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"La canción sigue siendo un espacio de militancia"

 

Teresa Parodi, que actuará pasado mañana a beneficio de Madres de Plaza de Mayo, recuerda los tiempos de ebullición estudiantil y sostiene que "los drogadependientes son los desaparecidos de hoy".


Por Fernando D'Addario
t.gif (862 bytes)  El show que brindará Teresa Parodi pasado mañana en Belgrano 2527, a beneficio de la Asociación Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora (que está juntando fondos para construir la sede propia), se inscribe dentro de lo que ella misma define como el "mientras tanto". Una suerte de paréntesis temporal, entre la lucha de los años '70 y un futuro que Teresa no está en condiciones de medir en términos de años ni de décadas, pero que prevé distinto. Y mejor. En este mientras tanto, la cantautora correntina sostiene, en una entrevista con Página/12, que "la lucha de las Madres es un ejemplo, pero no para nosotros, sino para los jóvenes. Su lucha es la única garantía de que la memoria siga activa".

Llegó a Buenos Aires en 1979, y de aquel tímido acercamiento a las luces de la gran ciudad recuerda su participación en las rondas de las Madres "cuando yo todavía no era Teresa Parodi. Cuando me hice más conocida seguí participando, y por eso, cada vez que me convocan, si no estoy trabajando, siempre estoy allí". Su compromiso no era antojadizo ni circunstancial: "Tengo dos primos muertos durante la guerra sucia. Uno en Formosa y otro en Santa Fe. Uno antes y otro después del golpe militar. Pero nunca me gustó exponer esta parte de mi vida. En cambio sí hice público el problema de drogadependencia de mi hijo. Quizá porque siento que mi testimonio puede ayudar a otros en circunstancias similares. En cambio, como artista, el tema de los desaparecidos, de los muertos en la lucha por una sociedad mejor, está expresado en mis canciones y en los hechos".

En su primer disco hay una bellísima canción, "María Pilar", que recuerda a dos amigos, y compañeros de militancia en la época de mayor ebullición estudiantil. Uno de ellos, Julián, es uno de los 30 mil desaparecidos por la dictadura militar. El recuerdo de Julián, y de María Pilar, la lleva a una recomposición de tiempo y lugar que hace humedecer sus ojos. Eran tiempos en que todavía se cruzaba en balsa desde Corrientes a Resistencia, tiempos de militancia en el campo universitario, donde estudió Filosofía y Letras, y trabajaba con los curas del Tercer Mundo. "Teníamos debates, leíamos. Había como una necesidad de aprender, y mucha ilusión. Yo militaba en la JP, y durante tres años viví en una villa, en las afueras de Corrientes Capital. Durante el día trabajaba con un grupo de mujeres, y ya cantaba por ese entonces, y enseñaba guitarra. Organizábamos ollas populares y también hacíamos reuniones para 'concientizar'. Reconozco que fuimos muy paternalistas. Creíamos que estábamos enseñándole a la gente, cuando en realidad estábamos aprendiendo. Pero no me arrepiento. Nos equivocamos en los tiempos, porque nuestra vida era así, queríamos todo ya, y nos apuramos. Eramos militantes las 24 horas porque teníamos una ilusión movilizadora."

 

--Desde Buenos Aires se tiene, quizá, una mirada prejuiciosa sobre Corrientes y no ha sido muy difundida su lucha estudiantil en los años 60 y 70.

--En Corrientes hubo una lucha que marcó un antes y un después, cuando se peleó contra la privatización del Comedor Universitario. Ahí mataron a Juan José Cabral y se produjo una gran movilización del pueblo correntino. Hubo marchas de silencio, y muchos vecinos les abrieron la puerta a los estudiantes durante la represión policial. Después llegaron el Rosariazo y el Cordobazo.

--¿Y con la dictadura?

--También allá la represión empezó antes, en el último tiempo del gobierno de Isabel. Yo cantaba en las peñas universitarias, se cortó eso y de a poco nos fuimos yendo todos. En el '78 me fui a Posadas y un año después nos vinimos a Buenos Aires.

--¿Es cierto que Piazzolla la descubrió y la alentó a venir a Buenos Aires?

