1. En una escena
inolvidable del film Los monstruos, de Dino Rissi, un padre interpretado por Hugo Tognazzi
le va enseñando a su hijo, uno a uno, los pasos para ser un campeón en la ley de la
selva de las calles italianas. La acción se ubica en una posguerra definida, en una
sociedad todavía en vías de recuperación, en que la democracia no ha solucionado todos
los problemas, ni está cerca, y la sombra ominosa del fascismo se yergue por detrás de
todo, para recordar a los ciudadanos qué abismos existen cuando el sistema falla. El
episodio está brutalmente bien narrado: ante cada problema práctico de la vida, el padre
ofrece al hijo un ejemplo práctico. Si la cola es demasiado larga para el ingreso a un
lugar, finge ser un lisiado de guerra, para que le abran paso. Si el tránsito pesado
obtura el paso, le pide al niño que se haga el herido y sacando un pañuelo por la
ventana avanza raudo, riéndose de los imbéciles que respetan las normas. Festeja su
impunidad a los gritos, burlándose de todo: lo mejor de esos trucos es que la masa
idiota, el rebaño de los normales, no se da cuenta de cómo deben ser las cosas. El
mundo, proclama el padre Tognazzi, ¡es para los vivos! El niño mira con los ojos cada
vez más grandes ese tentador sistema de atajos que le va presentando aquel hombre del que
depende en gran parte su visión de la vida. Hay un corte abrupto de la narración, hacia
el final del episodio. La acción se traslada unos pocos años más adelante y las risas
de los espectadores --la composición del bufo es excepcional-- se congelan. En pantalla
aparece una página de un diario, tamaño sábana. En la foto de la noticia principal se
ve a aquel niño convertido en un adolescente. Lo acaba de matar la policía, después de
un asalto. Lo que el episodio de Los monstruos está
diciendo, desde hace más de cuarenta años, es que la impunidad y la corrupción son
problemas culturales, no sólo problemas políticos de circunstancia. Mientras los caminos
políticos pueden generarse en plazos relativamente cortos, los cambios culturales son
resultados de procesos usualmente largos. El final de la década del menemismo en el poder
parece haber empezado con un desfile por los tribunales de algunos de sus iconos --Fassi
Lavalle, María Julia Alsogaray, el concejal Pico-- pero sería ridículo pensar que sólo
ellos son responsables de los desaguisados que cometieron y que con ellos en la cárcel se
acaban la impunidad y la corrupción estatal. A nadie escapa que estos personajes
fellinescos no son más que chirolitas de una opereta, cuyas figuras se recortan porque
cometieron una serie de imprudencias que no cometieron los Chasman que operan entre
bambalinas y escriben libretos. El menemismo puso de moda la impunidad evidente y la
corrupción obscena, además del suicidio dudoso: basta ver cómo fueron aumentando la
cantidad de metros cuadrados de las casas de sus funcionarios y amigos para que quede
claro cómo El Príncipe ha transmitido a los suyos la seguridad de que no habrá
castigos. No en este mundo, al menos. Pero Carlos Menem ha sido votado presidente dos
veces por la sociedad, por lo que está claro que la sociedad es víctima y victimaria de
sí misma. Hace treinta años, nadie confesaba haber aprobado un examen con un machete:
hoy, copiar parece un deporte nacional, que incluso los padres festejan como una muestra
de viveza infantil. Alguien cometea a un boletero para conseguir una mejor ubicación y
sale comentándolo en voz alta, como para que el resto piense: este tipo es un piola
bárbaro. Una cosa es enseñarles a los hijos a amar a los dinosaurios --el misterio de
una especie extinguida, antes de que el primer hombre pisara la tierra, bajando de los
árboles, donde era mono-- y otra muy diferente enseñarles a amar el dinero. Una, tratar
de encontrar con ellos los caminos y, otra hurgar todo el tiempo en busca de atajos.
