Por Susana Viau Alguna vez todos fueron
felices. Carlos Menem aceptaba, en 1988, ser el testigo de boda de la rubia María Luisa
Marilú Svord con el único diplomático que apoyaba al riojano: Oscar Spinosa
Melo, Sardinita para el menemismo, Lassie para Marilú, el
brujo en otros círculos. El día del casamiento, cuando se formuló el ultimátum
ritual de ¿acepta usted por esposa a..?, Spinosa Melo se dio vuelta, miró a
Menem y le preguntó: ¿Qué le digo?. La diversión y la vida marital duraron
hasta 1991, cuando luego de un confuso episodio con una mujer en un hotel de la Recoleta,
el embajador argentino en Chile, Oscar Spinosa Melo, debió renunciar al servicio
exterior. En 1993, el presidente Menem, contrariando sus costumbres, pidió su
exoneración. Un diluvio de denuncias caía sobre el ex embajador que, con el tiempo,
debió abandonar su piso de Callao y Alvear para mudarse a un departamento de Catalinas
Sur. No volvió a cambiar el jeep blanco Suzuki y de sus dos perros salchicha, le queda
uno con nombre de caballo de carrera: Bad Boy. Publicó un libro, Sobre el volcán que,
asegura, no le valió un solo juicio y anunció otro, La Erupción del que adelantó un
capítulo inquietante. En el pico de su mala fama se definió como el único
funcionario menemista cuestionado que no está acusado de chorro. En esas mismas
épocas había prometido: Dentro de dos años Menem habrá dejado de ser presidente
y ya no tendré que guardar más respeto a su investidura. Entonces vamos a tener una
charla (...) Están llegando los tiempos de decir las cosas tal como han ocurrido.
Pero Menem fue reelegido. Hoy, cerca del final, Spinosa Melo cree que el plazo está
sobradamente cumplido y relató a Página/12 los detalles del primer viaje a Siria del
entonces candidato justicialista a la presidencia.
Cuándo conoció a Carlos Menem?
Hace muchísimo tiempo, en 73, 74. Cuando yo volví de Dinamarca. Fue en
un restaurante que se llamaba Fechoría. Ahí tuve la percepción de que ese hombre tenía
un futuro político. En los años de la dictadura no lo vi y volví a reencontrarlo siendo
yo cónsul en Venecia. Yo había contribuido a la reorganización del Partido
Justicialista en el año 83, colaborando con Enrique Petracchi y conocía a muchos
políticos. Por Venecia pasaba todo el mundo y pasó también Eduardo Menem. El me
informó de la próxima llegada de Carlos. Carlos, efectivamente, llegó al mes con un
grupo de amigos, entre los que estaba el dueño de una peluquería llamada Adán, una
señora, Nora Alí, y una rubiecita, bastante mona, que no recuerdo qué función
cumplía. Estuvimos todo el día en Venecia, paseando, y de ahí me convertí en, digamos,
su representante en Europa. Esa es un poco la historia. Vico siempre decía que, cuando
viajaban, al pie de la escalerilla siempre estaba yo. Y, cuando llegó el momento de la
lucha interna y Menem se presentó contra Cafiero, yo era uno de los pocos funcionarios
públicos y, por supuesto, el único diplomático que estaba con Menem. El radicalismo me
había mandado a Arabia Saudita, donde yo tenía buenas relaciones con ciertos miembros de
la familia real e iba permanentemente a Europa. Me pedí una licencia extraordinaria.
Accedieron y volví a Buenos Aires, donde hice la campaña interna en la que Menem
resultó triunfador.
Usted viajó a Medio Oriente con Menem.
Fui invitado por Menem a acompañarlo en la visita que iba a realizar a Siria y el
único que lo acompañó en las dos entrevistas más importantes de ese viaje.
El motivo del viaje era, digamos, sentimental.
Bueno, yo creo que había distintas razones. En mi libro Sobre el volcán, hable de
la primera y me pareció prudente reservarme la segunda. Menem, me parece, tenía dos
objetivos: el primero era satisfacer su ego visitando la tierra de sus antepasados como el
candidato del partido más importante del país; segundo, buscaba apoyos económicos.
¿La visita tuvo carácter oficial?
No, no lo tenía en origen, pero después se oficializó. No es nada extraordinario,
es una cosa que suele ocurrir. Además los sirios, en alguna medida, tampoco querían
perderse la posibilidad de una mejor relación y ver qué podían obtener del paisano
exitoso. Lo alojaron para mi disgusto en el Sham Palace, que es del gobierno.
¿Usted conocía Siria?
No.
Pero tenía alguna idea respecto del mundo árabe.
