OPINION
Por Mario Wainfeld Los dos, micrófono de por medio, se asomaron a sus respectivos
futuros. Lo hicieron hablando, cada cual, a su manera. Caracterizados de sí mismos, en
sendos momentos a su modo dramáticos, Raúl Alfonsín y María Julia Alsogaray fueron
(quedó tercero, pero de lejos, el Yeneral González Lino Oviedo) los
personajes políticos de estos días. La secretaria de Medio Ambiente comenzó a
transitar, cuesta abajo, la rodada de su decadencia, caída y desfile por tribunales. El
ex presidente empezó a moverse en un universo que todo indica está por
transformarse de virtual en real: el de la distribución de poder dentro de la Alianza
cuando sea gobierno.
Alsogaray se defendió como pudo bastante bien, en una conferencia de prensa y
en una sesión pública de una comisión de diputados. Se mostró tal cual es: lacónica,
hierática, con una falta de expresividad que puesta en su cara (cada vez más idéntica a
la de su papá), su cuerpo, su trayectoria y su apellido suena a desprecio. No perdió
jamás la línea y hasta se permitió algún momento de humor: cuando le preguntaron si no
le parecía demasiado fastuoso el casamiento de su subordinado Mario de Marco Naón,
deslizó los casamientos los paga el padre de la novia. Así fue en mi caso.
Una demostración de clase. De clase social dominante, se entiende.
Micrófono de por medio, la funcionaria zafó, en parte por su cintura y en parte por la
falta de precisión de las flechas que le arrojaron periodistas que eligieron criticarla
antes que sondearla a fondo, y diputados opositores que con un puñado de
excepciones (Darío Alessandro, Jorge Giles, Rafael Flores las más notorias)
tenían en su carcaj muy poco más que un puñado de recortes de diarios.
Pero esos dos empates mediáticos obtenidos como visitante no equivalen a una victoria
política. El futuro político y el judicial de Alsogaray son muy sombríos. En días
previos a la elección los diputados peronistas la defendieron con más disciplina que
entusiasmo pero si como todo indica el PJ vuelve al llano después del 24 de
octubre habrá muy pocos compañeros dispuestos a darle una mano o protegerla: purgar los
símbolos más chocantes del menemismo no será sólo afán de los aliancistas. También
de los peronistas que tendrán como poco que maquillarse de nuevo y
comoalgo que cambiar de cara si quieren recuperar las banderas arriadas
durante el ajuste.
Suele decirse y con razón que Alsogaray es emblemática del menemismo y el lugar común
es, en este caso, riguroso. Representa el giro copernicano del justicialismo respecto de
sus aliados y adversarios históricos. También la frivolidad de una camarilla gobernante
que la reconvirtió de una técnica adusta en una aspirante a las tapas de las revistas
del corazón.
Pero la Secretaria en desgracia representó, más que nada la sobreactuación desaprensiva
con la que el peronismo acometió una modernización en alguna medida inexorable. Porque
si privatizar era un sino no era imprescindible poner esa gestión en manos de los
representantes (ideológicos y comerciales) de los empresarios privados. Porque si entrar
de arrebato en el sistema económico mundial era un sino, era insensato dejar el manejo
del medio ambiente (un recurso estatal para mitigar la tendencia predatoria de la libre
empresa) a una fundamentalista del capitalismo salvaje. A una ecologista que
tenía el berretín de ponerse pieles de animales muertos sobre la suya propia.
No tiene aliados políticos de fuste (hasta su papá pasó a retiro efectivo). Los
peronistas no menemistas (el 25 de octubre lo serán casi todos) quieren sacársela de
encima. La Alianza quiere castigarla y el propio Fernando de la Rúa le prodiga una
inquina especial porque ella fue pieza maestra y operadora de la jugada que le birló
a manos del peronista Eduardo Vacca una banca de senador en 1989.
Para redondear, el oportunismo y el afán de limpiarse de toda mácula de menemismo no
sólo abundan en la clase política. También en buena parte de la justicia federal de la
servilleta. Esa tendencia y los desaguisados de su gestión, percibibles hasta desde
Alaska, empujan a Alsogaray a un desangelado comienzo de siglo después de una década de
protagonismo.
Los tiempos políticos son de vértigo, los ecológicos se dejan medir en décadas. Eso
tardará en ponderar la sociedad cuánto pagará por haber puesto en manos manifiesta
(dolosamente) inadecuadas el medio ambiente. Ese balance será, todo lo indica, mucho más
caro que la pésima administración de María Julia.
La interna entre bambalinas
¿Se imagina cómo quedaría (Eduardo) Duhalde si ganara las elecciones?,
pregunta el operador delarruista. Y antes de que Página/12 ponga cara de imaginarse, le
redondea la comparación: No le debería nada a nadie. Ni a (Carlos) Reutemann ni a
(José Manuel) de la Sota ni a Menem. Apenas tendría que `pagar a un puñado de
fieles. Es lo mismo que le pasa a Fernando (de la Rúa). No le debe nada al aparato
radical. Tiene las manos libres para formar su gobierno. Nadie nos puede
condicionar, redondea mientras adorna su rostro con una sonrisa indeleble. Es claro
que no fue un error de sintaxis lo que lo hizo pasar de la primera persona del singular a
la del plural.
