Por Juan Forn Cuando Heinrich Böll ganó el Nobel en
1972, sus primeras palabras fueron: ¿Cómo yo y no Grass?. Ayer, cuando
Günter Grass supo que el Premio le había tocado a otro alemán, lo que dijo fue:
Tengo la impresión de que él estaría de acuerdo. Seguramente: y no sólo
Böll sino unos cuantos millones de lectores en todo el mundo. Durante los últimos veinte
años, el nombre de Grass fue sistemáticamente citado y luego relegado entre
los candidatos anuales al premio que otorga la Academia Sueca, produciendo solapada
satisfacción entre los enemigos cada vez más numerosos que fue cosechando en su país
con sus opiniones en favor de las minorías y contra la unificación alemana. Ayer, sin
embargo, el orgullo nacional echó un piadoso manto de olvido a ese maltrato, sin
privarnos de ironías. Como la del presidente del Pen Club germano, Walter Jens, quien
declaró pomposamente: Es un premio a la fuerza expresiva de la lengua
alemana. O la de Martin Walser, camarada de Grass en el legendario Grupo 47 y hoy
furioso derechista: Ya iba siendo hora, aunque sólo fuera por El tambor de
hojalata (hace unos años, a propósito del viraje ideológico de Enzensberger y
Walser, Grass comentó con sorna: En los 60 los dos estaban mucho más a la
izquierda que yo, y hoy me duele el cuello de intentar seguirlos).Grass recibió con
orgullo y alegría la noticia (Ser candidato me mantuvo joven durante los últimos
veinte años; ahora comienza mi vejez), y prometió no comportarse como un
galardonado, como lo demuestra el hecho de que acudiera a una cita con su dentista
(casi una humorada, teniendo en cuenta que una de sus obras teatrales se llama,
precisamente, Cita con el dentista), aunque los periodistas lo abrumaban en la puerta de
su casa incluso desde horas antes de conocerse el veredicto.Grass nació en 1927 en
Gdansk, cuando la ciudad se llamaba Danzig y era parte de Alemania. Aunque sus padres eran
polacos, fue reclutado por las Juventudes Hitleristas en la adolescencia (Tenía 14
cuando leí Tempestades de acero, de Jünger, y me fascinó esa glorificación de la
guerra y de la muerte, pero poco después encontré en la biblioteca de mi tío un
ejemplar de Sin novedad en el frente, de Remarque, y fue una especie de antídoto
providencial contra Jünger), cerca del fin de la guerra fue enviado al frente,
donde resultó herido y enviado a un campo de prisioneros norteamericano. Al recuperar la
libertad, trabajó como minero en Hannover y como cantero en Düsseldorf, antes de
ingresar en la Academia de Artes de Berlín. Su primer dilema, al elegir la literatura,
fue cómo enfrentar el mandamiento-prohibición enunciado por Theodor W. Adorno (no
es posible escribir después de Auschwitz). En un ensayo de 1991 confesó:
Sólo sabía que ese mandamiento sólo podía refutarse escribiendo. Pero de Adorno
tomé prestado mi precepto: renunciar al color puro, usar los matices infinitos del gris.
Hoy diría que lo que no se puede es dejar de escribir después de Auschwitz, salvo que el
género humano quiera renunciar a sí mismo. En la tremenda posguerra alemana,
Hans-Werner Richter había fundado una cofradía conocida como el Grupo 47 (integrada,
entre otros, por Böll, Hans-Magnus Enzensberger, Martin Walser, Ingeborg Bachman y
Sigfried Lenz): Grass accedió pronto al núcleo duro de la agrupación, cuyas actividades
consistían en invitar a un autor a leer sentado en la silla eléctrica, para
luego recibir las críticas a lo leído sin tener derecho a respuesta. Si bien a lo largo
de los 50 Grass se trasladó a París, donde subsistía como ilustrador, siguió
asistiendo a las reuniones. De hecho, un premio del Grupo 47 a la entonces inconclusa
novela que intentaba escribir en un sótano parisino (tan húmedo y lleno de gas
carbónico que le produjo tuberculosis) le permitió terminar El tambor sin tantos
apremios.A partir de entonces su vida cambió: la publicación del libro en Alemania
generó una ola de acusaciones (desde pornografía hasta traición a la patria), paralela
a la inmediata devoción con que fue recibida por los jóvenes (y, curioso detalle, a una
merma alarmante en la venta de anguilas a lo largo y a lo ancho del territorio alemán).