--De algún modo, sí. Yo era muy fanática de Astor, y una vez fue a tocar a Corrientes. Lo conocí en una reunión de amigos, y le canté unos tangos míos. Fui bastante caradura, porque pensaba, "este hombre me va a matar". Cuando terminé me dijo: "Póngase contenta: yo nada más que a Sinatra le escucho más de una canción". Me dio su tarjeta y me dijo que lo llamara si andaba por Buenos Aires. Ya en Buenos Aires, fui a verlo a su casa, y me hizo cantar delante de su mujer. Me fui sin muchas esperanzas, y al rato suena el teléfono en lo de mi tío, donde yo estaba, y Astor me dice: "La felicito, va a cantar con Piazzolla. Tómese un whisky en mi nombre". En el primer ensayo, me acuerdo que canté "Balada para un loco" y me salía la tonada correntina, "Yodando por Caiao...", y Astor que me decía: ¿Es que no lo puede hacer un poco más porteño...?" Y así fue como debuté en Mendoza, en un show que no me voy a olvidar nunca, y después canté con él toda una gira. Por entonces yo cantaba ya en los pubs, en Buenos Aires. Hice todo un trabajo silencioso, de hormiga, entre 1979 y 1984, cuando me dieron el premio Consagración en Cosquín. Y me subí, de algún modo, a una cosa que también había abierto Tarragó Ros.

--¿A usted no le dolía que en los círculos progresistas e intelectuales donde se movía usted, el chamamé fuera visto como un "género menor"?

--Sí, mucho. Creo que mucha gente no entendía el chamamé, y sigue sin entenderlo. Yo escuché a amigos y conocidos que me decían: "A mí el chamamé no me gustaba, pero como lo hacés vos sí...". Por un lado era un halago, pero no me hacía sentir muy bien que digamos...

--¿Y qué cree que veían en usted?

--Mire, yo no vine a inventar ninguna historia en el chamamé. Quizá la diferencia que notaron es que yo traté de enfocar otra clase de vínculo entre el paisaje y el hombre, otra mirada. Pero eso no desmerece en absoluto lo que hicieron artistas muy grandes, como Montiel, Cocomarola, Ramona Galarza. Ocurre que mi nombre surgió en 1984, en un momento en que, evidentemente, existía una necesidad de mirarse hacia adentro, y de esa mirada surgieron posibilidades de expresión como la nuestra.

--Quince años después, ¿qué quedó de esa necesidad?

--En mi caso esa necesidad sigue intacta. Yo sigo pensando lo que pensaba, y con más convicción que antes, incluso. Para mí, la canción es un espacio de militancia. Ya sabemos que el sistema es perverso, que la cultura es vapuleada, ignorada constantemente, pero si éste no es el momento para pelear en el sentido en que se peleaba antes, sí es un momento en que se puede permanecer. En esta otra forma de dictadura, en que nos dominan las reglas del mercado, nos hemos ingeniado para sobrevivir. Aceptamos la derrota, pero tenemos que seguir trabajando en algo tal vez más difícil: el trabajo del "mientras tanto". Así le voy a poner a mi próximo disco. Estamos viviendo un paréntesis, pero la cadena no se corta por sí sola. Tarde o temprano el capitalismo se va a derrumbar, porque tiene la muerte en su propia naturaleza. Seguramente no voy a ver ese cambio, pero no me quejo de la época que me toca vivir. A uno de mis hijos le puse de nombre Federico, por Engels, y a otro Camilo Ernesto, por Cienfuegos y el Che. Está marcado para toda la vida, pobre. Lo que pasa es que cuando una le pone un nombre a un hijo le está poniendo el nombre de sus sueños. Y no me arrepiento.

--En ese "mientras tanto", ¿qué cosas la siguen movilizando?

--Yo viví muy de cerca el tema de las drogas. Los drogadependientes son los desaparecidos de hoy, porque también son víctimas de este sistema.

Nos borraron una generación y ahora están borrando otra, y querrán hacer lo mismo con la siguiente. Necesitan una juventud ausente, que no reflexione, que no pueda convertirse en motor del cambio. Por eso, para afirmar el modelo, tuvieron que meter la droga. Una cosa viene de la mano de la otra.

--¿Usted siente que su rol de cantautora puede ayudar a cambiar la realidad?

--Con perdón de los periodistas, yo me siento una cronista. La diferencia es que a veces una canción logra algo más que un noticiero: consigue que la noticia no pase, que no se olvide.

 

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