"El único reproche que puedo hacerle es que no haya dejado
apóstoles", le dijo Bernardo Neustadt a Carlos Menem al comenzar la semana, como si
ya le estuviera dando la bienvenida al purgatorio de los retirados. Ningún hombre puede
luchar contra el tiempo y Menem es uno de los que más lo intentó, pero le quedan pocos
meses y en la recta final los ritmos se aceleran como el remolino de un desagüe.
Al mismo tiempo que sus colaboradores
comenzaban a preparar la retirada de la Casa de Gobierno, él era repudiado en el
Parlamento de Colombia por impulsar una intervención en ese país apadrinada por Estados
Unidos. Y prácticamente su último acto de política internacional será una
demostración de solidaridad con el ex dictador Augusto Pinochet al no asistir a la Cumbre
Iberoamericana en Cuba. Intervencionista en Colombia y con el país de Fidel Castro, pero
defensor de la soberanía cuando se trata del ex dictador chileno o del golpista paraguayo
Lino César Oviedo.
Quizás era éste el sentido de la frase de
Neustadt porque difícilmente otro gobernante argentino se atreva a encarnar ese rol de
aliado incondicional de los Estados Unidos sin haber conseguido siquiera una mínima
retribución por los servicios prestados. "Espero que también se acuerden de
nosotros", expresó Menem el jueves en el país del Norte cuando Bill Clinton
anunció la condonación de parte de la deuda externa de los países pobres.
Las jornadas que le quedan en el poder serán
las peores para el Presidente, serán días de soledad y debilidad.
Pero Menem se las arregla para que su gestión siga produciendo más ruido que la campaña
electoral. "El enriquecimiento es un signo de progreso", respondió la
secretaria de Medio Ambiente, María Julia Alsogaray, cuando le preguntaron por la
repentina fortuna de uno de sus colaboradores, Mario De Marco Naón, titular del Instituto
Nacional del Agua y el Ambiente (INA). Algo parecido ("es fruto de mi trabajo")
contestó ante los jueces el ex presidente del Consejo Deliberante y ex sindicalista José
Manuel Pico cuando le preguntaban por sus 22 propiedades y cerca de dos millones de
dólares. "El boludo puso todas esas propiedades a su nombre...", fue lo único
que se le ocurrió exclamar a la diputada oficialista Loly Domínguez. Cuando se le
preguntó a María Julia Alsogaray por el fastuoso casamiento de De Marco Naón en Alaska,
respondió que, por lo general, el padre de la novia es el que paga la fiesta. Estos diez
años han sido una fiesta para pocos y no ha sido precisamente el padre de la novia quien
la pagó.
El final del gobierno menemista será
consecuente con su historia, entre escándalos por corrupción y escasa voluntad por
investigarlos. La oposición, más interesada en la disputa por el poder, no encontró
más argumentos en la interpelación a la secretaria que los brindados por el periodismo.
Pero será una de las pruebas más importantes si llega al gobierno porque es donde ha
generado más expectativas. En el cada vez más reducido entorno menemista, integrado por
unos pocos leales de primer nivel y funcionarios de segunda línea que no alcanzaron a
subirse al carro de Duhalde, todas las especulaciones sobre el futuro se hacen sobre la
base del triunfo de la Alianza que, según ellos, facilitaría el retorno de Menem en el
2003.
"La gente ya no quiere oposiciones
salvajes --afirman--, vamos a ser una oposición política, pero también depende de lo
que hagan ellos." Esta última advertencia apunta principalmente a las
investigaciones por corrupción. Si la Alianza gana, confían en que Menem será la cabeza
del justicialismo en la oposición, con un Duhalde muy golpeado por la derrota electoral,
un Carlos Reutemann sin historia peronista y un José Manuel de la Sota con poco piné
para hacerle sombra. En ese cuadro, al nuevo gobierno se le plantearía una situación
parecida a la que debió afrontar Raúl Alfonsín cuando quiso juzgar a los militares. La
decisión de investigar los actos de corrupción que se cometieron durante estos diez
años sería presentada como una agresión política al justicialismo en pleno, una
declaración de guerra.
En ese escenario hipotético, el gobierno de
la Alianza quedaría apretado entre la gobernabilidad --puesta en juego por una guerra
abierta con el justicialismo-- y la credibilidad, que es su mayor base de sustentación.