Grass declaró que sólo si se ha perdido algo se puede recrearlo, en referencia a la
monumental reconstrucción de Danzig que realizaba en su libro (en Diario de un caracol,
de 1972, sería aun más enfático: Un escritor, hijos, es alguien que escribe
contra el tiempo que pasa). Para confirmar esa afirmación, dio la espalda a la fama
y el escándalo suscitados por El tambor para continuar su trilogía de
Danzig: en 1961 sería el turno de El gato y el ratón, y en 1963 llegaría Años de
perro (en 1989, volvería a usar Danzig como escenario, en la novela idílica Malos
presagios). Es sugestivo observar hoy la obra de Grass: cada novela larga aparece marcada
por el espíritu que caracterizó cada década de la segunda mitad de siglo (los 50 en El
tambor, los 60 en Años de perro, los 70 en El rodaballo, los 80 en La ratesa, el fin de
milenio para Es cuento largo). Entre ellas se escalonan las novelas breves (de las cuales
Encuentro en Telgte, de 1979, donde retrata al Grupo 47, es la más lograda), algunos
libros de poemas (hay una antología publicada por Visor) y, desde los 80, sus muestras de
pintura y escultura (Helmut Frielinghaus, amigo íntimo de Grass, declaró: A veces
creo que su obra plástica le dio más dinero, y sin duda más alegrías, que su obra
literaria). A propósito del dinero, tres detalles que pintan a Grass de cuerpo
entero: 1) compró la casa de su venerado Alfred Döblin en Berlín y la donó al
municipio de la ciudad, junto con un abultado monto para crear un premio literario para
autores jóvenes; 2) desde El rodaballo, antes de la salida de cada libro invita a todos
sus traductores, repasa el libro línea por línea con ellos y cuando los despide, no
contento con haberse hecho cargo de los gastos, regala a cada traductor un cuadro o
grabado suyo; y 3) ayer anunció que donará gran parte de lo que reciba por el Nobel
(casi un millón de dólares) a una fundación en ayuda de los gitanos, uno de los
rostros olvidados de la historia que retrató con maestría en su obra.
entre comillas |
Grass es, junto a Heinrich Böll, uno de los escritores
que mejor retrataron a Alemania en este siglo. Junto a Böll es un emblema de la posguerra
alemana: criticó al nazismo, al socialismo, al capitalismo; es un poco más amargo que
esa a veces aburrida corrección política que suele premiar la Academia Sueca. En
realidad no creo mucho en el Premio Nobel, porque es un premio más ético que
literario: los escritores más importantes del siglo no lo obtuvieron. Alemania necesitaba
de la literatura para repararse del daño que hizo el nazismo, y Grass junto a Frisch,
Böll y Dürrenmatt encarna a una generación que intentó escribir después de
Auschwitz. Gabriela Massuh (directora de Cultura del Goethe Institut).
Hace mucho tiempo que no me sentía tan contento con un
Nobel. Soy un viejo lector de Grass, lo he seguido desde el 47 y siempre he estado
de acuerdo con sus ideas. Se podría tender una línea entre Cien años de soledad y El
tambor de hojalata, claros ejemplos de la novela de posguerra. Se me ocurre que al
gobierno alemán no le debe haber hecho gracia. Darle el Nobel a Grass es darle poder a un
disconforme. Héctor Yánover (poeta, ex director de la Biblioteca Nacional).
Además de escritor, Grass es una personalidad de la
cultura y de la política: un Nobel clásico. Escribe como un río desbordado, y produce
un efecto similar al de la poesía de Olga Orozco. Si uno logra sobrevivirla, recorre
paisajes maravillosos, se adentra en una profundidad increíble. Muchos, sin embargo, se
ahogan en el camino. Ana María Shua (escritora).
Me hubiera gustado que se lo dieran a un poeta. Leí sus
primeros libros, y me gustó mucho El gato y el ratón, una novela de iniciación. Desde
lo literario, no creo que Grass haya hecho un aporte estilístico novedoso. Luis
Gusmán (escritor).
Grass es un gran escritor, un narrador notable. Durante
muchos años enfrentó al establishment e hizo una de las críticas más impresionantes al
nazismo. Pero el Nobel es un premio político, y por eso uno lo lee como una consagración
de la política progre. Si bien tuvo en su haber furcios como haber premiado a Cela, en
las últimas décadas se tiende a lo políticamente correcto. Haber elegido a Grass tiene
más que ver con las actitudes políticas que con su prosa. Guillermo Saccomanno
(escritor). |
Perfil de un intelectual insobornable, alejado de la
demagogia
Un celoso conservador de lo humano
Por Osvaldo Bayer
Lo
conocí a Günter Grass en 1982, en Berlín, en ocasión del congreso de escritores
latinoamericanos realizado en el Instituto Ibérico Americano y que llevó el nombre de
Horizonte. Cuando lo vi aparecer, solo, con su cara bonachona fui enseguida a
saludarlo y él se alegró de que un latinoamericano pudiera ayudarlo a hacerse entender.