Eso sí. La lectura de Los siete pilares de la sabiduría me había fascinado. Ahí
estaba pintado lo que era la lucha de los imperialismos en el Medio Oriente. La tesis
sobre la que yo estaba trabajando para, de acuerdo con la Ley de Servicio Exterior,
ascender a ministro, es decir para estar en condiciones de ser embajador. era La
política exterior del Medio Oriente y obtuvo la calificación de sobresaliente y
con derecho a publicación. Fue la más alta calificación de esa promoción. La hice en
el exilio dorado de Arabia Saudita al que me había mandado Caputo después de Venecia y
Menem no ignoraba que yo estaba estudiando este asunto. Además conocía el Líbano,
Egipto y el colegio al que había asistido, en Suiza, había sido un buen lugar para tomar
contacto con personas de Medio Oriente. Estaban, por ejemplo, el hijo de un personaje muy
famoso, Daniel Chamoun, hijo del ex presidente Camil Chamoun, el hermano del rey Hussein.
Por otra parte, en Suiza había muchos iraníes que fueron amigos míos y a los que
visité en Teherán. Después, lógicamente, el destino en Arabia Saudita me deparó la
posibilidad de hacer, en los trailer de la familia real, todo el viaje que hacía el
ferrocarril hasta Damasco. Al costado de la vía se veían, todavía, los restos de los
vagones que había volado Lawrence.
¿Carlos Menem conocía el Islam o, en realidad, lo que conocía era la colectividad
árabe de la Argentina?
El Presidente no tenía ni remota idea del mundo árabe. Recuerdo que una noche, en
una comida, estábamos sentados a la mesa los integrantes de la comitiva, Paco Mayorga,
Miguel Angel Vico, Luis Santos Casale, Ramón Hernández y Pedro Roiffe nunca me
expliqué cómo había hecho para entrar a Siria siendo judío, tuve que hacer una
explicación de lo que era Siria, la historia, la política, el Partido Baas. Todo eso
ante el fastidio de Casale porque era el que bancaba la parada. Pero Menem ni siquiera
habla árabe. Las audiencias que tuvimos en Siria fueron en español y con intérprete,
por eso yo me enteré de todo. Es más: el único que hablaba algún idioma aparte del
castellano era Mayorga.
¿Cómo fue la reunión con Haffez El Assad?
Yo creo que no estaba calculada. Pero eso nunca se sabe, quizás por razones de
seguridad, hasta el último minuto. La audiencia llegó cuando ya pensábamos que no iba a
haber entrevista. Yo, en los cuatro días que estuvimos, salí de Damasco en dos
ocasiones: una para ir a Yabroud para visitar los parientes de Menem. El quería ir al
pueblo de su padre y visitar una tía. Ahí estaba un personaje en el que yo reparé
porque se escapaba de las fotos, pero no identifiqué sino tiempo después: Monzer Al
Kassar. Al Kassar estaba en esos días en Yabroud. Y es de Yabroud. Fue una jornada muy
para que la gente del pueblo se diera el gusto de verlo. Menem cumplía con esa
ubicación, muy atendible, por cierto. La otra oportunidad en que salí de Damasco fue
para acompañar a Menem en su entrevista con el vicepresidente primero de Siria.
¿Qué pasó en la reunión con Assad?
Qué quiere que le diga, el Presidente emitió opiniones temerarias. Claro, estaba
rodeado de gente que tampoco sabía mucho. De Hernández ni hablemos, Kohan no es muy
culto, pero tiene un título universitario, tiene buenas maneras, Vico es un vivo, el que
tiene más mundo y, bueno, Paco Mayorga sí. En fin, lo que ocurrió es que un día Kohan,
que pesca cosas, enganchó a Ted Kennedy un tipo al que en Estados Unidos, fuera
deMassachussetts, no le da bola nadie y lo llevó a La Rioja. Menem sacó
conclusiones. Assad, que está obligado a caminar en el borde de la cornisa, tiene una
cultura política de alto nivel. Como la charla ya estaba terminando, Assad hizo una
pregunta que, en el fondo, tenía una intención formal, social, un tono protocolar. Le
preguntó quién creía que iba a ganar en las elecciones de Estados Unidos. Menem se
descolgó con la famosa respuesta de que iba a ganar Dukakis. Y agregó que iba a ganar
porque estaba apoyado por un clan poderoso como era el de los Kennedy. Assad, obvio, lo
aplazó. Ahí se había terminado la entrevista. Claro, en estos años el presidente Menem
ha aprendido. Tiene un defecto: cree que lo sabe todo. Y dos virtudes: la memoria y la
curiosidad.
También se entrevistaron con el vicepresidente segundo del gobierno.
Sí, fue muy sorprendente. Y yo diría, peligrosa. El vicepresidente Haddam tiene
gran conocimiento de ciertos temas fundamentales. Uno es la relación con Israel. El otro,
se comenta pero no me consta. Bueno, esa conversación la mencioné en mi libro, en
noviembre de 1993, pero no la conté en detalle. Tenga en cuenta que no se había
producido aún el atentado a la AMIA.
