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Por Esteban Pintos Ocurrió quince (¿trece? ¿dieciséis?) años después. Y encima un miércoles a la noche. Pero, finalmente, sucedió: una de las bandas inglesas más influyentes de la década del ochenta con una importante repercusión en la Buenos Aires dark de aquellos años pisó un escenario porteño. No fue una noche de sala llena ni mucho menos, pero todo lo negro que aún circula por ahí, tal vez no a simple vista como podía verse en un show de Fricción en 1986, estuvo. Y estuvo Ian Mc Culloch, con cuarenta años recién cumplidos y su porte de dandy existencialista. Mac the Mouth (Mac el bocón), el compañero de andanzas de ese otro diamante loco del pos-punk inglés llamado Julian Cope que puede aventurarse, nunca vendrá a la Argentina, el hombre que aulló a la luna asesina en busca del espíritu de Jim Morrison, el bebedor y futbolero compulsivo, montó su numerito personal, para regocijo de viejos fans.Mc Culloch condujo en la noche del miércoles los restos de lo que fue Echo & The Bunnymen (sólo el filoso guitarrista Will Sergeant permanece de la formación original), una banda formada hace 21 años en la ciudad de Los Beatles y que abrevó en las fuentes de inspiración de la ensoñación eléctrica de los texanos The 13th Floor Elevators tanto como en las experiencias instrumentales de los Doors y el fervor guitarrero de The Byrds, por citar tres nombres decisivos en su conformación. De ahí en más, pulieron un tipo de romanticismo trágico que cabalgaba por sobre un línea de bajo incesante y un colchón de guitarras eléctricas, para dar como resultado un par de obras maestras del dark británico como fueron los discos Crocodriles (1980, el primero y, sostienen muchos de sus fans, el mejor de todos) y Ocean Rain (1984), piedras fundamentales de todo un movimiento mundial que bien rebotó en Argentina a través de un álbum clave de Soda Stereo (Signos, nada menos). Aquello y el carisma escénico de Mc Culloch, hicieron el resto, al menos en Europa. Estados Unidos, se sabe, nunca fue un territorio amistoso para ingleses sensibles y oscuros. Aún así, la banda tuvo su cuarto de hora por un par de canciones que deberían integrar cualquier recopilación de alto nivel de la década pasada. Precisamente eso el carisma de Mac, Rescue, Do It Clean, The Killing Moon, Lips Like Sugar y otras tantas, la ductilidad guitarrística de Sergeant, una banda de acompañantes irreprochable fue lo que se vio, en la penumbra de una sala que hasta hace poco cobijó una comedia musical para niños. Como corresponde a aquellos artistas que llegan por primera vez a una tierra lejana y ciertamente exótica para ellos, el set tuvo poco y nada de novedad. Sólo dos canciones de un último disco modelo 99 (el clasicista What Are You Doing With Your Life?) y lo mismo del anterior, el del renacimiento de la banda como marca, titulado Evergreen. El resto, para delicia de la concurrencia (unas 900 personas), fue pura reseña de su mejor historia: pasaron, entonces, canciones de los iniciáticos discos Heaven Up Here, Porcupine y otras también luego incluidas en las dos muy buenas recopilaciones, Songs to Learn & Sing (1985) y el más reciente Ballyhoo (1997). Sutiles y aunque no lo parecía, fervorosas interpretaciones de Seven Seas, Altamont, The Cutter y de una pequeña joya como Over the Wall, completaron un show lo suficientemente enérgico (¿o fue el propio Mc Culloch que azuzó al público tratándolos de discapacitados físicos, al principio?) para que todos se mantuvieran de pie, bamboleándose levemente y siguiendo con la mirada los elegantes y por momentos graciosos movimientos del cantante. Cantante es exacto, porque el maduro Ian parece haber dejado la guitarra y decidido dar rienda suelta a una faceta de crooner que tanto le gusta. No estuvo nada mal, entonces, escuchar ahí, en vivo y en directo, esas y otras buenas canciones de amor, desamparo y vacío etílico, con la madera de calidad que tienen los músicos ingleses que hacen rock inglés y del bueno. Que no genera pasión, por lo menos la pasión con que se entiendecierto otro tipo de rock en Argentina. Pero que si provocaron un leve estremecimiento por la contundencia que imponen y la destreza con que lo ejecutan. Con la calma de un par de baladas y la mesurada furia de otras pasajes de distorsión pura sin pedales de efectos en las guitarras, por ejemplo, el primer show de Echo & The Bunnymen en Buenos Aires dejó una sensación de deuda saldada. Que en época de crisis, bien se valora.
AULAS PELIGROSAS, OTRA DE TERROR
DE ROBERT RODRIGUEZ Por Horacio Bernades Me voy cinco minutos, y cuando vuelvo, ya están todos convertidos en aliens, se queja uno de los protagonistas de Aulas peligrosas, ante quien podría ser su amigo o un monstruo extraterrestre. Desde la primera Scream, la ironía y el guiño autorreferencial son marcas de autor del guionista Kevin Williamson. En este sentido, Aulas peligrosas es un Williamson auténtico, aunque desparejo. Mucho menos rigurosa que Scream, el tándem integrado por Robert Rodríguez en la dirección y Williamson en el guión funciona cuando funciona más como un dúo de amigotes divertidos que como auténtico equipo creativo. Algo parecido a lo que ocurría con el propio Rodríguez y Tarantino en Del crepúsculo al amanecer, la anterior del mexicano.Película que requiere espectadores cómplices, en Aulas peligrosas las abundantes citas a films de terror y ciencia-ficción se vuelven, más de una vez, robo liso y llano. Si en Scream los protagonistas se la pasaban debatiendo sobre Noche de brujas y otros paradigmas del subgénero de cuchilleros locos, aquí el modelo es Los usurpadores de cuerpos, que hasta llega a suscitar discusiones teóricas entre los alumnos de una highschool. El plantel de profesores del Herrington High es la plataforma de desembarco elegida por unos asquerosos calamaretes del espacio, que crecen y se reproducen por medio del agua y van tomando posesión de los cuerpos de las víctimas. Siguiendo al pie de la letra el canon genérico, es la falta de emociones humanas, la rigidez muscular y, en este caso, la tendencia a ducharse demasiado lo que permite a nuestros héroes reconocer el enemigo en el semejante y plantar combate. Como prescribe el canon, los tentaculados bicharracos tienen una debilidad: si se secan, mueren, entre borbotones y espumajos. ¿El mejor modo de secarlos? Clavarles en el ojo la misma droga que pone high al alumnado. Que los docentes sean aliens, el agua mineral (bebida favorita de los yuppies), su consumo prioritario, y una droga, el antídoto son apuntes que dotan de una refrescante corrosividad a Aulas peligrosas.Pero son sólo apuntes. Dueños de la cada vez más poderosa productora Miramax, los hermanos Weinstein mantuvieron firme vigilancia sobre el producto, cuidando el marketing con un elenco de chicos y chicas fashionable, intrigas románticas y una banda de sonido poblada de hits. En medio de una chorrera de citas a Psicosis, Aliens, El enigma del otro mundo, Robert Heinlein y siguen las firmas, Rodríguez y Williamson aprovechan para burlarse de Stephen King, Spielberg, ET y Día de la independencia. No perdonan ni a Neve Campbell y Jennifer Love Hewitt, protagonistas de anteriores películas con guiones de Williamson. E introducen, tanto como para divertirse un rato, algunos elementos discordantes: un chico o chica algo más grunge, Salma Hayek afeada y la sexy Famke Janssen como súbito calamar sin cabeza.
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