Me dijo que tenía muchas ganas de saludarlo a Juan Rulfo, el autor que más
admiro. Lo buscamos a Rulfo. Por supuesto Rulfo no había leído a Grass; en cambio
Grass había leído todo Rulfo. Bueno, no era mucho, dada la brevedad de la gigantesca
obra del mexicano. No era fácil de traducir el mexicano de Rulfo al alemán. Por
usted, aprendería español, para poder leerlo en su original, le dijo Grass a
manera de saludo. Bueno, y por qué no aprende mexicano, ya que está insinuó
Rulfo, en voz baja.
Sentí una profunda alegría cuando ayer me dieron la noticia de que Günter Grass había
recibido el Nobel. El hombre de la fantasía y la responsabilidad. El intelectual de la
ética, de la línea insobornable. Sentí la misma alegría que cuando recibió ese premio
Heinrich Böll, en 1972. Dos intelectuales con la misma línea: la defensa de los
humillados y ofendidos. Los dos apasionados por describir esa Alemania herida para siempre
después del Holocausto, y tratar inútilmente de interpretar el porqué de la tragedia
definitiva. Heinrich Böll más descriptivo y cristiano. Grass más intuitivo y
libertario. Un cristiano a la Francisco de Asís, ese Heinrich Böll, defensor sin miedos
de todos los jóvenes alemanes que salieron a la calle a impedir que Alemania sirviera de
base a los aviones yanquis que bombardeaban Vietnam. Günter Grass, con el calificativo de
anarquista de izquierda, pintado en su puerta por los neonazis. No les bastaba
una palabra para calificarlo, debieron repetirse para describirlo mejor.
Aunque Grass siempre fue un socialdemócrata, amigo íntimo de Willy Brandt. A los dos se
los veía charlar entusiasmados como dos muchachos que hacen planes para robar nísperos.
Pero ese mismo Grass gritó su indignación que la dijo con todo su rostro y sus
ojos llenos de fuego y lágrimas cuando los socialdemócratas votaron la reforma de
la Constitución menoscabando el derecho de asilo. Se los gritó en la cara a todos los
señorones de la política alemana en la iglesia de San Pablo, en Francfort. Grass no
sólo expresa con literatura sino también con la mano abierta hacia los gitanos que
siguen rodando desde milenios por esa Europa dura y racista y hacia los kurdos,
pueblo víctima de la sociedad turca.
Política y memoria más allá de su oficio inagotable de literato picaresco y barroco.
Nunca se lo vio quejarse ni llorar futuros ni ponerse en víctima (ese soldadito tímido y
soñador en 1945, de 17 años, obligado a disfrazarse de militar y tomar un máuser, en el
caos de la derrota, el crimen, la bajeza, la huida). En vez de poner hoy cara importante
de triste, ese ciudadano bonachón y ya un poco encorvado se ríe a boca llena con su
humor popular pero se crispa de ira cuando los representantes del pueblo hablan de
democracia y consiente en vender armas a los jerarcas de pobres pueblos del Tercer Mundo.
Todo sin pedanterías. No escenifica su pensamiento. Lo dice en la calle, a la gente que
se para a saludarlo. Como cuando en 1991, en plena euforia por la caída del Muro, dijo su
Discurso de la pérdida que resonó en medio de la fiesta: quien en el
presente recapacite sobre Alemania y busque respuesta al problema alemán, debe incluir
Auschwitz en sus pensamientos.
Es un antidemagogo. Ejerce la fantasía como oficio pero obliga a la responsabilidad.
Perdóneseme esta elegía. Espero se comprenda mi alegría: Grass es un celoso conservador
de lo humano.
El escritor como testigo de una era de cambios
Holocausto, muro y reunificación
Por Alfredo Grieco y Bavio
Los dos
acontecimientos más catastróficos de la Alemania del siglo XX, el fin del Tercer Reich
nazi en 1945 y el surgimiento del Cuarto Reich después de la reunificación en 1991,
ocuparon el lugar central en la obra de Günter Grass. Y la opinión pública alemana
siguió las posiciones de Grass con un interés único, como el que quizá no concedió a
ningún otro intelectual de su país. Después de la caída del Muro de Berlín en 1989, y
aun en los años de la Perestroika y nuevo deshielo del bloque soviético, Grass fue
siempre claro y contundente. Alemania oriental (la República Democrática Alemana, el
país comunista que levantó el Muro en 1961) debía ser respetada en sus diferencias, y
no incorporada brutalmente al orden disciplinado de la Alemania capitalista y eficiente.
No hay que insistir en que ocurrió exactamente lo contrario a los planes de Grass y de
otros intelectuales, y que la incorporación de la Alemania del Este significó la condena
de sus habitantes al desempleo y al refugio en la extrema derecha.
