|
Por Günter Grass Siempre apoyé la creación de fundaciones en mis disciplinas, la literatura y el dibujo. Pero ahora pienso comprometerme más profundamente, de un modo que varias veces despertó indignación y fastidio: afirmando el derecho de un escritor, como ciudadano común, de interferir en la política y actuar siguiendo su conciencia. Por tanto, permítanme anunciar la inauguración de la Fundación Roma y de su premio anual, el Premio Otto Pankok. ¿Por qué, se preguntarán, los Roma, como se llaman a sí mismos los más comúnmente llamados gitanos? ¿Por qué no otro grupo amenazado? Porque, con la sola excepción de los judíos, son los Roma --que incluyen los Sinti de Alemania-- quienes más sufrieron constantes persecuciones y discriminación. En Alemania, donde fueron víctimas de un programa de exterminio. Y esa injusticia continúa hoy. Mientras que todo el mundo conoce finalmente el genocidio de los judíos, el hecho de que los Roma y los Sinti fueron víctimas de las mismas políticas criminales y racistas de los nacionalsocialistas es virtualmente desconocido. Cada vez que el Holocausto judío es mencionado, nos falta agregar que, según las estimaciones más conservadoras --el número exacto nunca será conocido-- fueron centenares de miles los "gitanos que no merecen vivir" y que murieron en los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Sobibor, Treblinka, y otros lugares de pesadilla. Peor aun: hace algunos años, mientras se discutía la erección de un monumento en Berlín a las víctimas del racismo, se decidió que debería ser dedicado exclusivamente a las víctimas judías. De un modo algo avergonzado, se ofrecieron argumentos para dejar a los gitanos en la lista de espera. Sin negar la buena voluntad que sin duda inspira estas iniciativas, uno debe concluir que no nos hemos librado de esta vil exclusión: como si los Roma y sus víctimas todavía estuvieran oprimidos por nuestro veredicto de que pertenecen a una raza inferior. La fría actitud de los alemanes hacia los extranjeros pesa especialmente sobre los Roma. Aunque son ciudadanos alemanes, los Sinti que han vivido aquí por varias generaciones se sienten despreciados y aislados. Puede ser que otros extranjeros --ya sea que tengan permisos de residencia provisorios o vivan bajo el constante temor de ser deportados-- estén mejor organizados o tengan más apoyo. Si son judíos, por ejemplo, pueden recurrir a Israel. Por lo que sea, los Roma existen sin apoyo ni protección, y no hay ningún estado que acuda a socorrerlos. Así las cosas, ¿cómo explicar que a menudo nos movilizamos por extranjeros o por aquellos que enfrentan el riesgo de ser expulsados, pero mostramos tan poca inclinación a ayudar a los Sinti que ya viven en Alemania y a los Roma que fueron expulsados de otros países? Cierto, heredamos cierta simpatía por "la vida bohemia" de los románticos: los mejores poemas de Lenau, algunos de los más famosos lieder de Brahms, son parte de nuestro bagaje cultural. Pero cuando esta gente --que no tiene país y han buscado un lugar donde descansar, aunque sea temporariamente, por más de 600 años-- quieren asentarse entre nosotros, la "vida bohemia" no parece tan atractiva. Estos "viajeros" tienen problemas en encontrar donde quedarse. Hasta encontramos a otros extranjeros, que a su vez apenas son tolerados entre nosotros, expresando su propia intolerancia en el momento en que los gitanos aparecen en el horizonte. ¿Qué hacer? No tengo soluciones simples, pero entre las muchas que se están intentando hay una que es particularmente esperanzadora: la Sociedad de Personas Amenazadas. Tiene sus oficinas en Rumania y apoya varios proyectos de autonomía agraria y artes metalúrgicas tradicionales. Esta organización, que funciona ahora en cuatro centros, tiene el apoyo de la Iglesia Luterana alemana, del Consejo de Europa y la fundación Freudenberg. Como le faltan fondos, tiene problemas en encontrar mercados para sus productos --frutas y vegetales, materiales de construcción, cestería y metales--. Sólo apoyando este tipo de iniciativas podemos esperar avances. Es por esto que mi nueva fundación dará un premio anual o bianual para premiar estos esfuerzos. Las actividades culturales también serán premiadas, así como los trabajos de periodistas o académicos que se centren en la situación de los Roma en la Europa de hoy. Mirando más cerca, si no queremos que la Europa unida se transforme en una vasta criatura burocrática que camina rumbo a su extinción, nosotros, que estamos atados a nuestras cadenas nacionales, deberíamos notar que los Roma, que viven en toda Europa, son europeos en el verdadero y amplio sentido de la palabra. Esos que llamamos gitanos están adelantados a nosotros al menos en un aspecto: son naturalmente habitantes de una "Europa sin fronteras". Es vital que se les dé pasaportes que les permitan vivir en cualquier punto de Europa, sea Portugal o Rumania. Pero falta mucho para esa visión. Hablando personalmente, le debo mi descubrimiento de la despreciada "creatividad inquieta" de los gitanos a uno de mis maestros. Otto Pankok, diseñador y grabador en madera, me dio, y a otros, la chance de penetrar y comenzar a entender la belleza de sus vidas, que triunfaron sobre las interminables persecuciones. Y sin el menor romanticismo. Gané esta conciencia fundamental en la academia de Bellas Artes de Dusseldorf. A fines de los años 40 y a comienzos de los 50, los gitanos, viejos y jóvenes, entraban y salían del taller de Otto Pankok y de los de sus estudiantes. Le daban vida a nuestros bloques de madera, tenían ese don. Los estudiantes no éramos superiores a ellos en ningún aspecto. Fue en los grabados y los bocetos en carbonilla de Pankok en que ellos se nos revelaron. Hasta en "La Pasión de Cristo" de Pankok percibimos la pasión de los gitanos. Pankok vivió con ellos, sintió un llamado hacia ellos. Para mí fue un maestro ejemplar. Por eso, el premio de la fundación será en su nombre: el premio Otto Pankok.
|