Por Diego Fischerman Si supiera que
llorarías mi muerte, por una sola lágrima tuya, qué alegría, moriría, cantó
Misia en Buenos Aires. La nueva figura del fado homenajeaba así a la gran cantante del
género. Esa canción impregnada de tristeza (o de destino, según su etimología)
pertenecía a Amalia Rodrigues. Y no fue una sola lágrima sino miles las que la
despidieron ayer cuando murió en su amada Lisboa, a los 79 años y de una vieja afección
pulmonar. Que Portugal haya decretado tres días de duelo es un dato de lo que para ese
país representaba Amalia, como allí se la llamaba. Al mismo tiempo que la muerte de la
artista era conocida en el mundo, otro portugués célebre, el Premio Nobel de Literatura
José Saramago, recibía en París la Cruz Oficial de la Legión de Honor de la República
Francesa. Y claro, sus primeras palabras fueron para la reina del fado: Era una
referencia; decir Amalia era suficiente. Y cuando alguien es conocido por su nombre
propio, realmente ya no se puede llegar más lejos.Amalia Rodrigues nació en 1920,
algún día del verano que ni ella sabía. Fue el 23 de junio o el 1º de
julio decía. La abuela, que la educó, zanjaba la cuestión explicando que
fue en el tiempo de las cerezas. En ese barrio obrero de la ribera del Tajo,
empezó cantando todo lo que oía para los vecinos, que le daban a cambio
alguna moneda o un dulce. Después fue en bautismos y casamientos y, cuando todavía era
una adolescente, en los bares de marineros en que el fado había nacido. Sus padres, al
enterarse de que frecuentaba esos lugares poco propicios para niñas, le quitaron el
saludo. Hasta que descubrieron que la profesión de la hija podía cambiarles el destino y
sacarlos de pobres. La jovencita que había empezado haciendo tangos de Gardel, en 1939
debutó en Retiro da Severa, la casa de fados más importante de Lisboa, de allí saltó
al teatro de revistas y al cine y, a partir de su primera actuación en el exterior, en
1943 en Madrid, su carrera fue en ascenso permanente. Grabó más de 160 discos, pero los
primeros, en el 45, fueron editados en Brasil. Lo cierto es que a partir de su fama,
esas canciones desgarradas cuyo nombre deriva de la palabra latina fatum se
hicieron internacionales. Con ella, el fado dejó de ser portugués y portuario para
convertirse en lo que el mercado de hoy no dudaría en denominar música del
mundo.Su última visita a Buenos Aires fue en 1993, después de más de veinte años
de una ausencia que había coincidido en parte con cierto ostracismo posterior a la
Revolución de los Claveles. En 1974, cuando cayó la dictadura de Salazar, muchos
creyeron ver en Amalia Rodrigues un símbolo del régimen derrocado e, incluso, a una
sostenedora solapada del fascismo. En esa ocasión, Rodrigues aseguró que
otros saben ser inteligentes; mi virtud es que digo lo que pienso, aunque parezca
estúpida. Allí dijo a Página/12 que Portugal es un país que se quedó
siempre solo, con los españoles vigilando desde un lado y el mar, con sus monstruos,
desde el otro. Todo lo que se esperaba venía desde el mar, pero los marineros jamás
sabían si regresarían ni sus familias si no los esperaban en vano. Y ahí lloraban
todos, como sólo se llora en los puertos. Este es un pueblo acostumbrado a llorar desde
hace por lo menos cinco siglos. Destino amargo, de soledad y de espera. Eso es el
fado. Esa vez, encontró también ocasión para ironizar sobre sí misma
(Madonna si canta mal puede mostrar la ropa interior pero yo, a esta altura, mejor
que cante bien) y, más seria, para hablar de un posible retiro que sentía
como la muerte, insoportable. Decía que cantaría mientras pueda y
mientras me guste a mí misma; después no sé, me moriré, supongo. Ayer, los
políticos portugueses cancelaron las campañas políticas para las elecciones
legislativas del próximo domingo y las radios de ese país sólo pasaban fados cantados
por ella. El féretro salió de la casa en la Rua de San Bento, acompañado por un coro
desconsolado que lloraba Amalia, Amalia, hacia la capilla ardiente en la
Basílica de Estrela. Las lágrimas de Lisboa la acompañan.
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