Su modelo es Margaret Thatcher. Quiere ser dura, implacable,
quiere despertar el odio antes que el amor. Se siente viva y vigente
cuando agrede, molesta, hiere. Representó el rostro más impiadoso del menemismo.
Pareció disfrutar con las desdichas de los ajustes, con la cirugía mayor sin anestesia
que proclamaba su líder. (La truculencia que posee la frase "cirugía mayor sin
anestesia" es infinita. Lejos de ser la descripción de una política económica, es
la descripción de la tortura. En la ESMA también se hizo "cirugía mayor sin
anestesia".) No le importó la reprobación del periodismo independiente. Se
adelantó a los asesinos de Cabezas. Porque fue la primera que ejerció violencia contra
los fotógrafos de la revista Noticias. Sus custodios los matonearon, los golpearon
con saña, con brutalidad. Ella era así, fuerte y dura. Parecía disfrutar con el papel
de villano. La maldad era su reino.
Quiso luchar contra los rasgos fatídicos de su
padre dibujados en su cara. Se hizo liftings, mostró sus piernas, se fotografió con
pieles costosas. Quiso ser una mujer, pese a conducirse con la dureza del más duro del
pueblo. Se mezcló en una y muchas causas dudosas. Hizo esquí en Las Leñas con Susana
Giménez, el otro símbolo del menemismo con faldas (también hoy acosada por la Justicia
argentina). Fue la multifuncionaria. Se le incendiaron los bosques y ni se dignó a
mirarlos, ya que el desdén era su estilo. Fue intocable porque fue la protegida del gran
jefe. Porque él siempre la cubrió, cuidó sus espaldas. Nadie sabe por qué, aunque no
hay quien no diga saberlo. Importa poco. Es una historia pequeña, insultante pero
pequeña.
Posiblemente el horizonte no le sea favorable. Se ganó muchos odios.
Le guste o no, lo sepa o no, se transformó en la imagen de la
ostentación menemista, de la insensibilidad social, del conservadurismo rancio, de la
corrupción torpe y pomposa. No fue la Dama de Hierro. La Thatcher tuvo a Inglaterra en un
puño, convocó la prosa enfática y extasiada de Vargas Llosa, humilló a los
sanguinarios militares argentinos. Fue la Dama de Lata, la pequeña bruja mala de un
gobierno con estética kitsch, con vahos de opereta, disfrazado por Elsa Serrano, esa
costurera que hoy reclama millones de dólares a quienes se desvivió por servir.
Será
--ahora-- presa fácil de sus adversarios. Sólo manejaba la caja chica pero asumió la
impostura de ser la cifra perfecta del régimen, su concepto. Eso le gustó, la hizo
feliz, hedonizó su sadismo. Ya anda diciendo que aceptará ir presa si corresponde. Si
ella lo dice, sabrá por qué lo dice. Por de pronto, según Landrú, le ha encargado a
Elsa Serrano un vestido a rayas para usar después del 24 de octubre. Ojalá le quede
espléndido.
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