Por Ezequiel Fernández Moores
Carlos Menem
todavía no lo sabe. Pero buena parte de los deportistas triunfadores en los últimos
Juegos Panamericanos de Winnipeg que él homenajeó en Olivos lo saludaron aquella noche
en la Quinta presidencial con una cabeza de ajo oculta en los bolsillos. Otros, antes de
recibir su premio, se pasaron una cinta roja antimufa. Algunos lo hicieron como simple
ejercicio de antimenemismo, pero los deportistas suelen ser muy supersticiosos y muchos de
ellos fueron a Olivos prevenidos de una cierta fama que ha rodeado en esta década al
hombre que dejará la Quinta el 10 de diciembre.Por eso, su buen
desquite a la hora de la despedida, debe admitirse, sería que San Lorenzo gane
el Apertura. El 12 de mayo pasado, mientras miles de personas marchaban por la ciudad
apoyando la protesta docente, Carlos Menem hizo una de sus últimas apariciones públicas
con botines y pantalones cortos, jugando con la camiseta de San Lorenzo en el Nuevo
Gasómetro. Su equipo, cumpliendo el rito, ganó con un penal ejecutado dos veces por
Menem (el primer disparo se había ido por arriba del travesaño) y el presidente de San
Lorenzo, Fernando Miele, le dio el título de presidente honorario del club. A
la fecha siguiente, San Lorenzo, que iba primero, perdió en su cancha contra Gimnasia y
Esgrima de Jujuy. Los cuentos del Menem mufa, similares a aquellos que se
escucharon después de la derrota ante Camerún en la apertura del Mundial de Italia
90, tuvieron otra vez tal magnitud que el propio presidente, entrevistado por El
Gráfico, salió al cruce calificando de torpes y de baja estofa a
sus detractores. Un triunfo del equipo del juvenil San Lorenzo que dirige Oscar Ruggeri en
el Apertura terminaría por cambiar la historia.Reducir la década menemista en el deporte
a una anécdota podrá tener cierta gracia. Pero suena injusto. El deporte fue tal vez uno
de los pocos sectores donde Menem pareció peronista.Así como el general, amante de la
esgrima y del boxeo, fue el primer deportista, el Menem de los primeros
tiempos salía a la cancha de Vélez con Diego Maradona, jugaba básquetbol en el Luna
Park con el grandote Jorge González, manejaba con el Lole Reutemann y jugaba tenis con
Guillermo Vilas y Gaby Sabatini. En aquellos tiempos en los que todo le estaba permitido,
privatizar, indultar y correr con la Ferrari, Menem llegó a pedir golf para los pobres y
hasta se exhibió orgulloso con un cinturón de campeón mundial, un Tyson criollo, con el
que lo homenajeó el Consejo Mundial de Boxeo (CMB).Igual que Perón, Menem también
construyó infraestructura deportiva y celebró sus propios Juegos Panamericanos. Si la
Argentina de Perón ganó los primeros que se celebraron en Buenos Aires en 1951, la
Argentina de Menem conquistó una inédita cantidad de 159 medallas en los de Mar del
Plata 95. Si Perón construyó el Autódromo Oscar Gálvez y financió la
consagración de Juan Manuel Fangio, Menem logró la vuelta, aunque fugaz, de la Fórmula
1. Si Perón celebró el Mundial de Básquetbol de 1950, Menem tuvo el suyo en el
90. Los dineros también fueron generosos, especialmente en los Panamericanos de Mar
del Plata, cuya organización (aunque jamás hubo balance de cierre) costó unos 130
millones de dólares, sin contar los subsidios desprolijamente distribuidos por la
gestión de Livio Forneris, quien hoy se afana en aclarar que fue sobreseído de toda
investigación judicial.La vuelta de la F-1, imaginada primera como un circo tabacalero en
los bosques de Palermo, tuvo avales económicos del gobierno y organizadores amigos del
menemismo. Eso sí, los éxitos fueron aislados. La Argentina menemista, a diferencia de
la de Perón, no logró revertir la ausencia de estrellas a nivel internacional, no
surgieron nuevos Vilas, Reutemann o Monzón y el fútbol, que mantiene su nivel de
potencia, hegemoniza hoy con su cartel de deporte-rey. Sin una política peronista,
el deporte argentino no habría tenido el rendimiento que tuvo en los dos últimos
Panamericanos de Mar del Plata y de Winnipeg. Se construyó infraestructura. Se formó el
Grupo Metodológico de Entrenadores y se dieron becas a los atletas de élite. No es
casual que las décadas del 50 y del 90 hayan sido las más exitosas del deporte argentino
a nivel panamericano. La síntesis pertenece a Víctor Lupo, subsecretario de
Deportes de Fernando Galmarini, el primer secretario de Deportes del menemismo, durante
cuya gestión se construyó el Cenard, pero que debió alejarse del cargo tras el fracaso
en los Juegos de Barcelona 92, fuertemente enfrentado con el Comité Olímpico
Argentino (COA) del eterno coronel (R) Antonio Rodríguez. El siguiente ciclo olímpico,
los Juegos de Atlanta 96, puso fin a la administración más polémica del riojano
Forneris, reemplazado a su vez por Hugo Porta. La gestión de bajo perfil y buen diálogo
con los deportistas que llevó adelante el ex capitán de Los Pumas disimuló la
sensación de abandono que pareció trasmitir hacia el deporte el Menem de final de ciclo.
Redujo a un mínimo record de 23 millones de pesos el presupuesto del área y, los años
no pasan en vano, sus actuaciones deportivas quedaron limitadas a un campo de golf.El
Presidente fracasó en su aventura de Buenos Aires, sede de los Juegos Olímpicos del
2004, un típico sueño de grandeza menemista, que él aspiraba celebrar otra vez en
poder. Quizás allí, en un eventual tercer mandato, el fútbol, su deporte favorito, le
dé una revancha que vaya más allá de la anécdota sobre la mufa que podría significar
una eventual consagración de San Lorenzo en el Apertura. Porque el fútbol, aunque
resulte paradójico, fue su única derrota. La pelota y él celebraron una luna de miel.
Hubo favores para aflojar la presión impositiva contra los clubes, planteles en Olivos,
Diego Maradona apoyando su reelección en el 95, Daniel Passarella, como él
quería, como DT de la Selección, Torneos y Competencias ofreciéndole conexiones para
que pudiera seguir a River aun en sus giras por el mundo y hasta Julio Grondona
declarándose menemista. Sin embargo, el fútbol, que ganó mundiales con la dictadura del
general Jorge Videla y con Raúl Alfonsín, lo dejó justamente a él sin esa alegría.
Para peor, el nuevo país que dejó la década menemista, y en el que hasta el aire fue
convertido en una sociedad anónima, el fútbol, símbolo si los hay, le dijo que no a la
pelota privada. Un negocio menos.
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