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Un año clave en la vida de Fernando de la Rúa

Así se construye un presidente

Desde 1973 era el candidato imbatible en la Capital Federal. El año pasado tuvo su ensayo de victoria nacional ganando la interna de la Alianza y ayer superó el 50 por ciento en presidenciales que lo ubican en los registros históricos junto a Juan Perón y Raúl Alfonsín. ¿Cómo gobernará? ¿Cuál es su mecanismo de toma de decisiones? ¿Qué relación tiene con Alfonsín y Chacho Alvarez? Aquí, las claves para entender a Fernando de la Rúa.

Por Martín Granovsky

Es abogado, pero fue liceísta del Ejército. Nació en Córdoba pero lo adoptó el electorado porteño. Radical de siempre, fue electo Presidente gracias a una Alianza con el centroizquierda. En la UCR era balbinista, pero los balbinistas ya no existen. Raúl Alfonsín lo derrotó; él esperó que la realidad derrotara a Alfonsín, y quedó solo en el vértice del radicalismo. Político de toda la vida, no es hombre de aparato. Su máxima transgresión a la racionalidad es usar una campera de gamuza por cábala, pero aceptó hacer “Buenos Aires no duerme” aunque viejos amigos suyos le dijeron que sería un fumadero de marihuana. El 11 de diciembre Fernando de la Rúa, el hombre que reúne esa historia en un mismo cuerpo, iniciará un ciclo después de diez años de menemismo.
De la Rúa no se hizo político en el último año, desde que le ganó la interna a Graciela Fernández Meijide, pero terminó de hacerse Presidente.
–Siempre fue un excelente candidato –dijo a Página/12 uno de sus asesores–. La diferencia es que en los últimos meses comenzó a gustarse.
De la Rúa se enamoró de ese candidato que veía en la televisión y se le fue haciendo cada vez más parecido. Y el de la tele se parecía cada vez más a él. Fue un caso de narcisismo mutuo, típico de los políticos exitosos. Así surgió el De la Rúa más suelto, que consiguió quebrar con el “Dicen que soy aburrido” una tendencia que desesperaba a sus asesores: que, frente al Tren de la Esperanza de Duhalde-Ortega, frente a la guerra de Duhalde contra Menem por la re-re, nadie se dignara a escucharlo.
El arranque
Poco a poco De la Rúa se construyó a sí mismo como la figura capaz de resumir el hartazgo de la sociedad tras diez años de Menem. Confluyó en él el voto castigo, y él se limitó a expresar un sentido común contrario al de Menem pero sin plantear conflictos abiertos. El mensaje mezcló institucionalidad, la idea del respeto y del fin de la frivolidad y una genérica promesa de trabajo. El candidato prometió, como mínimo, no irritar con la ostentación en medio de la crisis y consiguió dar la sensación de que la prolijidad puede ser una buena base de partida. De qué, es algo que no dejó en claro, y quizás no haya que esperar filosofía del Derecho de un profesor de Derecho Procesal que fue encontrando mecanismos para subir, paso a paso, gracias a ubicarse en el sitio oportuno durante el peor momento de debilidad de los otros.
Los otros son, ahora, Carlos Menem y Eduardo Duhalde. El peronismo. Hasta hace poco también lo era Alfonsín.
Pero el tipo de problemas de la Argentina no es el de Alfonsín, y tampoco el de Menem.
Alfonsín enfrentaba a la vez la transición democrática y la crisis de la deuda.
Menem, la hiperinflación.
Eran problemas agudos, espectaculares. Con la fuerza y la sorpresa de las catástrofes naturales.
De la Rúa tendrá que hacer frente a la fragmentación, al Estado bobo frente a los grupos económicos, a la corrupción, a la policía desquiciada, al desempleo y a la exclusión social.
Son problemas tremendos, pero crónicos. Producen un dolor permanente y sordo.
Sus principales asesores, sus compañeros en la campaña, los funcionarios del gobierno porteño, aseguraron que De la Rúa se tiene confianza como tiempista para mejorar la situación dentro de una crisis del tipo maratónico.
–Negociará en el Senado, negociará en Diputados y cuando se vea sin fuerza propia expondrá los problemas en la opinión pública para producir costos políticos en los adversarios –dijo confiado uno de los consultados, que también daba por segura una victoria bonaerense de laAlianza–. Está claro que Fernando encabezó una ola nacional, como Alfonsín en el ‘83.
