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Por Osvaldo Bayer No los apoyamos decididamente, pero los comprendemos. Los apoyaremos si ése es el punto inicial de acciones posteriores por una verdadera democracia. Si resuelven pasar a ser protagonistas en la búsqueda de la verdadera democracia, que no es otra cosa que Justicia con Libertad. Y Justicia no es la que imparten Bernasconi, Trovatto o la Corte Suprema que supimos conseguir con Menem, sino que Justicia es aquella que cuida que todos los habitantes puedan vivir dignamente. El lunes pasado, el profesor titular de Derecho Constitucional de la UBA, Daniel A. Sabsay, hizo --en este diario-- una dura recriminación a los jóvenes de ese movimiento. Dice que la "no participación en los comicios... nos deja perplejos". Bien, vayamos por parte. Sabsay es profesor de Derecho Constitucional. Empecemos por la Constitución. ¿Se puede calificar de democrática una Constitución de comité planteada por dos políticos que pactaron en Olivos sus mezquinos intereses políticos e implantaron, por ejemplo, un principio de autoritarismo con la reelección? No nos olvidemos el discurso pronunciado por el obispo De Nevares cuando decidió abandonar la convención de Santa Fe. ¿No tiene derecho el ciudadano a luchar con la acción y el esclarecimiento por más democracia? Sigamos en cuanto al sustento democrático de estas elecciones: ¿es democrático que dos candidatos sean apoyados por millones de dólares de empresas o vaya a saber qué fondos mientras otros partidos no tengan ni para elaborar volantes? Sería democrático si todos los partidos tuvieran en los medios el mismo espacio para explayar sus ideas, propósitos y fines. Pero no, y fíjese el lector hasta qué perversidad se llega que la viveza está en contratar los servicios de una empresa publicitaria por millones de dólares, sea brasileña o de Oklahoma para "venderse mejor" cambiando el peinado o vistiendo una campera de cuero usada. Se llega a la estupidez cuando en forma oronda se señala que temas como el aborto hay que discutirlos sólo después de las elecciones porque "no son temas de campaña". Cuando tiene que ser todo lo contrario, por aquello de que el pueblo debe saber de qué se trata. No, la trampa está en que no quieren malquistarse con los anatematizadores de púlpito en vez de ser honrados y presentar con coraje civil lo que piensan hacer después. Acaso las frases publicitarias que pronuncian esos candidatos "mayoritarios" no son demagogia pura como aquel que para educar "democráticamente" decía "Síganme" (¿para ir adónde?) y el otro que hoy dice: "Unámonos. Somos millones" (¿millones para qué?). Son premisas para vender productos en el consumismo pero no para construir una verdadera democracia social y profunda. Si esos candidatos fueran sinceros, Duhalde tendría que tener como frase: "Para el cambio de una mafia árabe-riojana por una bonaerense". Y De la Rúa tendría que decir: "Defienda a la democracia como yo la defendí durante la dictadura que me quedé en mi casa mirando televisión. No vi, no oí, no hablé". ¿Esto es espíritu democrático? ¿Es "construcción y consolidación de la democracia" participar en estas elecciones, como sostiene el doctor Sabsay? ¿O es esencialmente más democrático llamar la atención sobre estas miserabilidades y aprovechamientos no éticos mediante un método que no transgrede las normas constitucionales? Como más adelante, al reprobar la actitud del grupo "501", la califica Sabsay de "abierta transgresión de normas de orden público". ¿De qué orden público? ¿Del demostrado en Ramallo, en la AMIA, en el absoluto desconocimiento de las resoluciones de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, acerca de los presos políticos de la "democracia" argentina sobre los cuales ningún candidato mayor de los partidos elegibles dijo ni siquiera una palabra, de los affaires incontables, del negociado de armas...? y dejo los puntos suspensivos. ¿Cuál "transgresión al orden público" es más grande: dejar sin trabajo a miles de personas o salir a la calle como hicieron los pobladores de Cutral-Có? ¿Dónde está la verdadera democracia? Sin ninguna duda en el coraje civil de la gente de Cutral-Có que cuando se vio humillada salió a la calle y tiró la primera piedra contra la pervertida realidad de esta democracia de espónsores, jugadores de golf y entendidos en lifting y en enchufe de pelos, mariajulias, amiras, directores de aduana que hablan sólo árabe, y un mandatario que se arrodilla junto a monseñor Desiderio Collino para endulzarse en la campaña contra el aborto pero que lo hace, lo hace. No, por eso se equivoca el constitucionalista Sabsay exigiéndole la "más mínima solidaridad" con este estado de cosas a los jóvenes que no quieren participar de un acto más de la farsa. Solidaridad con la democracia es luchar por ella, buscar nuevas formas de voluntad popular, incitar a protagonizar esa democracia. Ojalá el movimiento "501" sea el inicio de núcleos de vecinos que vigilen y denuncien todos los negociados y traiciones a la ética que hacen los llamados representantes del pueblo que no son otra cosa --con muy pocas excepciones-- que figurones de comité que reciben la candidatura como premio a la obsecuencia de caudillejos inmorales. Ojalá que el "501" se constituya en un gran movimiento federativo de custodia de los verdaderos valores democráticos y sea el que no permita que en nombre de la "democracia" se entronice en cargos públicos a vulgares asesinos uniformados que torturaron, robaron y asesinaron, o trataran con chirinadas de imponer sus convicciones de cuartel, según la fórmula: "hacés un golpe, te hacés conocido y después presentás la candidatura", cosa que ha dado resultado en toda Latinoamérica. Véase si no el caso Rico. La puñalada trapera a la democracia de elegir "constitucionalmente" a individuos que transgredieron todas las normas de honor y