Por Hilda Cabrera
Luego de
tres años de darle vueltas al proyecto, el director y régisseur David Amitin logró lo
que deseaba: poner en escena "Bartleby, el escribiente", narración corta del
neoyorquino Herman Melville (1819-1891), ubicada en las antípodas de su célebre Moby
Dick (1851) y convertida en cantera de inspiración de grandes artistas, escritores,
psicoanalistas y filósofos. Otra es ahora la apuesta de Amitín, quien ha realizado
importantes montajes en España, Francia, Inglaterra, Alemania y Bélgica. Entre sus
últimos trabajos en la Argentina figuran la régie de las óperas El barbero de Sevilla,
de Rossini, La ciudad ausente, de Gerardo Gandini, y El amor por tres naranjas, de
Prokofiev, todas en el Teatro Colón. Y los montajes de El pato salvaje, de Henrik Ibsen,
y Las paredes, de Griselda Gambaro. Bartleby (éste es el título de la puesta que se
estrena hoy a las 21 en Babilonia, Guardia Vieja 3360) es su segunda adaptación de un
texto literario. La anterior fue Memorias del subsuelo, de Dostoievski, un montaje de 1984
que se realizó directamente con los actores, entre los que se encontraba Ricardo Bartís.
Aquella fue "una experiencia de búsqueda sobre el material, casi sin dramaturgia
previa. Esta vez es diferente: hice un guión, pero como no es de hierro, los actores
pudieron hacer sus aportes", cuenta el director en la entrevista que concedió a Página/12.
Lo acompaña un elenco integrado por José María López, Juan Pablo Boyadjian, Daniel
Toppino, Derli Prada y Félix Tornquist. De la música se encarga Jorge López Ruiz,
Félix Monti de las luces y María Julia Bertotto de la escenografía y el vestuario.
Ricardo Sasone lo asiste en la dirección. Instalado por el momento en el off, Amitín
dice haber optado por el despojamiento para contar la historia de un amanuense que seduce
por discreto y laborioso, pero desconcierta por su terca pasividad y su invariable
respuesta a cualquier requerimiento: "Preferiría no hacerlo". --¿Por qué le interesa Melville?
--Me parece un escritor extraordinario, y sobre todo este personaje,
Bartleby, me interesó siempre. Trastoca el universo con su bendita frase. El filósofo
Gilles Deleuze dice en uno de sus ensayos que la formulación "preferiría no
hacerlo" desinstala en cierta manera a la literatura. Como los grandes escritores,
Melville produce un extrañamiento del lenguaje. Se aparta para crear otro. Lo que más me
atrae de esto es el poder que tiene una frase o una actitud en alguien que parece no tener
objetivos. El ser de Bartleby es "estar ahí". No pide nada.
--No niega ni afirma abiertamente, pero con eso también dice y
pide. Su respuesta es ambigua, y su actitud es de resistencia pasiva. Tal vez sea eso lo
que descoloca y por momentos enfurece al abogado...
--Sí, porque Bartleby no es un revolucionario. No enarbola ninguna
bandera. Es el rey de la ambigüedad. Por eso su resistencia es perturbadora. Si el
abogado que lo emplea hubiera percibido un desafío lo habría despedido. Pero no puede,
porque ese tiempo verbal lo desconcierta. --Es también una forma sintética de hacer
una humorada...
--Sí, y eso se advierte en la forma inglesa. Por eso, si bien Melville
no es Samuel Beckett (1906-1989), empieza a acercársele, por su simplicidad y síntesis,
por esa situación inaudita que plantea y el humor sin adjetivos. Es además precursor de
Franz Kafka (1883-1924). Esta idea la expone Jorge Luis Borges en el prólogo de su
traducción de "Bartleby". Kafka permite leer a Melville de otra manera. Es
así, y apunta directamente a Beckett a través de Kafka. Las relaciones se multiplican.
El escribiente podría ser un Buster Keaton, ese extraordinario actor que ha creado su
propio personaje, silencioso y en apariencia impasible.
--¿Influyeron estas asociaciones en su puesta?
--La imagen del escribiente está muy cerca de la del
"personaje" Buster Keaton y de Beckett mismo, como persona, por su modestia y su
humor negro. --¿Cuál fue el punto de partida?
--Acá hay dos grandes personajes: Bartleby y el abogado (el
narrador). Uno se muestra siempre igual, el otro en cambio sufre una enorme
transformación. Entra en estado de crisis, y como él, sus empleados, borrachines y
bastante extravagantes. Llega a abandonar la oficina, de la que Bartleby se adueñó, y
vagar por los suburbios de Nueva York. Huye de la pesadilla de no poder liberarse del
escribiente. Melville pinta de entrada un ambiente con tintes de locura.
--¿Se puede relacionar esto con la conciencia del mal que aparece
en las novelas de Joseph Conrad?
--Tal vez sea precursor también en esto, porque Conrad es posterior
(1857-1924). Este relato es de 1855. En sus primeros escritos Melville se acerca al mundo
de Charles Dickens (1812-1870), pero después se aleja, y se vuelve caótico, obsesivo. En
esta obra, los hechos aparecen como recuerdos del abogado, y esto nos permite trabajar con
cierta libertad, aportando imágenes que se reiteran a la manera de flashes.
