Después
del cincuentenario de la República Popular China del 1º de octubre, la República
Federal de Alemania celebró ayer el noveno aniversario de su reunificación. Este último
aniversario germano del milenio estuvo realzado, y de algún modo puesto en cuestión, por
el Premio Nobel de Literatura concedido el jueves al novelista alemán Günter Grass, un
intelectual de izquierda que calificó a la reunificación de nueva Anschluss, aludiendo a
la incorporación territorial de Austria por el nazismo. Según Grass, después de
Auschwitz quedaba probado que la Alemania
con capital en Berlín era un peligro para el
mundo. El Nobel a Grass también parecía premiar, oblicuamente, a una Alemania unificada,
sí, pero finalmente socialdemócrata, después de casi dos décadas de un gobierno
democristiano situado social y culturalmente en una derecha sin equívocos. A pesar de que
el canciller alemán Gerhard Schroeder fue acusado ayer de traición y de giro a la
sobriedad neoliberal por su ex ministro de Economía, Oskar Lafontaine, todas las apuestas
repiten que Alemania, reunificada y fundida en el interior de la Unión Europea,
celebrará más aniversarios que la República Popular China. Al menos, en lo que esta
última tiene de Popular, o comunista. La nación que había encontrado un evangelio,
portátil y provisorio, en el libro rojo de Mao conoce hoy esa experiencia que suele
llamarse "vacío de valores sociales". La legitimidad política de las dos
elites que monopolizan el poder, el Partido Comunista y el Ejército, resulta cada vez
peor fundada, aunque ambas sean capaces de asegurar una gobernabilidad que ha hecho de
China la octava potencia comercial, la favorita de los inversores internacionales, y el
mayor prestamista del Banco Mundial.
China se ha convertido en un modelo de innovación y de
capacidad de adaptación, algo que difícilmente pueda decirse de Alemania, más bien
reacia al mundo del e-business y orgullosa de un pretérito industrial que prefiere ver
bajo la especie de la eternidad. Pero, al mismo tiempo, China conserva sus viejos enemigos
en Taiwán y Japón, a los que decidió considerar vencidos aún antes de librar batalla.
Pekín ya se presenta como gobernando también en Taipei, y promovida a único líder
económico del Pacífico. Sin embargo, con los 50 años un ciclo parece recomenzar: la
estratificación social, las dislocaciones demográficas y la insurrección rural y urbana
han adquirido una intensidad que sólo recuerdan la que creyó dejar atrás Mao cuando
proclamó la República Popular en 1949. |