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OPINION

La semana de las efemérides

Por Alfredo Grieco y Bavio

Después del cincuentenario de la República Popular China del 1º de octubre, la República Federal de Alemania celebró ayer el noveno aniversario de su reunificación. Este último aniversario germano del milenio estuvo realzado, y de algún modo puesto en cuestión, por el Premio Nobel de Literatura concedido el jueves al novelista alemán Günter Grass, un intelectual de izquierda que calificó a la reunificación de nueva Anschluss, aludiendo a la incorporación territorial de Austria por el nazismo. Según Grass, después de Auschwitz quedaba probado que la Alemania

con capital en Berlín era un peligro para el mundo. El Nobel a Grass también parecía premiar, oblicuamente, a una Alemania unificada, sí, pero finalmente socialdemócrata, después de casi dos décadas de un gobierno democristiano situado social y culturalmente en una derecha sin equívocos. A pesar de que el canciller alemán Gerhard Schroeder fue acusado ayer de traición y de giro a la sobriedad neoliberal por su ex ministro de Economía, Oskar Lafontaine, todas las apuestas repiten que Alemania, reunificada y fundida en el interior de la Unión Europea, celebrará más aniversarios que la República Popular China. Al menos, en lo que esta última tiene de Popular, o comunista. La nación que había encontrado un evangelio, portátil y provisorio, en el libro rojo de Mao conoce hoy esa experiencia que suele llamarse "vacío de valores sociales". La legitimidad política de las dos elites que monopolizan el poder, el Partido Comunista y el Ejército, resulta cada vez peor fundada, aunque ambas sean capaces de asegurar una gobernabilidad que ha hecho de China la octava potencia comercial, la favorita de los inversores internacionales, y el mayor prestamista del Banco Mundial.

China se ha convertido en un modelo de innovación y de capacidad de adaptación, algo que difícilmente pueda decirse de Alemania, más bien reacia al mundo del e-business y orgullosa de un pretérito industrial que prefiere ver bajo la especie de la eternidad. Pero, al mismo tiempo, China conserva sus viejos enemigos en Taiwán y Japón, a los que decidió considerar vencidos aún antes de librar batalla. Pekín ya se presenta como gobernando también en Taipei, y promovida a único líder económico del Pacífico. Sin embargo, con los 50 años un ciclo parece recomenzar: la estratificación social, las dislocaciones demográficas y la insurrección rural y urbana han adquirido una intensidad que sólo recuerdan la que creyó dejar atrás Mao cuando proclamó la República Popular en 1949.

 

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