Los códigos actuales de la política han descartado los grandes gestos, por lo que sería
más previsible un intrincado sendero de negociaciones políticas que deberían involucrar
también a la Justicia, con una Corte con mayoría menemista, igual que el Senado, y con
la mayoría de las provincias con gobernadores justicialistas. La lucha contra la
corrupción y por la independencia de la Justicia han sido las dos banderas más claras de
la oposición y ambas quedarían desprestigiadas si se eligiera ese camino. De esa manera,
se confirmarían las esperanzas menemistas para el 2003.
"El veneno que mata al débil es un
reconstituyente para el fuerte, y éste no le llama veneno", reflexionó Federico
Nietzsche, que no conoció a Carlos Menem. La corrupción, que es uno de los peores
estigmas de la administración menemista, podría convertirse así en uno de sus
reconstituyentes. Se cumpliría así esa reflexión nietzschiana con Menem en el lugar del
Superhombre o del Anticristo, según se lo mire con mucha filosofía.
De hecho, no solamente podría convertirse en
un potente corrosivo para un futuro gobierno de la Alianza sino que ha funcionado también
como un salvavidas de plomo alrededor del cuello de Duhalde. Los escándalos de María
Julia y de Pico en plena campaña atentan contra la credibilidad de su discurso pese a
todos los esfuerzos que ha puesto el gobernador bonaerense para poner distancia. Duhalde
necesitaba que el gobierno mantuviera muy bajo perfil durante la campaña, pero la
dinámica de esta realidad impuso su juego, donde los platos rotos del gobierno menemista
serían pagados por sus adversarios y, al mismo tiempo, limpiarían los obstáculos de su
camino hacia el 2003.
"Nunca se ha visto hacer una tortilla
sin romper ningún huevo", decía el general Juan Perón, y en este caso pareciera
que los primeros huevos que se romperían en esta cocina serían los de Duhalde. Quedaría
por verse cómo hará la Alianza para salvar los suyos, si es que consigue desalojar a
Menem del lugar de cocinero.
Por lo menos es lo que parecen decir las
encuestas que se conocieron durante la semana, donde la Alianza figura con una amplia
ventaja sobre su competidor. Gallup le dio 19 puntos de ventaja y Analogías 20. En ambas,
el triunfo opositor se repite, con menos margen, en la provincia de Buenos Aires. Haime,
en cambio, midió un empate bonaerense a partir del acuerdo del duhaldismo con las huestes
de Domingo Cavallo.
Con esta lectura, el bunker delarruista
sugirió no publicitar demasiado las cifras para no alentar la dispersión del voto
antigobierno. El comando duhaldista denunció que todas las encuestadoras están
contratadas por sus adversarios. Exhibió, en contrapartida, los triunfos de los
candidatos justicialistas y sus aliados en la mayoría de las provincias donde se
efectuaron elecciones y asegura que tiene encuestas propias que los ponen a la cabeza de
la competencia.
Para los encuestadores, el veredicto de las
urnas ya no tiene misterio y es difícil que se modifique en los pocos días que faltan
para la elección. Pese a las declaraciones más políticas que lógicas con que el
duhaldismo debe enfrentar esta realidad virtual que tejen las encuestas, sus operadores
están empezando a diseñar una estrategia que pasa por alcanzar el ballottage. "Si
llegamos al ballottage, ganamos", es la frase más realista que mantiene la esperanza
en el comando electoral justicialista.
El triunfalismo está tan instalado en la
Alianza que incluso arriesgó la incorporación de Raúl Alfonsin a la campaña en el acto
de ayer en La Plata. Al ex presidente se le podría aplicar la misma frase de Nietzsche:
el accidente que casi lo mata parece haberlo fortalecido, o al menos eso piensan sus
correligionarios, al punto de no temer por el fantasma de la hiperinflación con que sus
adversarios y gran parte del electorado lo crucificaron. Es una movida de la interna
radical que difícilmente hubiera progresado si De la Rúa no estuviera tan confiado en
las cifras de las encuestas.
Cuando Neustadt lo criticó por no dejar
apóstoles a Menem le brillaron los ojos y sonrió. |