convivencia. Con respecto a aquellos que sostienen que votar en blanco o negarse a votar ayuda a la primera minoría (que es otra trampa de la Constitución del comité de Olivos) se les puede contestar; y votando a quién se favorece, ¿a la segunda minoría? ¿Se quiere decir que todos los que votan a los partidos pequeños favorecen en sí al señor Duhalde? Esto no puede ser un argumento para convencer a aquellos que quieren castigar a los que creen que democracia es camanduleo y no respeto, dignidad y decencia. No es argumento digno; parece aquello de calcular los goles a favor y en contra en un campeonato de fútbol. No debemos llegar a esa minusculización de la democracia. Por eso no se hace democracia calificando --como lo hace Sabsay-- de "automarginación cívica la actitud del grupo '501' que linda con la abierta transgresión de normas de orden público". Volvemos a preguntarle: ¿la inmoralidad que reina en nuestro país es orden público? No. Reaccionemos contra la corrupción que nos corroe. La iniciativa de esos jóvenes es por lo menos una actitud para gritar: "esto no va más". Es hacer algo. Y no conformarse con ir a elegir entre dos personas que no defendieron a la República ni a la vida cuando la tragedia se paseó impune por las calles argentinas. No convirtamos a la democracia en un becerro de oro ni adoremos un crucifijo en la casa de Caifás. Los que faltan con aviso
Por Rosendo Fraga * El análisis global de las catorce elecciones presidenciales realizadas desde 1916 muestra que en las dos primeras elecciones (cuando fueron elegidos Yrigoyen y Alvear), no concurrió a votar más de un tercio del padrón electoral. Ello se explica porque se trataba del paso de un sistema restringido en el cual votaba menos del 10 por ciento de los ciudadanos, a uno de participación amplia, lo cual requirió una necesaria educación respecto de la obligatoriedad del voto. Cuando Yrigoyen fue reelegido en 1928, votó el 80,86 por ciento del padrón electoral. Desde entonces, el nivel de concurrencia en las elecciones presidenciales se mantuvo relativamente estable. Bajó al 73,80 por ciento cuando en 1931 fue electo Justo y fue del 76,17 por ciento seis años después en la elección que consagró a Ortiz. La baja respecto de la reelección de Yrigoyen puede explicarse por el hecho de que en los años treinta el radicalismo yrigoyenista quedó excluido de participar en los comicios. Con la primera elección de Perón en 1946, se inicia un período de nueve elecciones presidenciales, en las cuales la concurrencia se mantuvo entre un mínimo de 81,12 por ciento en la elección de Alfonsín y un máximo de 90,86 por ciento en la de Frondizi. El análisis específico de la concurrencia en las tres elecciones presidenciales que han tenido lugar desde el restablecimiento de la democracia muestra que no se han producido cambios relevantes, ya que en 1989 la misma fue del 84,60 por ciento levemente por encima de la registrada en la elección de Alfonsín (81,12 por ciento). Y cuando Menem fue reelegido, concurrió a votar el 82,08 por ciento. Por ende desde 1983, la concurrencia a votar en las elecciones presidenciales oscila entre un mínimo del 81,12 y un máximo del 84,60 por ciento. El análisis más específico de la concurrencia a votar en las ocho elecciones para diputados nacionales realizadas desde 1983 muestra que la concurrencia promedio ha sido del 79,9 por ciento del padrón, levemente por debajo del promedio de concurrencia en las elecciones presidenciales, que fue del 82,60 por ciento durante el mismo período. Cabe destacar que cuando las elecciones son sólo legislativas, como sucedió en 1987, 1993 y 1997, la concurrencia resulta algo más baja que cuando las elecciones legislativas se realizan conjuntamente con las presidenciales, como ocurrió en 1983, 1989 y 1995. El promedio de concurrencia en las elecciones de diputados nacionales de los años ochenta fue del 86,3 por ciento y en la década que termina fue del 78,1 por ciento, registrándose una leve disminución. Pero no se registra un fenómeno significativo en la baja de la concurrencia, que implique una manifestación de cuestionamiento o de desinterés de los votantes respecto de la participación en el sistema político. En 1993 concurrió a votar el 76,6 por ciento del padrón, en una elección sólo legislativa. Dos años después, cuando se elegían simultáneamente autoridades nacionales, provinciales y municipales, la concurrencia se elevó al 80,2 por ciento para bajar en 1997, cuando la elección fue nuevamente sólo legislativa, al 77,6 por ciento. El hecho de que una de cada cinco personas con derecho a votar no lo esté haciendo pese a la obligatoriedad no implica necesariamente un rechazo al sistema. Ante todo, cabe destacar que el voto deja de ser obligatorio a partir de los 70 años de edad y para quienes están a más de 500 kilómetros de su domicilio. Se da el caso de falta de actualización de los padrones, en función de lo cual a veces siguen figurando en los mismos personas fallecidas. Y por último, también sucede que con el correr del tiempo se va percibiendo que la sanción efectiva por no votar es ilusoria. De acuerdo con ello, puede estimarse que aproximadamente sólo una de cada cuatro personas que no concurre a votar lo hace vulnerando efectivamente la legislación. Es decir que sólo uno de cada veinte integrantes del padrón, al no participar, no está cumpliendo la ley expresando de esta manera su disconformidad o desinterés por el sistema. Si bien resulta lógico que con el ejercicio continuo de la democracia se genere un efecto "rutina" en cuanto a la participación, quitándole interés al acto de sufragar, no se ha registrado una disminución significativa en los niveles de concurrencia a las urnas, que puedan ser considerados como un cuestionamiento al sistema. * Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.
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