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EN EL MISMO SITIO EN QUE SE ERGUIA LA AMIA INAUGURAN MAÑANA UN TEATRO
"La vida siempre se impone a la muerte"

El director Manuel Iedvabni está al frente del elenco que presentará, en Pasteur 633, la obra Dreyfus, del francés Jean Claude Grumberg (basada en el "caso Dreyfus", que llevó a Emile Zola a escribir su famoso "J'Acusse").

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Por Hilda Cabrera
t.gif (862 bytes)  "El estremecimiento que se siente al estar aquí, en el espacio que dejó la AMIA destruida, es muy grande, pero la vida continúa, y poco después de haber comenzado los ensayos, la obra nos absorbió totalmente. La tragedia que produjo la bomba seguirá presente en nuestra memoria, pero el deseo de reconstruir y vivir es muy fuerte", dice emocionado el director Manuel Iedvabni, a cargo del montaje de una pieza teatral cuyo tema central es la segregación. Se trata de Dreyfus, del dramaturgo judeofrancés Jean Claude Grumberg (1939), que mañana miércoles a las 20.30 inaugurará una sala teatral en la reconstruida AMIA (Pasteur 633). Como un símbolo cultural "de resistencia a la barbarie", subraya el director. No es producto de la casualidad la convocatoria de Iedvabni, uno de los directores de mayor y más calificada trayectoria de la Argentina, unido tempranamente al teatro judío. "Fue el teatro de mi infancia. Un teatro naïf, realizado por actores-obreros, inmigrantes como mis padres, que en su mayoría tenían más talento que escuela", recuerda durante la entrevista con Página/12, que concede instalado en la espaciosa platea de la AMIA. Iedvabni agradece la "impresionante herencia cultural" que recibió y desea que "los espectadores traspongan las puertas de la AMIA confiados en que la vida se impone, siempre".

La pieza del parisino Grumberg es en realidad una comedia elaborada como teatro dentro del teatro. Un grupo de actores se reúne para dramatizar situaciones vinculadas con la histórica acusación de traidor a Francia que puso al judío alsaciano Alfred Dreyfus (1859-1935) en la picota. Este capitán de artillería del ejército francés, y primer judío que integró el Estado Mayor, fue acusado de haber escrito una carta (sin fecha ni firma) que circuló por la embajada alemana, ofreciendo información reservada a cambio de dinero. Fue arrestado en 1894, pese a ser inocente (los culpables eran otros dos militares: Esterhazy y Hubert Henry, encargado del contraespionaje). Degradado públicamente, Dreyfus fue enviado a la terrorífica cárcel de Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Entre los más notorios en reaccionar se destacó el escritor Bernard Lazare, que fue uno de sus primeros defensores. Después apoyaron su causa otros célebres, como Marcel Proust, Anatole France, Auguste Rodin y sobre todo Emile Zola, quien investigó el caso y escribió un encendido artículo en el periódico L'Aurore, dirigido por George Clemenceau. Fue publicado en la edición del 13 de enero de 1898, en primera plana. Su título, en cuerpo catástrofe, J'accuse!, hizo historia. La reparación, incompleta, llegó recién en 1906. En la obra de Grumberg, la acción transcurre en la Polonia de 1930. Los personajes-actores no se ponen de acuerdo en el enfoque que les darán a los hechos, y conforman, ellos mismos, un micromundo de múltiples segregaciones. En esta puesta integran el elenco Luis Minces, Isaac Haimovici, Ana María Ambasz, Alejandro Oster, Mariano Epelbaum, Carlos Scornik, Luciana Brek, Antonio Herna, Pablo Finamore y Ricardo Pilo. La escenografía y el vestuario fueron diseñados por Federico Ostrofsky y Vanesa Hojenberg, y la iluminación es de Roberto Traferri.

--El llamado affaire Dreyfus ocurre en un período crítico para Francia, que había perdido Alsacia y Lorena. Además, el escándalo por el desvío de los fondos destinados a la construcción del canal de Panamá (el faraónico proyecto del conde de Lesseps) conmocionaba al país. ¿Cree que ese contexto intensificó el racismo?