Y otro opinó que el año de campaña –o el año y medio, si se suma la interna contra Graciela– le abrió un abanico de contactos directos útiles para fabricar consensos desde el gobierno.
–Como buen político, De la Rúa es útil para detectar lo que le sirve y lo beneficia. Mantuvo sus buenas relaciones con la Iglesia y con el establishment, y las amplió hacia los jóvenes, los sectores sensibles a los derechos humanos y los industriales. Mejoró su discurso hacia las mujeres, le fue bien con los chicos de la calle y se sintió muy seguro cuando viajó al encuentro de Davos y se encontró sintonizando la frecuencia, por ejemplo, de Gerhard Schröder.
“De Davos volvió Presidente”, dijo un intérprete complementario de la teoría de Narciso.
Inés
“Inés también se fue convenciendo”, terció un funcionario. Inés es Inés Pertiné, su mujer, que no tiene voto pero sí voz, y mucha, especialmente sobre qué compañías le convienen a Fernando. Entre los bendecidos figuran Nicolás Gallo, la mano derecha de De la Rúa para obras públicas y gestión, y Cecilia Felgueras, su secretaria de Promoción Social y probable ministra, a quien el Presidente electo buscó foguear trayéndola desde el área de Cultura que comanda Darío Lopérfido. Otra apuesta fue Hernán Lombardi, incorporado por De la Rúa al gabinete porteño para probarlo hasta el 10 de diciembre en un sector que, supone, podría generar empleos. Otro es el de vivienda, que supervisaría Gallo, con un plan de construcción o autoconstrucción subsidiada de monoambientes de nueve mil pesos.
En materia de funcionarios el Presidente electo es una verdadera esponja, y no tiene prejuicios contra los que ya pasaron por la función pública. Admitió cerca suyo a José Luis Machinea, ex presidente del Banco Central con Alfonsín y cantado como ministro de Economía el 10 de diciembre, y al ex camarista Ricardo Gil Lavedra, funcionario de Interior durante el gobierno de radical. Pero De la Rúa parece convencido de que oponerse a Alfonsín, o situarse siempre en una vereda diferente, le conviene.
Alfonsín
Si en 1983 su oposición a Raúl Alfonsín fue testimonial, la que ensayó diez años después frente al Pacto de Olivos tuvo una rentabilidad extraordinaria. Cuando Alfonsín pactó con Carlos Menem la reforma de la Constitución, el radicalismo se polarizó y se paralizó. De un lado quedó el ex presidente acompañado por una mayoría partidaria en estado catatónico, todos con un argumento pactista indemostrable: si no daban la cláusula de reelección legalmente, Menem se la tomaría por su cuenta. Del otro se ubicaron De la Rúa y, entre los alfonsinistas críticos más conocidos, Federico Storani.
El Pacto de Olivos tenía todos los condimentos para provocar la desconfianza popular. Quizás una de las características más irritantes del gobierno de Menem fuera a esa altura el halo de misterio que rodeaba los grandes negocios oficiales. Cualquier maniobra confusa, entonces, sería mal recibido, sobre todo si se percibía que tenía un objetivo personalizado. En ese caso, la eternidad de Carlos Menem, concedida con la idea hiperpragmática de que, primero, lo evitable era inevitable, y que frente a lo inevitable siempre hay que elegir el mal menor.
De la Rúa nunca fue precisamente un outsider de la política, pero en todo caso jamás había llegado a estar en la primera línea. Su función no había sido tejer, sino acompañar. Acompañó al balbinismo en la formación de La Hora del Pueblo, en 1972, y en el combate al Movimiento de Renovación y Cambio de Alfonsín en perpetua disputa del liderazgo radicalde Ricardo Balbín. Acompañó a la conducción de la UCR cuando ésta entregó intendentes para la dictadura, y no rechazó ningún contacto con los militares videlistas que entusiasmaban al grueso de la clase política y los diplomáticos, desde el Partido Comunista hasta la Nunciatura, pasando por la embajada de los Estados Unidos.
Por decisión, por biología o por simple suerte, cuando se firmó el Pacto de Olivos De la Rúa seguía invicto. No había sido número uno de ningún pacto que pudiera insumirle costos futuros.
