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COLORES
Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

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AMARILLO
¿Qué se puede hacer salvo ver noticieros? Dime cómo es tu noticiero y te diré cómo es tu país. La elección de las noticias y de lo que se informa, supongo, enseña y revela mucho más que sesudos tomos sociológicos. Por eso, en el extranjero, ver noticieros. Los noticieros de aquí no se parecen a los noticieros de allá. Para empezar, hay casi cero protagonismo de las cabezas parlantes que hilvanan y desmadejan las novedades. Nada de los locutores siniestros y transilvanos de ATC, o de los hogareños y apocalípticos de Telefé, o de los romances en el estudio de América TV y, mucho menos, de los beckettianos diálogos entre César y Mónica. Aquí hablan poco, van al grano y al video, no editorializan y, uno de ellos, a la hora del hasta luego, apenas demuestra cierto rasgo literario para desaparecer por veinticuatro horas con una frase admirable y que me da envidia: “Estas fueron las cosas y así se las contamos”, dice sonriendo apenas. Inmejorable. Sí, aquí uno se expone a los noticieros para averiguar de qué se trata la cuestión, no hay distracciones, abandonad toda esperanza los que entren aquí. Mi noticiero favorito –me instalo frente a él, día a día, con cerveza, jamón serrano y aceitunas rellenas de anchoas– tiene tres colores. Empieza amarillo con un segmento de noticias casi de pueblo: esposas que cornean, perros que muerden y matan (la moda del momento), apuñalamientos de maridos enloquecidos, accidentes pirotécnicos, abuelos desaparecidos que aparecen luego de décadas, gente que demanda al funebrero o a la partera, bebés que se quedan encerrados en un cajero automático o que son aplastados por su padre cuando aterriza un ultraliviano. Cosas de la vida... Uno recibe así una exposición radiactiva a lo más profundo de un pueblo. La versión catódica y fin de milenio de Los gozos y las sombras. Uno ya no vuelve a ser el mismo ni quiere volver a serlo.
ROSA El color y el nombre. El nombre del rosa. Periodismo rosa. Lo más importante por estos lados: revistas de tiraje millonario, vidas de ricos y famosos y, por supuesto, de nobles y aristócratas (en Argentina no se consigue). Apasionante. Yo también he sido contagiado. Llegué a estas tierras en inmejorable momento: la noticia de que la infanta Cristina estaba enamorada y la semana que pasó seguí las vicisitudes de su parto como si se tratara de capítulos de Los Expedientes X. Volví a comerme las uñas, conocí la suite maternal de la clínica Teknon. Fui feliz. Vi la llegada de los Borbones en masa (ya los había visto acudir al casamiento de Alexia de Grecia; pero no es lo mismo, joder), me emocioné cuando el pequeño Juan fue fusilado a flashaso limpio. Pero lo mejor son las historias secundarias, las que siguen y nunca terminan: el divorcio en cámara lenta de la inefable Rociíto (hija de la Jurado); las aventuras tarambanescas del conde Alessandro Lequio de quien Pancho Dotto tendría mucho que aprender; las intrigas shakespeareanas de Julio Iglesias hacia su hijo Enrique (Chabeli es gorda y ya a nadie le importa), las ausencias del hogar del torero unineuronal Jesulín. Los miro. Los sigo, les grito cosas y llamo a mi amigo paparazzo para que me cuente lo que no puede contar el noticiero. Mi amigo paparazzo me cuenta, entonces, cosas queharían palidecer a Calígula y yo me indigno, yo digo que no puede ser, yo los defiendo, yo los quiero a todos. Cada vez más. Para siempre.
ROJO El rojo es ese color del que no hay retorno. Yo todavía me pregunto cómo puede ser que desde mi llegada no sepa nada de El Niño Raphael (mi héroe desde siempre) o del golfista Sergio “El Niño” García (mi héroe desde hace poco), cuando –sobre la imagen de algún desfile de modas– me empiezan a sobreimprimir noticias de las otras: accidentes nucleares en Japón, sondas espaciales que se estrellan por haber confundido sistemas de medidas, terremotos en todas partes... Entonces, desesperado, las cosas se me confunden: ¿Ese viejito en silla de ruedas es el amarillo abuelo que vuelve al hogar o el rojo e infame Pinochet? ¿Será posible que ese perro de caza haya tenido la osadía de atacar al hijo de Ana Obregón y Alessandro Lecquio llevándolos de lo rosa al amarillo? Sí, es posible y es una barbaridad. ¿Será eso un derrumbe ocasionado por la amarilla cohetería de la última fiesta patronal de un pueblo de piromaníacos o la acción última y roja de un norteamericano que un día descubrió que tenía muchos explosivos almacenados y nunca los había usado? Ya no importa, ya da todo igual. “Los noticieros es lo único de lo que la televisión puede enorgullecerse. Todo lo demás es basura”, dijo J. K. Galbraith. “Sólo el diez por ciento de la televisión es honesta”, dijo Jean-Luc Godard. Algo me dice que se refería a los noticieros. Aquí estoy y aquí me quedo. No pienso moverme de aquí –sólo entonces podré dormir tranquilo– hasta que me digan que así son las cosas y así me las cuentan.

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