--¿Mantiene esa especie de epílogo que aparece en el relato?
--No, preferimos no dar pistas sobre este personaje
"desterritorializado", como escribió Deleuze. Las asociaciones con este
personaje son infinitas. Bartleby podría ser también el protagonista de El hombre sin
atributos, del novelista Robert Musil (1880-1942). Es un ser anónimo que no se sabe de
dónde viene ni tiene una finalidad. Sólo tiene el piso que pisa y lo que puede agarrar
con la mano.
APUNTES SOBRE EL PERSONAJE DE
HERMAN MELVILLE
Proletario de cuello blanco
Por Guillermo Saccomanno
Bartleby es
tanto un personaje de Melville como de Gogol, Dostoievski y Kafka. Bartleby es tanto un
personaje literario como de carne y hueso y, a la vez, su Preferiría no hacerlo recorre
ideológicamente, casi como una proclama, los cuerpos vencidos de estos autores que
convierten una forma de contar en otra cosa, un síntoma. Cansinos Assens, con brutalidad,
se refiere a Dostoievski en los días en que escribe Memorias del subsuelo:
"Dostoievski está enfermo, enfermo de un mal prosaico: tiene hemorroides". El
mal del escritor, el mal del nuevo héroe, el mal del sentado, porque el héroe, si es el
que escribe, está sentado. Y Bartleby es un héroe sentado. Sin embargo, Deleuze --y
volveremos a citar a Deleuze--, intenta aclarar: "Bartleby no es una metáfora del
escritor, ni el símbolo de lo que este sea. Es un texto violentamente cómico". Más
que del escritor, se trata aquí del escribiente. O si se lo prefiere, el oficinista.
"Había una vez --empieza a contar Gogol, apelando con el comienzo típico de los
cuentos infantiles al territorio de la fábula-- un funcionario que prestaba servicios en
cierto departamento cuyo nombre sería más prudente callar para no herir la extremada
sensibilidad de nuestros empleados, pues en la actualidad cada individuo es capaz de
sentir como si las ofensas personales se extendieran a toda la sociedad." Gogol
empieza a contar así, en 1839, El capote. El héroe es un escribiente, un copista, un
esclavo burocrático. Se ha dicho a menudo que con Gogol, con sus protagonistas que
desarrollan la miseria y la debacle de una clase social, nace la literatura rusa. Gogol
escribe El capote diecisiete años antes que Melville su Bartleby, en Nueva York, en 1856.
Y ocho años después, después de Bartleby, con una distancia espacio- temporal que no
se nota, Dostoievski hace confesarse así a su protagonista de Memorias del subsuelo:
"No me trataba con nadie, y notaba claramente que mis compañeros, no sólo me
tenían por un bicho raro, sino que hasta me miraban con aversión". Se puede pensar
entonces que ese personaje es también Bartleby. Melville lo define de este modo: "Un
joven inmóvil apareció una mañana en mi oficina (...) Reveo esa figura: ¡pálidamente
pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada! Era Bartleby". También se
puede pensar que cincuenta y nueve años más tarde, ese joven, en una narración de
Kafka, se despierte una mañana, después de una pesadilla, en su cama, "convertido
en un monstruoso insecto". El despertar es La metamorfosis, en Praga, en 1915.
Al respecto, Borges anotó: "Es como si Melville hubiera escrito: ¡Basta que sea
irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que sea el universo! La historia
universal abunda en confirmaciones de ese tenor". Según Borges, Melville sienta las
premisas de un género que reinventaría Kafka: "el de las fantasías de la conducta
y del sentimiento o, como se dice ahora malamente, psicológicas". Pero, ¿se trata
sólo de "fantasías"? Bartleby, el escribiente, es más que una fantasía
narrada con una prodigiosa perfección formal. Bartleby es una idea que está en el aire
con Gogol, con Dostoievski y, más tarde, con Kafka. Bartleby corresponde a esa clase de
explotados burocráticos de las grandes ciudades que Lenin describiera como
"proletariado de cuello blanco".
Deleuze, que consideró el cuento de Melville como "violentamente cómico",
aportó más posibilidades de compresión de este héroe que "ha pronunciado la
fórmula que enloquece a todo el mundo". Dice Deleuze: "La fórmula I prefer not
to excluye toda alternativa (...); implica que Bartleby deje de copiar, es decir, de
reproducir palabras; abre una zona de indeterminación que hace que las palabras ya no se
distingan, produce el vacío en el lenguaje. Pero también desactiva los actos de habla a
partir de los cuales un patrón puede ordenar, un amigo hacer preguntas, un hombre de fe
prometer".
Los ecos de la fórmula negadora de Bartleby alcanzan este siglo, lo atraviesan, y
pueden ser rastreados tanto en Arlt como en Beckett. Más acá, fuera de los dominios de
la ficción, pero no lo suficiente, el siempre clásico pero también subversivo
"preferiría no hacerlo" sesga la suerte de los oficinistas uniformados con
traje gris oscuro que reptan apurados al pie de las torres de la City. |
|