--Mis padres eran judíopolacos, y recuerdo lo que me contaban de Polonia. Ellos no querían demasiado a su país, porque habían sufrido muchos pogroms. Eran muy discriminados por los polacos católicos. Cosa que no ocurría con los franceses, y ni siquiera con los alemanes. Francia tenía una tradición democrática, y la segregación parecía inconcebible. Lo mismo ocurría en Alemania, hasta la aparición de Hitler. En un primer momento, los alemanes no lo tomaron en cuenta. La gente común creía que era un loco más. Una gran proporción de judíos había olvidado que su origen no era el mismo de los germanos. Fue Hitler quien se los recordó, y por la fuerza. Ya lo dijo Sigmund Freud, el judío se sentía cercano a la cultura alemana, pero al discriminarlo fue sólo y esencialmente judío. Creo sí que una situación social crítica puede ser decisiva en esto de las persecuciones.

--Frente a la necesidad de una elección, ¿qué pesa más en el judío, la tradición familiar o el país en el que vive?

--Pesa la cultura, el idioma que uno va forjando desde chico, y esto creo que no solamente para los judíos. Mi infancia se forjó en idish. Y es curioso, porque vivía en los conventillos. Mis viejos eran obreros. No eran religiosos, pero hablaban siempre en idish. El primer teatro que conocí fue en ese idioma. Ibamos al IFT, que entonces quedaba en un sótano de la calle Paso. Todavía no existía el edificio de Boulogne Sur Mer, donde hoy se encuentra. Pero los de mi generación nos moríamos de ganas de pasarnos al castellano, aunque sin abandonar la temática judía. Estrenamos El diario de Ana Frank, por ejemplo, y Réquiem para un viernes a la noche... Después, obras de Arthur Miller, de Bertolt Brecht... Nuestro campo se ensanchó, pero yo me consideré siempre un director argentino.

--¿Cómo se integraron al teatro aquellos primeros inmigrantes judíos?

--En general, el inmigrante judío se asimiló de manera natural allí donde vivía, salvo en aquellos lugares en los que el antisemitismo tomó formas terriblemente brutales. El inmigrante y el judío argentino saben que aquí hay segmentos de población nazi, pero igual se sienten parte del país. Y sobre esto hablo por mi propia experiencia.

--En cuanto al caso Dreyfus, ¿cómo repercutió en la Argentina? Se ha dicho que el pensamiento nacionalista de antidreyfusistas famosos, como Charles Maurras (1868-1952), tuvo fuerte influencia en la sociedad argentina...

--No sé exactamente qué pasó aquí, pero sí sé que Maurras era lectura obligatoria en el ejército. El nacionalismo tomó en la Argentina formas muy diversas, y no siempre negativas, pero no tuvo una consistencia intelectual importante. Alguna vez se anduvo buscando al argentino puro, que además de ser algo discriminatorio, es imposible. Nuestra cultura es de mezclas, y eso es maravilloso.

--¿Cuáles serían los factores que alientan la segregación?

--La barbarie es una vieja conocida del ser humano, y se desata generalmente por razones coyunturales. Cuando en una sociedad se producen agujeros de indefensión, debilidad y pobreza aparecen los más bajos instintos. Y estos están ligados a la discriminación. El chivo emisario es entonces el indefenso, el débil y el pobre.

--¿Existe un manejo de la barbarie?

--Creo que en cada persona hay naturalmente rasgos bellísimos, heroicos, y también miserables, mezquinos. Y que éstos pueden ser manejados a nivel individual y social. La bomba que pusieron en la AMIA no fue un hecho individual y aislado. Esa actitud miserable fue estimulada. La discriminación es fomentada, en general, por los sectores que se mueven dentro del poder y practican un canibalismo desenfrenado, porque no hay una Justicia que les ponga freno. Por eso, mientras tengamos esta Justicia menemista poco o nada se va a aclarar sobre los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel. Y sobre tantos otros casos que fueron quedando sin aclaración en esta cultura del avivato.

 

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