Por Raúl Kollmann Matemos un rehén y
tirémoslo afuera. El grito de Cristian, es decir de Martín Saldaña, retumbó en
el Banco Nación de Ramallo. La esposa del gerente asesinado, Flora Lacave, le relató
ayer la dramática escena al juez Carlos Villafuerte Ruzo y le contó que a partir de ese
momento la pelea entre los delincuentes se hizo feroz, al punto que Saldaña le apuntó a
Hernández y accidentalmente se disparó un tiro. Los tipos se mo-vían de un lado
al otro, tomaban vino todo el tiempo, tragaban sedantes como si fueran caramelos y se la
pasaban amenazando con que iban a volar todo. Decían que eran seis, pero yo no vi más
que tres. Se comunicaban con alguien a través de un aparatito. No sé si era un handy,
porque no los conozco, describió la mujer entre sollozos. El testimonio de la
señora de Chaves no aportó elementos clave a la investigación: precisó que en el auto
ella iba adelante, encima de Carlos Martínez, el único delincuente que sobrevive; le
parece que no hubo disparos desde el auto y, además, le indicó al magistrado que a las
cuatro de la mañana Saldaña resolvió cortar la negociación y decidió que todos
salieran en el coche.
La entereza de la mujer fue increíble. El relato la quebraba emocionalmente,
lloraba, pero a los pocos segundos se rehacía y quería seguir declarando. Obviamente
sigue muy confundida, shockeada y no fue muy precisa. No se acuerda muy bien de los
detalles y sobre todo tiene pocos recuerdos de los últimos segundos, después de que el
auto salió de adentro del banco, relató una fuente que presenció la declaración.
Yo abrí la puerta del garaje testimonió la señora Lacave. Es mentira
que alguien haya tratado de empujar la camioneta que estaba cruzada. No fue así. Abrí y
de inmediato Martínez me obligó a ponerme encima de él en el asiento de adelante. Lo
que más recuerdo era la oscuridad. Cuando vi que todo estaba oscuro presentí que las
cosas iban a salir mal. El coche avanzó y a los pocos metros todo fue un infierno. El que
estaba abajo mío seguro que no disparó, porque yo trataba desesperadamente de abrir la
ventanilla para que vieran que nosotros estábamos adentro. Después sólo traté de
cubrir el pecho de mi esposo para evitar que le pegaran un balazo al explosivo que le
colgaba en el pecho. Y al final, ya no me acuerdo nada, me desmayé.
El más agresivo era ese Cristian. Pegó varios culatazos y algunas patadas. Uno de
ellos tenía un aparatito en la mano y hablaba con alguien de afuera.
¿Era un handy?
No sé, no sé qué es un handy contestó la mujer.
En verdad, el aparato de radio, con frecuencia policial, sigue siendo uno de los grandes
misterios del caso. Está probado que los delincuentes se comunicaban con alguien al
principio fue un oficial de la Bonaerense- a través de ese handy, pero el aparato
desapareció. Ayer, al juez le llegó un dato: el aparato estaba en el coche Polo después
del fatal desenlace. Sin embargo, nunca fue secuestrado y el juez lo da por desaparecido.
Se trata de un elemento importante: indicaría que los delincuentes tenían algún nivel
de contacto con policías antes y en los primeros momentos del asalto al banco.
Ese Cristian se puso loco le contó la señora de Chaves al juez. Miguel
(Javier Hernández) propuso terminar con todo, entregarse. Pero Cristian empezó a los
gritos matemos un rehén y tirémoslo afuera, decía. Ese fue el peor momento. Ellos
discutían a los alaridos. Ya habían tomado muchísimo alcohol y se tragaban una pastilla
de sedantes detrás de otra. Entonces Cristian decidió que había que salir. Yo vi que
dejó el teléfono y hasta escuchaba que alguien le seguía diciendo algo. Pero ya estaba
enloquecido y sólo quería salir. Ahí fue cuando me obligó a abrir la puerta. La
señora no pudo aportar más datos. No sabe con quién se comunicaban los delincuentes,
aunque le parece que hablaban a través de dos celulares y ese aparatito. En
algún momento, un integrante de la banda le dijo que conocían bien el lugar, que lo
habían estado observando durante varios días y que el golpe estaba bien planeado. La
señora Lacave no pudo precisar tampoco si había otros integrantes de la banda afuera del
banco ni cómo se hizo la planificación del asalto.