En 1994 el Pacto de Olivos empujó la consolidación del Frepaso como fuerza nueva en el espacio de centroizquierda y dejó a un costado, intacto, a De la Rúa.
En 1995 el Frepaso con Bordón-Alvarez salió segundo. Por primera vez en su historia, el radicalismo no figuraba entre los dos primeros en una elección presidencial como lo había sido frente a conservadores, peronistas o votoblanquistas del ‘63. Otra vez De la Rúa miraba desde un costado el incendio de los otros.
Chacho
Como ningún otro fenómeno anterior, el Pacto de Olivos creó a su frente una oposición transversal. Había críticos del acuerdo en todos los partidos, como si por una vez el patriotismo partidario hubiese sido fisurado en la Argentina. Unos dieron un paso al frente. Bordón, Storani y Alvarez hasta se dejaron fotografiar juntos en la confitería El Molino para certificar que los partidos no eran la única frontera posible de la política.
El mismo Alvarez fue, en estos años, el político más perspicaz frente a la nueva tendencia a relacionar la identidad con temas y valores y no con orígenes personales. Desgajado del peronismo sin otra estructura que un puñado de legisladores, debió extraer virtudes de la necesidad.
No es extraño, por eso, que Alvarez se convirtiera en el principal motor de la formación de una alianza opositora al menemismo, ni que fuera Storani quien en un restaurante de Puerto Madero convenciera a De la Rúa de que, si la alianza se formaba, él sería Presidente.
Fue coherente, también, la aceptación de De la Rúa. Por un lado, era un radical puro, o sea enemigo de ir a elecciones con otros partidos. Por otro, podría aprovechar la erosión de la figura de Alfonsín para escapar del destino que éste había sufrido con Balbín: esperar la muerte del jefe para pelear la sucesión. También, era suficientemente astuto como para darse cuenta de que el radicalismo solo lo aceptaría con resignación, nunca con entusiasmo, y que además la UCR sola podría volver a pasar vergüenza en las elecciones de ayer. Curiosamente, lo mismo pensaba Alfonsín sobre el último punto, y esa interpretación terminó de cerrar la formación de la Alianza.
Sin ella De la Rúa ayer no hubiera sido electo Presidente.
La ciudad
Entre el Pacto de Olivos y la formación de la Alianza De la Rúa consiguió su primer cargo ejecutivo importante, tras un paso fugaz por la administración de Arturo Illia en 1963. Pudo haber sido funcionario de Arturo Mor Roig en el Ministerio del Interior del general Alejandro Agustín Lanusse, pero no aceptó. Y luego fue senador en el ‘73, otra vez senador en el ‘83, diputado, senador una vez más, hasta transformarse en el primer jefe de gobierno porteño electo por el pueblo, nada menos que en el distrito que parece de su propiedad electoral exclusiva.
Gobernar la Nación no es lo mismo que gobernar la Capital Federal, por supuesto, pero puede haber formas de encarar los problemas similares para la misma persona, transiciones profesionales que se repiten, obsesiones que si dieron resultado seguirán vigentes.
Página/12 consultó a buena parte de las 50 personas que De la Rúa suele escuchar, algunas de ellas asesores de campaña o secretarios del gobiernoporteño. Con su relato, brindado con estricto pedido de reserva de identidad, podría armarse este identikit del Presidente electo.
u Al revés de Menem, que siente hasta placer cuando se planta contra el sentido común y lo anticipa o lo construye, a De la Rúa no le gusta actuar contra la mayoría. Es decir: no se regodea con el desafío de ir contra la corriente. La sigue o, en todo caso, se para en un desvío, sin enfrentarla.
- Sabe que no hay tiempo para aprender. La realidad no da tregua.
- Cuando asumió el gobierno porteño, dedicó alrededor de un año a conocer las cuentas y emprolijarlas. “Es meticuloso, y él mismo controla hasta el último detalle, hasta el último verbo de una resolución”, dijo uno de los consultados. “Le fastidia no saber en qué realidad administrativa se mueve.”
- Político acostumbrado a conversar con el establishment, no siente ningún tipo de aversión ideológica por los grandes grupos económicos, lo cual significa que no buscará conflictos pero no obligatoriamente que –de manera automática– les asegurará beneficios. En el gobierno de la ciudad renegoció los contratos de recolección de basura. Para el gobierno nacional ya anunció que revisará no las privatizaciones originales pero sí las últimas actualizaciones de los contratos, muchas de ellas escandalosas.
