación, dicen los especialistas mirando para cualquier otro lado. No está resultando fácil la conquista de Marte. Un fracaso detrás de otro y –suele ocurrir– los habitués de Expedientes X que no dejan de pensar en conjura extraterrestre con enlace terráqueo. Una cosa está clara: el futuro –eso que va a acabarse el 31 de diciembre de 1999 para instalarse definitivamente en las playas del presente– no está resultando ser lo que prometían ciertas novelas de ciencia-ficción.
dos. Dos películas tontas. ¿Cada vez hay más películas tontas o siempre las hubo? Una de ellas se llama Crueles intenciones y reclama para sí la “originalidad” de aggiornar un clásico para convertirlo en algo comprensible –en algo inmediato e inequívocamente presente– para los jóvenes de hoy y los hombres del mañana. Ya pasó con William Shakespeare y Jane Austen traducidos a trash-food. Crueles intenciones es la modernización bulímica, cocainómana y neoyorquina de aquella despiadada novela epistolar de 1782 firmada por Pierre-Ambroise-François Choderlos de Laclos titulada Las relaciones peligrosas. Final cambiado para que la mala pierda, el malo se redima pero la buena gane con un cierre curiosamente moralista y anticuado donde el bestial espíritu Easton Ellis se vuelve algo paradójicamente dócil y más digno de esas películas de Walt Disney. Otros clásicos y American Pie –una de las estúpidas campeonas del estúpido verano norteamericano– perpetúa la reformulación de los clásicos como pantalla para disimular la falta de ideas. El problema es que aquí el clásico en cuestión es otra película (una película antigua) llamada Porky’s. En las dos películas, la misma historia de siempre: la virginidad y cómo perderla y encontrarla.
tres. El fin de los tiempos equivale al mismo tiempo. Noche de viernes, festividades de la Mercé en Barcelona y por un lado Serrat en la Plaza Catalunya satisfecho de regalar y de que le regalen la cómoda gloria de la leyenda bien establecida, la bendición de lo atemporal. Por otro lado, también, Goran Bregovic –el músicalizador de ese clásico atemporal de Emir Kusturica llamado Underground– y sus Banda de Bodas y Funerales haciendo temblar el empedrado de las calles con ese broncíneo entusiasmo entre marcial y orgiástico que puede, a veces, puede alcanzar el estruendo. Pasar de Serrat a Bregovic caminando por calles góticas y estrechas sin saber en qué época uno se encuentra y preguntándose si desplazarse por los canales de Marte no sería un poco así. Arriba, en ese sitio que por comodidad llamamos cielo, estallan los fuegos artificiales y aquí, en ese sitio que por comodidad llamamos tierra, el arzobispo de Barcelona critica el poster de diseño arábigo del cartel de las fiestas “de raíces inequívocamente cristianas” de la Mercé.
cuatro. Y otra vez Juan Pablo II, uno de mis personajes favoritos súbitamente convertido en cartógrafo de las regiones invisibles. “Creo que es el pontífice más funky que ha existido”, dijo Bono días atrás. Ahora, el Papa hace patente su preocupación por el descontrol informativo, por lainformación como materia tóxica en manos de irresponsables. A Philip K. Dick le hubiera gustado la idea: personas derrumbándose en las avenidas, espuma blanca en la boca y los ojos en negro. Epilepsia informática mientras se pone a punto el lanzamiento de un canal televisivo y religioso de cobertura europea. La Fe mueve montañas y escala ratings. Las cámaras de televisión, mientras tanto, en todas partes. Hasta en los aeropuertos. Ahí estoy, espero a alguien y, de improviso, me descubro rodeado por personas al hombro de cámaras que esperan a alguien. Las puertas se abren, las luces se encienden, los micrófonos se lanzan hacia adelante como dardos y el tipo sale con cara de pocos amigos y renqueando. Me suena conocido pero, no no puede ser y, sí, es cuando alguien le grita “¡Diego!” Es Maradona pero no el Maradona que yo recuerdo de apenas unos meses atrás. Es un Maradona gordo y ajeno. Tal vez sea un Maradona enviado desde el futuro, un Maradona Terminator. Lo miro sin créermelo y pienso en el Maradona del pasado: ese que se ve en televisión de vez en cuando, el Maradona en blanco y negro que asegura que su sueño sería jugar en la Selección. No puede ser este Maradona y descubro que se me perdió el Maradona intermedio, el que yo pensaba como Maradona Presente. Miro fijo al Maradona Futuro que se aleja perseguido por los traficantes de información. Busco la fecha y la hora en los relojes del aeropuerto. Necesito la fecha y la hora pero ninguno de los relojes funciona. El tiempo está roto, pienso.

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