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No se olviden de Cabezas
Por Miguel Bonasso

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t.gif (862 bytes) El “no se olviden de Cabezas” no debe ser una fórmula automática, vacía de protesta, sino un acto militante cotidiano que logre romper la red de complicidades, para llegar a la verdad, sea la que sea e involucre a quien involucre. La intensa acción desplegada por la familia Cabezas, por los compañeros de Argra, de Utpba y de otras asociaciones profesionales vinculadas a la prensa, merece el apoyo de todos los periodistas independientes, de todos los que alguna vez decidimos anteponer la verdad y la justicia a cualquier otra consideración personal, incluyendo el lógico y legítimo temor a las represalias de los que todavía se mueven con impunidad en los sótanos del Estado. Nuestra decisión de ir a fondo y no permitir que el reclamo de la familia Cabezas y el gremio sea malversado en otra farsa judicial, de las tantas que agravian a los argentinos deseosos de justicia, ha sido etiquetada en más de una oportunidad como “corporativo” por los que tejen la trama de las complicidades. Con la misma perversa intención con que algunos funcionarios del área de seguridad culpan a los periodistas por hechos de los que es responsable el poder político: como la masacre de Ramallo. Los trabajadores de prensa no pretendemos erigirnos en casta superior y sabemos que vale tanto la vida de un albañil o de un adolescente asesinado cuando juega al metegol como la vida de cualquiera de nosotros. Pero no ignoramos tampoco que cuando se asesina a un periodista o a un reportero gráfico se le está enviando un mensaje tenebroso al conjunto de la sociedad. En otro gobierno constitucional, el de María Estela Martínez de Perón, hubo periodistas acribillados a balazos por la siniestra Alianza Anticomunista Argentina, la tristemente célebre Triple A y durante la última dictadura militar noventa y tres compañeros desaparecieron para siempre. Toda una generación de periodistas brillantes y comprometidos con la suerte de su pueblo debió refugiarse en el exilio exterior o interior para no correr la misma suerte. Y no estamos dispuestos a consentir que esto vuelva a ocurrir, nunca más, en nuestro país. Porque la mordaza sobre esa prensa que tanto incomoda y desvela a los poderosos es la condición básica para amordazar al conjunto de la sociedad y operar en las sombras en total impunidad. Los hombres de prensa no pretendemos sustituir a los fiscales y a los jueces, que deben jugar un papel esencial en un estado de derecho, pero ninguna querella, ninguna amenaza, ningún matón con chapa oficial nos podrá impedir que demos a luz lo que vamos descubriendo en nuestras investigaciones. Aunque no coincidan con las conclusiones de la Justicia o desnuden las falencias y debilidades de esa misma Justicia. En algún momento en los próximos meses se llevará a cabo el juicio oral por el asesinato de José Luis Cabezas y entonces quedarán en evidencia las graves anomalías perpetradas en la instrucción policial y judicial, que arrojan sombras ominosas sobre el legítimo derecho a la justicia que reclaman sus padres y su hermana, con el que nos sentimos absoluta y definitivamente solidarios. Una cámara que aparece mágicamente a veinticuatro horas de que el juez de Dolores José Luis Macchi dicte la prisión preventiva de Los Horneros sin ninguna prueba material que la sustente; una presunta arma homicida que queda como saldo de la farsa innoble de los Pepitos, cuando su dueño (Martínez Maidana) queda en libertad, son apenas los aspectos más groseros y evidentes de una serie de fallas, carencias y francas aberraciones, que algunos hemos denunciado en nuestras investigaciones. Lo que no impidió que el comisario Víctor Fogelman y los siete comisarios que lo secundaron en el bunker de Castelli fueran ascendidos y que uno de ellos, el comisario Carlos Miniscarco estuviera presente, por extraña e inquietante casualidad, la noche fatal de Ramallo.La investigación judicial y policial del Caso Cabezas quedó manoseada y oscurecida por la inaceptable intromisión del Poder Ejecutivo, tanto nacional como provincial. Tanto Carlos Menem como Eduardo Duhalde,envueltos en su propia lucha política, se metieron en la causa para apoyar hipótesis, desviar misiles que apuntaban a sus despachos, presentar testigos y sacralizar presuntas pruebas, en clara violación del principio constitucional que ordena la separación de los poderes. El presidente Menem envió al secretario general Alberto Kohan y al ministro del Interior Carlos Corach a reforzar la hipótesis de Pepita la Pistolera, que agraviaba a la propia víctima al suponerla culpable de una extorsión. El gobernador Duhalde introdujo a Los Horneros en el juicio y apuntó sin ambages al empresario Alfredo Yabrán como autor intelectual del asesinato, para terminar admitiendo (hace pocos días) que no creía que hubiera dado la orden de asesinar a nuestro compañero. En consonancia los investigadores policiales y judiciales dejaron de lado sin investigarla la famosa pista policial, que apuntaba a la gran banda de la costa y a los comisarios de la “maldita policía” que regresaron con la designación del ministro Osvaldo Lorenzo. La tesis final resultante es que el crimen habría sido responsabilidad casi exclusiva de un policía suelto, Gustavo Prellezo y cuatro forajidos de Los Hornos. “Quien no crea eso es amigo de Yabrán”, volvió a repetir Duhalde en sus recientes declaraciones a Página/12. De nuevo se nos pretende vender una “historia oficial” en la que la responsabilidad orgánica y estructural de todo un sector de la Policía Bonaerense quedaría diluida contra muchas, demasiadas evidencias que parten de la terrible fiesta en la casa del empresario Oscar Andreani.Para los que investigan el caso desde la imparcialidad es evidente que en cualquier hipótesis los asesinos contaron con la complicidad del poder policial de la zona. Y no de cualquier perejil. En cualquier caso, haya sido la red tenebrosa de seguridad que acompañaba a Yabrán, la policía de la costa o una siniestra operación montada sobre otra operación, lo cierto es que se descartó prolijamente la participación policial que afectaba políticamente al gobierno provincial. Y esto es lo que debería quedar en claro en el juicio oral. Y si no queda en claro, no dudemos, sigamos ejerciendo nuestro derecho de peticionar y de exigir un nuevo juicio, hasta conseguir que triunfe la verdad y la justicia. O nadie estará seguro en este país. Muchas gracias.* Palabras pronunciadas en ocasión de la inauguración de la muestra “40 con Cabezas” en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires.

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