En su última gran novela, Es cuento largo, Grass resumió y expuso su concepción de la
reunificación. El crítico literario más famoso de Alemania, Marcel Reich-Ranicki,
emblema de la buena conciencia germanooccidental (que es mucha) y mandarín cultural en la
prensa, rompió el libro ante las cámaras de la televisión nacional. La foto del
crítico furioso fue tapa del grueso semanario Der Spiegel, que en 1963 había puesto la
de un joven y seguro de sí mismo Grass después de la publicación de El tambor de
hojalata, su novela sobre la llegada del hitlerismo al poder.
La perspectiva local que Grass adopta para narrar el problema nacional es una perspectiva
prusiana. Es decir, el punto de vista de los sometidos comunistas en la reunificación. El
protagonista de Es cuento largo se llama Theo Wutke. Lo esencial es su apodo, Fonty: su
manía es identificarse con el gran novelista berlinés del siglo pasado Theodor Fontane
(1819-1898), que vivió la unificación alemana de 1871 orquestada por Bismarck, el
canciller de hierro antisocialista, que convierte a la de 1990 en una remake. Las novelas
de Grass siempre se han complacido en las simetrías y las refracciones. En Es cuento
largo abundan. Fonty y Fontane tienen la misma fecha de nacimiento, han debido renunciar a
carreras literarias para trabajar como empleados (todos los grandes libros de Fontane
fueron escritos después de los 55 años), ambos participaron en revoluciones (el primero
en la de 1848, y el segundo en los motines de los obreros berlineses de 1953 condenados
por Brecht) y luego trabajaron para regímenes represivos.
Tanto Fonty como Fontane tuvieron relaciones peligrosas con la policía secreta. En la
guerra franco-prusiana, Fontane fue arrestado como espía y salvado sólo gracias a la
intervención personal de su archienemigo, el canciller Bismarck. A lo largo de la novela,
Fonty es perseguido por la temible STASI, policía secreta comunista. La presencia
constante de la STASI, del quiebre de la privacidad por un Estado que quiere averiguarlo
todo sobre ella, coloca al mundo pasado que Grass evoca en el mismo contexto del fin de
siglo que lo premia con el Nobel. ¿Cómo no añorar el pasado y desatar la furia
televisiva de los críticos en un mundo donde la privacidad ha dejado de ser imaginable?
Cuando se la violaba, en Alemania oriental, era porque existía, pero cómo dejó de
existir es cuento largo. Las palabras con las que el padre de una de las
heroínas de Fontane enfrentaba una Historia que siempre le había sido hostil.
entre comillas |
Lo hemos estado esperando mucho tiempo. Aunque sólo
fuera por El tambor de hojalata, Grass merecía desde hace muchísimo tiempo el
premio Martin Walser (escritor alemán)
Ninguna obra de la literatura alemana de posguerra ha merecido tanto reconocimiento
internacional como la compleja y llena de imaginación del escritor de Danzig. Quien lea
su obra conocerá el tono de su intención artística: lo que le importa es la justicia.
Su poesía, sus dibujos y grabados, sus ensayos, diarios íntimos y novelas son testimonio
no sólo de un hombre de letras comprometido, sino de una cabeza política. Se ha premiado
a un ciudadano del mundo cuya voz literaria da prueba de una cierta forma de
`patriotismo, por más que a él no le guste esa palabra. Michael Naumann
(Ministro de Cultura de la República Federal de Alemania)
Una buena noticia de efecto anticíclico. No sólo
Heinrich Böll diría que Günter Grass se merecía este reconocimiento desde hace mucho
tiempo. El premio llega tarde, pero a la vez en el momento indicado, ya que al premiar esa
obra tan exuberante se reconoce su efecto contemporáneo: la mentalidad que lleva la
impronta de Grass, una postura intelectual de la cual se sigue nutriendo la República
Federal en la actualidad. Jürgen Habermas (filósofo alemán)
Me alegra la noticia de que Günter Grass reciba el
Premio Nobel en este año, lo que podría haber sucedido mucho tiempo antes. Como artista
y como contemporáneo, Grass fue un crítico observador de la historia alemana de
posguerra y, en los últimos diez años, también del proceso de reunificación alemana.
Que se reconozca esa postura política y su rango literario nos alienta para continuar.
Pienso que la literatura alemana de posguerra está dignamente representada por sus
premios Nobel Nelly Sachs, Heinrich Böll y Günter Grass. Christa Wolf (escritora
alemana)
Es un día muy feliz para mí: cumple 30 años uno de mis
hijos y Günter Grass gana el Premio Nobel. Voy a festejar ambos acontecimientos. Alguna
vez definí a Grass como el `escritor viviente más vigoroso y multifacético: es
uno de los grandes de la literatura del siglo XX. John Irving (escritor
norteamericano)
Ah, es bárbaro. Gerhard Schroeder (canciller
alemán)
Me alegro por mi amigo de toda una vida. Johannes
Rau (presidente alemán) |
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