Tanto
a Raúl Alfonsín como a Carlos Menem les tocó encarnar, en su momento, movimientos
--respectivamente, la "democracia civil", por llamarlo de algún modo, y el
"neoliberalismo"-- que, lejos de limitarse a la Argentina, estaban transformando
a docenas de países y gozaban de la viva aprobación de la elite primermundista. ¿Y el
próximo presidente? Lo entienda o no, es más que probable que la forma que asuma su
gestión ya esté siendo decidida en lugares como Washington, Nueva York y Londres. En
aquellas metrópolis acaba de consolidarse el consenso de que es debido a la corrupción y
al amiguismo que la facilita que últimamente algunas economías han experimentado crisis
imprevistas y otras no han logrado avanzar del todo. Puede que dicho análisis sea
equivocado por basarse en simplificaciones excesivas, que los motivos reales de la
persistencia del subdesarrollo y de la injusticia social sean un tanto más complejos de
lo que suponen muchos funcionarios y académicos de los países ricos, pero así y todo es
innegable que la nueva ortodoxia tiene sus méritos.
Es lógico, pues, que Fernando de la Rúa
parezca destinado a ser el sucesor del gran neoliberal. Por las razones que fueran
--telepatía, el subconsciente colectivo, propaganda subliminal-- a partir del colapso del
Proceso, el electorado siempre ha votado en sintonía con el consenso internacional de
turno, y si bien nadie cree que el radical sea el hombre indicado para encabezar una
cruzada ética que podría volverse sumamente peligrosa, es evidente que lo haría mejor
que Eduardo Duhalde. Aunque quien se traslade a la Casa Rosada en diciembre prefiriera
pactar con los corruptos, dejándolos en paz a cambio de cierta tranquilidad, no le será
dado hacerlo porque ni sus compatriotas ni el establishment mundial lo permitirían.
Mientras María Julia Alsogaray protagonizaba en Diputados lo
que con toda seguridad resultará ser sólo la primera de una serie interminable de
ofensivas contra la corrupción menemista, en Washington el titular del Banco Mundial,
James Wolfensohn, dijo que pronto comenzaría a difundir listas de funcionarios corruptos
de los países pobres. Con razón o sin ella, a su juicio estos individuos son los
culpables de la pobreza en la que sigue hundida la mayor parte del planeta y es de prever
que ante cada nueva crisis el FMI, más los gobiernos de Estados Unidos y la Unión
Europea, redoblen sus esfuerzos por castigarlos, campaña que, huelga decirlo, disfrutará
del apoyo ferviente de millones de personas que también sospechan que sus propios
problemas se deben en buena medida a la rapacidad de la cleptocracia local. |