El magistrado volvió desde la clínica de Lincoln a su despacho en San Nicolás con pocos
elementos nuevos. Sabe que no obtuvo respuestas a la mayor incógnita que tiene: quién
estuvo detrás de la banda que asaltó el banco, cuáles eran sus conexiones y quienes son
los demás integrantes. Villafuerte Ruzo cree que hay una conexión policial del caso,
pero le faltan bastantes piezas del rompecabezas.
DIJO QUE ENCONTRO UN MAGISTRADO
INTEGRO
Soria visitó a Villafuerte
Por Horacio Cecchi
Desde San Nicolás
Durante
nueve días, desde que asumió como ministro de Justicia y Seguridad en reemplazo de
Osvaldo Lorenzo, Carlos Soria disparó con munición gruesa contra el juez Carlos
Villafuerte Ruzo. No puede ser juez y parte dijo y repitió. Debe
apartarse de la investigación. También: No estuvo a la altura de los
acontecimientos. Se refería, por supuesto, a la masacre de Villa Ramallo que lo
ubicó a él en el ministerio y a Villafuerte en su mira. Ayer, después de mantener una
extensa reunión con el juez casi una hora y media, en San Nicolás, Soria
parecía haber ingresado en una tregua cuando dijo: Me encontré con un magistrado
íntegro, con convicción, y me anticipó que es su voluntad seguir interviniendo. En ese
caso le vamos a dar todo nuestro apoyo para avanzar en la investigación. Soria no
recorrió 300 kilómetros con las manos vacías: entró en el juzgado con el decreto de
disolución de los GEO ya firmado por Eduardo Duhalde (ver aparte), y aportó el sistema
Excalibur para cruzar las llamadas que se hubieran realizado hacia el banco, una de las
obsesiones de Villafuerte Ruzo.
El encuentro tuvo lugar en Ameghino 387, el juzgado federal 2 de San Nicolás donde, desde
la masacre de Villa Ramallo, las puertas permanecen cerradas bajo llave y con custodia
policial cada vez que se espera una presencia importante. Ayer fue la de Carlos Soria. La
reunión ya se venía anunciando en las primeras horas de la tarde, mientras Villafuerte
se encontraba en Lincoln tomando declaración a Flora Lacave, la única rehén
sobreviviente y, como tal, testigo clave en la investigación.
El juez llegó a las 17.30, después de que el avión de la Prefectura que lo transportaba
desde Lincoln se posó en el Aeroclub de San Nicolás, y Soria seis minutos más tarde,
tras aterrizar en el mismo aeroclub.
Fue el primer encuentro personal entre los dos polos de la álgida investigación por la
masacre de Villa Ramallo. Media hora después se incorporó a la reunión el fiscal
federal local, Luciano González Valle. Recién a las 18.55 Soria asomó por la puerta del
juzgado. Fue entonces cuando reveló haberse encontrado frente a un magistrado
íntegro y con convicción de seguir en la causa.
Ante esta respuesta agregó Soria le vamos a dar todos los elementos de
que dispone el ministerio a mi cargo para que pueda avanzar rápido en la
investigación. Uno de esos elementos es el sistema Excalibur que permitirá cruzar
todas las llamadas realizadas al banco durante las 20 horas que vivió Villa Ramallo
previas a la masacre. El mismo sistema utilizado durante la investigación por el
asesinato de José Luis Cabezas. De todos modos, el ministro no abandonó su deseo de que
Villafuerte se apartara de la investigación y citó jurisprudencia: el caso Penjerek, un
crimen que conmocionó a la sociedad en la década del 60 y que Soria se encargó de
recordar como una recusación del juez a cargo de aquella causa, en una decisión avalada
por la Corte Suprema.
También entregó datos para investigar la hipótesis de una confabulación policial
contra Duhalde, una línea que el propio gobernador había asumido para explicar la
masacre cruzada en su camino al sillón presidencial. Por la mañana, Soria había
avanzado en esa dirección: El ultraje a las tumbas judías de La Tablada y Ramallo
están vinculadas, había asegurado. Son demasiadas casualidades juntas.
Aunque al retirarse Soria de la reunión, la confabulación empezaba a perderse entre las
sombras. No contamos con elementos contundentes para avalar la hipótesis. No hay
una Maldita policía dijo. Hay policías malditos.
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