La impunidad --la impunidad es la cara de María Julia sorbiendo té-- y la corrupción
--la corrupción es Pico intentando demostrar que siempre fue un tipo frugal-- son males
de la cultura argentina contemporánea. La impunidad y la corrupción se generan, se
cultivan y alientan, se disimulan, se reproducen, se imitan, se aplauden. Entre todas las
tareas que tendrá la Alianza cuando sea gobierno nacional --salvo que Duhalde haga
milagros, que hasta aquí no ha hecho ninguno, Natalio Ruiz siempre--, la de intentar
apuntar más allá de lo simbólico, sin descuidar lo simbólico, será clave. El gran
triunfo de la dictadura militar fue la generación de chicos que en los tempranos '80 se
creyeron que la democracia sola solucionaba todos los problemas y veinte minutos más
tarde se desencantaron. El gran triunfo del menemismo sería que en la década que viene
hubiese gente que siguiese admirando al tipo que no tenía nada cuando llegó al cargo y
en cinco años cambió de auto, de esposa, de casa, de barrio, de cara y de amigos,
tomando atajos, conduciendo su importado rumbo a Pinamar a 140 kilómetros por hora. Leo
Masliah pensó alguna vez después de la obediencia debida y el punto final, pero antes
del indulto, que era de terror vivir en una ciudad en que el tipo que se sienta al lado
tuyo a tomar un café, leyendo un diario, como vos, podía ser uno de los que en los '70
torturaba gente. Todos queremos vivir en el 2000 en ciudades donde los que se sientan a tu
lado en los cafés no sean los que hasta hace seis meses cobraban cometas para hacer
trámites, compraban para ganar comisiones, privatizaban para ellos mismos utilizando
testaferros o utilizaban la función pública para hacer negocios. Te apuesto que de
chicos se morían por "El Estanciero", mientras nosotros jugábamos al ludo.
2. La electricidad de lo irrepetible corrió el
jueves, cerca de la medianoche, por la espina dorsal de los que miraban la edición de
"Hora Clave" con que Mariano Grondona intentaba terminar el festejo de sus diez
años al aire, como solista. El bloque con los chicos de H.I.J.O.S se desmadró
inevitablemente, apenas el conductor puso sus tibias cartas en la mesa. Recibió, a
cambio, una andanada de verdades, sólo que vertidas con los borbotones en que terminaba
la indignación cuando se mezcla con los nervios. Los jóvenes militantes le dijeron a
Grondona lo que piensan o saben más de la mitad de los que van a sus programas, aquellas
barbaridades por las que él, tímidamente y más tarde que temprano, ha pedido perdón:
sus apuestas históricas a las soluciones militares para los problemas de la política
argentina, su convivencia con el genocidio, su encanto con los modelos liberales y
conservadores que significan más de lo mismo para las sociedades del Tercer Mundo, etc.
Grondona palideció, se replegó y finalmente optó por al papel de víctima, raro en él,
que siempre está del otro lado, o en el medio, solazándose con un supuesto ecumenismo.
Apenas si intentó dejar claro, sobre el final, que había tenido el coraje de invitar él
mismo a aquellos jóvenes que le escupían el asado, y se negaban a darle la mano. Ellos,
que habían utilizado su rating para proclamar pensamientos irrebatibles, intentaron que
quedara claro que no era por él, sino por la gente, que participaban del festín de
burgueses caretas. Por un momento, aun con todas las razones que tuviesen para actuar como
actuaban, reproducían una lógica perversa: la de la anulación del diálogo con el que
no piensa igual, tras haberlo aceptado, la identificación del adversario con el enemigo,
la certeza de que si está claro el fondo no hay que cuidar las formas. Más que un acto
político en un programa de televisión, lo de H.I.J.O.S parecía la toma de un cuartel.
3. La BBC de Londres lanzó un concurso mundial,
vía Internet, destinado a buscar al pensador más importante del milenio que termina. Le
dio al planeta un mes para votar. Hasta el penúltimo día, el favorito de la cátedra,
Albert Einstein, punteaba el recuento de votos virtuales. Pero el viernes, a horas del
final, hubo un aluvión de sufragios que lo desbancaron. Eran votos para su compatriota
alemán Karl Marx, al que la BBC no tuvo más remedio que proclamar por la tarde el
pensador más importante de los últimos diez siglos. Tres días antes, el premier
británico Tony Blair había afirmado en un congreso laborista: "La lucha de clases
terminó, comienza la guerra por la igualdad de oportunidades". En los cómputos
finales, detrás de Marx y Einstein, quedaron ubicados Charles Darwin, Santo Tomás de
Aquino, Stephen Hawking, Emmanuel Kant, René Descartes, James Maxwell y Friedrich
Nietzsche. La BBC dice que el aluvión de votos finales para el autor de El capital bien
pudo haber sido un complot urdido por marxistas de distintos países del mundo para dar un
golpe de efecto. Lo consiguieron. "Un fantasma recorre Internet", ya lo saben. |