Tiene motivos para pensar así. Si gana, De la Rúa tendrá en términos políticos un
fuerte capital con pocas deudas que pagar. Es un outsider en la interna radical,
condición que acentuaron varios correligionarios pateándole en contra o jugando a
desgano en la campaña. Un camino que inició el cordobés Ramón Mestre que apostó a una
derrota o a una victoria estrecha del radicalismo en la interna aliancista... y perdió
ese pase y la gobernación de su provincia. Que siguieron los dirigentes de Chubut, Río
Negro, Tucumán y Catamarca.
Y que obraron con mayor delicadeza pero también con claridad Federico Storani y Leopoldo
Moreau. Una desconfianza histórica que ellos suelen explicar en términos de
diferencias ideológicas tiñe su relación con elcandidato. Por eso ahora, antes
que integrarse al gobierno, buscan apuntalar espacios propios. Storani ha elegido para
consolidarse la presidencia de la Cámara de Diputados que también pretende el
delarruista Rafael Pascual.
Ellos se equivocaron dos veces describe un dirigente muy cercano a Enrique
Nosiglia, se apuraron a considerar acabado a Alfonsín hace años y creyeron que De
la Rúa los necesitaba para ganar. Pero Alfonsín sigue vigente y De la Rúa va a ganar
sin su apoyo por 20 puntos. Se quedaron afuera, dice, con sonrisa indeleble.
Lo cierto es que los ex cofrades de la Junta Coordinadora han adoptado frente a la
candidatura de De la Rúa caminos distintos. Nosiglia se involucró a fondo en la
campaña, con dinero, logística, consejos y mucho savoir faire. Tiene buen diálogo con
el candidato y Melchor Posse (odiado de por vida por Moreau y Storani) es su cabecera de
puente en la provincia. Dispone de un kit de propuestas en nombres y
políticas sobre seguridad para colocar en la nación y en la provincia. A todo eso
debe añadirse una capilaridad con el peronismo que ningún radical y ningún
frepasista puede igualar. Es claro que Coti no ocupará cargos en el gobierno pero
pesará en las decisiones nacionales y de provincia porque ha urdido un lazo de confianza
con el presidenciable.
Su relación con Carlos Alvarez ha sido siempre tormentosa y está distanciado hace tiempo
de Graciela Fernández Meijide (con quien tenía buen trato y afecto paridos hace años
cuando militaban juntos en organismos de derechos humanos) pero, político al fin, dialoga
en buenos términos con los dos dirigentes más cercanos a Chacho: Darío Alessandro y
Alberto Flamarique. Y, según cuentan delarruistas de ley, no se priva de elogiar a esos
chachistas ante el presidenciable.
Escenarios
Para los delarruistas de la primera hora, la UCR es un semillero poblado por socios
minoritarios y demandantes de mucho más de lo que acumularon.
Para Storani y Moreau, un bastión a apuntalar para garantizar un perfil progresista y un
peso propio dentro de la Alianza. Con un pensamiento táctico que comparten varios
dirigentes frepasistas, quieren (y operan para) que Alfonsín sea en el futuro el custodio
de la coherencia ideológica de la Alianza, un ariete para controlar eventuales
desviaciones de De la Rúa y equilibrar la hoy descompensada relación de fuerzas
internas. La presencia del ex presidente en cancha de Estudiantes tenía sin duda ese
designio.
Nosiglia también anhela una restauración de la UCR, cuyos dirigentes perdieron casi
todas las elecciones provinciales, seguramente pensando en consolidar un sesgo más
dominante que el actual sobre el Frepaso a largo plazo (la hegemonía absoluta de la UCR
fue algo que él y Posse más gritaron que susurraron a De la Rúa, que los desoyó el
día en que le ganó la interna a Fernández Meijide). No piensa en Alfonsín y De la Rúa
como cabezas de dos posibles líneas internas sino como dos pesos pesado de un partido de
gobierno entre los que hay que tender complejos puentes. Según fuentes que suelen contar
fielmente lo que él piensa, se imagina a sí mismo como el ingeniero de esos puentes.
Alfonsín volvió el viernes, a su manera, en la tribuna, con el índice acusador en
ristre y manteniendo su oratoria fogosa aún con el cuerpo dolorido. El accidente que
privó al peronismo de usarlo como argumento electoral mejoró su alicaída imagen
pública. Pero la convalecencia lo dejó fuera de la construcción de lo que pinta como
una inédita victoria electoral. Su centralidad del viernes fue, entonces, más un
homenaje a su trayectoria que un dato certero acerca de su actual poder, relegado por
quienes integran las fórmulas de candidatos. No es el número uno pero sí un
protagonista que ha reaparecido. Y nadie se priva de pensar cuál serásu lugar en un
mundo cuyas coordenadas empezarán a dibujarse dentro de tres domingos.
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