- Está convencido del poder del Estado por el simple ejercicio del poder de policía o incluso del poder de compra. En el gobierno de la ciudad dictó la famosa resolución 225 por la cual al acreedor se le quitaba en principio el 30 por ciento de su acreencia sobre el Estado. Para cobrarla debía demostrar que era legítima. Una inversión práctica de la carga de la prueba que, sin embargo, no fue recurrida por ningún proveedor importante. Todos quieren seguir teniendo al Estado de cliente.
- Al principio, como Menem, diseñó las secretarías garantizando el enfrentamiento entre el primero y el segundo de cada área. En una segunda etapa, igual que Menem, dejó de jugar a la interna y prefirió concentrar la delegación de responsabilidades, y culpas, solo en los primeros. “Es duro cuando pasa facturas”, dijo un ex funcionario. “Puede gritonear y hasta ser hiriente.”
- No tuvo ningún problema en cambiar de equipo y en desprenderse de los delarruistas viejos. Hoy, de la primera hora le quedan cuatro cerca: Gallo, su hombre de confianza para las obras públicas y el trato con las empresas; Arturo Mathov, secretario de Gobierno y posible funcionario para Seguridad o la SIDE; José María García Arecha, ojos y oídos suyos en el Senado; y Rafael Pascual, que puede ser presidente de la Cámara de Diputados o ministro.
- No es un jefe agradecido. En caso de falla, las penas son siempre ajenas. A la vez, si confía en alguien le da espacios. “Pero los da en usufructo”, explica con malicia un funcionario de alto rango. “Puede quitarlos sin aviso previo.” Su criterio (nunca dicho, construido a partir de cómo lo perciben los demás) es que acompañar al ganador es premio suficiente.
- Es reacio a las rutinas que cristalicen situaciones de poder en relación con él. No llama siempre a los mismos a su casa, ni a su quinta de Villa Rosa, en Pilar, lo cual provoca quejas y angustia por quienes sufren el síndrome de abstinencia.
- Es un desconfiado intelectual, no un desconfiado moral. Parte de la base de no quieren perjudicarlo, pero al mismo tiempo no está seguro de la capacidad de los demás hasta que la demuestran a sus ojos.
- Mide permanente a los interlocutores haciendo miles de preguntas. Luego, éstos se dan cuenta de que De la Rúa suele tener parte de las respuestas. Solo estaba calibrando a los otros.
- Entrega mucho trabajo y exige disponibilidad absoluta.
- Es detallista en la búsqueda de información. Si puede, saltea al funcionario y habla con una fuente directa del problema. Reúne datos perono piensa en voz alta. No adelanta decisiones hasta que resolvió ejecutarlas.
- Es sensible a la lealtad ajena. O hipersensible, porque está convencido de que la Unión Cívica Radical lo odia. De los dirigentes con experiencia salva, eso sí, a Enrique “Coti” Nosiglia, pero intuye que la fama de monje negro del ex negociador de Alfonsín puede perjudicarlo como Presidente. Cuando asumió el gobierno de la ciudad De la Rúa citaba a Nosiglia en las proximidades de su despacho. Hasta podía salir de una reunión de gabinete para encontrarse, al lado, con “Coti”. Después aceptó gestiones reservadas de Nosiglia con sindicalistas. “Le gusta que ‘Coti’ siempre trate de sumar”, definió un allegado. “Quisiera que Nosiglia se blanquee en un cargo público, pero tiene miedo de que la simple aparición de un amigo de José Luis Manzano lo dañe, y también tiene miedo de que el estilo sotto voce de ‘Coti’ pueda trasladarle a él las sospechas”, graficó el dilema.
- Se preocupa por que se entienda lo que dice en público.
- Viejo abanderado, es autoexigente. Sufre cuando en un discurso no termina de construir una frase porque arrancó mal.
Desde ayer podría suponerse que muchas de esas características habrán quedado potenciadas por los resultados. Que estará obligado a negociar más que nunca y que, más que nunca, considerará que el triunfo es en buena medida suyo, un dato remarcado por los resultados en algunas provincias como Mendoza.
Dice que no es aburrido. Ver para creer.

Candidato perdedor a vice, 73.

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