Por Antonio Dal Masetto
Me llama
el amigo Balducci avisándome que esta noche es el cierre de campaña para la presidencia
en el Club Pampero. Habrá debate. Estuve hace unas semanas en el club, asistiendo a los
discursos de los dos candidatos. Grandes promesas, insultos y acusaciones terribles. Los
agravios iban dirigidos especialmente a la moral de las madres, hermanas, esposas e hijas.
No se daban tregua, se sacaban chispas. Unos leones, los tipos. Hacía rato que no
presenciaba un enfrentamiento tan sangriento. Fue excitante y me quedé con ganas de más.
Así que cuelgo el teléfono y salgo corriendo a tomar un taxi.El salón está lleno, el
amigo me hace lugar en el banco, me siento y me pongo a esperar el comienzo del debate. El
silencio es total. Los dos candidatos ya están en sus respectivos palcos. Miran al
frente, no pestañean. Transcurren los minutos.
¿Qué pasa que no empieza?
pregunto en voz baja.
Ya empezó hace media hora
me dice el amigo.
¿Cómo que empezó? ¿No hablan?
Hubo cambios en la estrategia.
¿Qué cambios?
Contrataron a nuevos asesores de imagen, especialistas en campañas políticas. Dos
pesos pesado.
¿Quiénes son?
Los dos se presentaron con el título de El Tigre de la Malasia.
Me gusta, Emilio Salgari fue el autor preferido de mi niñez.
Después, cuando se enteraron de quién era su rival, ambos asesores pasaron a ser
El Auténtico Tigre de la Malasia.
Los dos tigres es el título de un libro de Salgari. Esto me gusta cada vez más.
Los métodos de los tigres se mantuvieron en reserva, pero hubo trascendidos
¿Qué se supo?
Fórmula madre de la estrategia de campaña: en todo momento el candidato debe
aplicar el silencio del tigre en la jungla.
Reitero mi entusiasmo por las historias de la jungla, pero me resulta difícil
relacionar los grandes felinos con la política del club.
Es fácil de entender. Ahí va uno de los ítems del decálogo de los asesores: cada
candidato es esclavo de sus palabras y dueño de su silencio.
Muy bueno. Decime más.
Un hombre puede ser acusado de lo que dijo pero jamás de lo que no dijo.
Más.
Hay una sola manera de no equivocarse y es no decir nada.
Más.
El candidato astuto es el que deja que la gente le ponga al silencio su propio
discurso.
Brillante. Acá están aplicando el principio de las artes marciales: utilizar la
fuerza del otro. La táctica preferida del portugués Yáñez, el fiel amigo de Sandokán.
¿Son o no son geniales?
Absolutamente.Pasa el tiempo y los dos candidatos siguen en posición de firme.
Tienen el aspecto de los próceres de las plazas. El gesto lleno de convicción y la
mirada puesta en el porvenir. Me parece
percibir la presencia del tigre rondando sigiloso por alguna parte. En el salón no vuela
una mosca. Aunque advierto que hay personas que se distraen. Por ejemplo, la señora que
está a mi derecha y se puso a tejer una batita. O los cuatro tipos que juegan al truco. O
la parejita que intercambia caricias con los ojos cerrados como si estuvieran solos en el
mundo. O la quiromántica que lee las manos. O el gordo tragasables que hace su número
con un cuchillo de plástico. O el fulano que arma animalitos con globos inflados. O el
mimo. O los que están apostando a quién adivina debajo de cuál de las tres cáscaras de
nuez está el poroto. O el que le está comprando una empanada al pibe que anda con una
canasta y primero le quiso pagar con un billete de diez, después con uno de cinco, y hace
quince minutos se están manejando por señas y tratando de llegar a algún tipo de
arreglo porque el pibe no tiene cambio. O el pelado que empezó cortándose las uñas de
las manos y cuando terminó se sacó los zapatos y ahora se está cortando también las de
los pies. No entiendo esta falta de participación, tanta carencia de espíritu cívico.
Es inútil, me digo, hay gente que no aprende más.
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