¿Por qué se produce esta entrevista con Haddam?
Estaba programada la entrevista al vicepresidente primero. Tenía su importancia:
Abdul Halim Haddam monitoreaba las relaciones con Israel y, además, los cultivos de
amapola en el valle de la Bekaa y hay que recordar que el vicepresidente segundo era nada
menos que el hermano de Assad, socio de Al Kassar y quien se tuvo que ir por presiones
internacionales. Lo vimos no en Damasco sino en su casa de fin de semana, en un lugar como
de veraneo, en la montaña, donde residen los funcionarios del gobierno y los ricos. Abdul
Haddam estaba rodeado de una seguridad impresionante. El resto de la comitiva de Menem
quedó en una habitación contigua al salón donde fuimos invitados a pasar Menem y yo.
Además de Haddam y el intérprete, había otro funcionario. Ahí Menem le expuso sus
posibilidades, le aseguró a Haddam que estaba convencido de que iba a triunfar y le
explicó que necesitaba apoyo de su madre patria puesto que la situación financiera del
PJ era muy mala y él mismo tenía una fuerte oposición interna. Agregó que, por su
lado, estaba dispuesto a ayudar a Siria en la lucha que sostenía en defensa de su
integridad territorial y contra los enemigos de la nación árabe.
¿Haddam registró el ofrecimiento?
Haddam le preguntó entonces si, de llegar a ser presidente, él estaría dispuesto
a cooperar con Siria en el terreno científico, particularmente en el campo de la energía
nuclear.
¿De la energía nuclear?
Ajá. Y Menem le contestó que sí porque Argentina tenía una situación de
privilegio dentro de los estados latinoamericanos, ya que era el país que había
alcanzado el mayor grado de desarrollo en ese terreno. Haddam agregó que él quería no
sólo asesoramiento técnico sino que para Siria era de vital importancia tener un
reactor. A eso Menem respondió, ante mi estupor, que no iba a haber problemas en
facilitarle alguno de los reactores de los que el país disponía. Yo no sabía si la
Argentina tenía o no reactores nucleares disponibles, pero sí sabía cómo podía caer
una cosa semejante en Estados Unidos o Israel. Esta es una de las razones por las que
guardé silencio hasta ahora: por un miedo más que razonable. Si trataron de liquidarme
legalmente, con eso...
¿Y allí terminó la charla?
Sí, con un agregado. Menem dijo que, llegado el caso, podía facilitarle técnicos
e inclusive mencionó a un ex director de la comisión de energía atómica, el almirante
Quillalt, que me parece que había estado trabajando en Irán. Yo no podía siquiera
patearlo por debajo de la mesa porque no había mesa por medio. Cuando salimos de la
entrevista, yo estaba helado. Era obvio que no querían energía nuclear para iluminar
Damasco. ¿Te das cuenta de que no vas a poder cumplir con esa promesa? ¿No te
dascuenta de las implicancias? Al contrario, la primera entrevista de tu gobierno tiene
que ser a Israel.
¿Y Menem cómo reaccionó?
Como suele. Minimizó el episodio y lo liquidó con algo así como De alguna
manera lo vamos a arreglar.
¿Las promesas sirias se cumplieron?
No lo sé. Lo que sí sé, pero esto escapa a lo que yo presencié, son las promesas
hechas, según Mario Rotundo, a los libios a cambio de diez millones de dólares. Y me han
llegado rumores de que cuando Menem visitó Yugoslavia se le presentaron en la embajada
argentina dos representantes de Khadaffi pidiendo cumplimiento. Pero esto habría que
preguntárselo a Rotundo, que fue quien salió una noche de noviembre, en Roma y mientras
yo sacaba a pasear a Zulema, con Menem y los representantes de Khadaffi. Conociendo los
procedimientos a que acostumbra Assad yo tengo la sospecha que el atentado que destruyó
la AMIA podría ser consecuencia de promesas incumplidas. Que cada uno saque las
conclusiones que le parezcan.
¿Por qué lo cuenta recién ahora?
Son dos coyunturas distintas. Yo fui víctima de una campaña de descrédito como no
ha sufrido diplomático en el mundo de parte de su propio gobierno. Y eso para hacerme no
creíble. Yo hago responsables de mi seguridad al presiente Menem, al ministro del
Interior, Carlos Corach y, particularmente, al secretario general de la Presidencia,
Alberto Kohan. A mí no se me imputan delitos contra la honestidad administrativa, que sea
un corrupto. Me acusan de delitos privados que no se pudieron probar. Creo que tuve una
conducta anterior y posterior a los hechos que me imputaron que me avala para poder hablar
porque fui un testigo privilegiado. Nunca nadie me ha hecho una querella por las cosas que
dije. ¿Y sabe por qué? Porque no miento. Si yo miento, estoy terminado.
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