Por
Martín Granovsky
Es abogado, pero fue liceísta del Ejército. Nació
en Córdoba pero lo adoptó el electorado porteño.
Radical de siempre, fue electo Presidente gracias a una Alianza con el
centroizquierda. En la UCR era balbinista, pero los balbinistas ya no
existen. Raúl Alfonsín lo derrotó; él esperó
que la realidad derrotara a Alfonsín, y quedó solo en el
vértice del radicalismo. Político de toda la vida, no es
hombre de aparato. Su máxima transgresión a la racionalidad
es usar una campera de gamuza por cábala, pero aceptó hacer
Buenos Aires no duerme aunque viejos amigos suyos le dijeron
que sería un fumadero de marihuana. El 11 de diciembre Fernando
de la Rúa, el hombre que reúne esa historia en un mismo
cuerpo, iniciará un ciclo después de diez años de
menemismo.
De la Rúa no se hizo político en el último año,
desde que le ganó la interna a Graciela Fernández Meijide,
pero terminó de hacerse Presidente.
Siempre fue un excelente candidato dijo a Página/12
uno de sus asesores. La diferencia es que en los últimos
meses comenzó a gustarse.
De la Rúa se enamoró de ese candidato que veía en
la televisión y se le fue haciendo cada vez más parecido.
Y el de la tele se parecía cada vez más a él. Fue
un caso de narcisismo mutuo, típico de los políticos exitosos.
Así surgió el De la Rúa más suelto, que consiguió
quebrar con el Dicen que soy aburrido una tendencia que desesperaba
a sus asesores: que, frente al Tren de la Esperanza de Duhalde-Ortega,
frente a la guerra de Duhalde contra Menem por la re-re, nadie se dignara
a escucharlo.
El arranque
Poco a poco De la Rúa se construyó a sí mismo como
la figura capaz de resumir el hartazgo de la sociedad tras diez años
de Menem. Confluyó en él el voto castigo, y él se
limitó a expresar un sentido común contrario al de Menem
pero sin plantear conflictos abiertos. El mensaje mezcló institucionalidad,
la idea del respeto y del fin de la frivolidad y una genérica promesa
de trabajo. El candidato prometió, como mínimo, no irritar
con la ostentación en medio de la crisis y consiguió dar
la sensación de que la prolijidad puede ser una buena base de partida.
De qué, es algo que no dejó en claro, y quizás no
haya que esperar filosofía del Derecho de un profesor de Derecho
Procesal que fue encontrando mecanismos para subir, paso a paso, gracias
a ubicarse en el sitio oportuno durante el peor momento de debilidad de
los otros.
Los otros son, ahora, Carlos Menem y Eduardo Duhalde. El peronismo. Hasta
hace poco también lo era Alfonsín.
Pero el tipo de problemas de la Argentina no es el de Alfonsín,
y tampoco el de Menem.
Alfonsín enfrentaba a la vez la transición democrática
y la crisis de la deuda.
Menem, la hiperinflación.
Eran problemas agudos, espectaculares. Con la fuerza y la sorpresa
de las catástrofes naturales.
De la Rúa tendrá que hacer frente a la fragmentación,
al Estado bobo frente a los grupos económicos, a la corrupción,
a la policía desquiciada, al desempleo y a la exclusión
social.
Son problemas tremendos, pero crónicos. Producen un dolor permanente
y sordo.
Sus principales asesores, sus compañeros en la campaña,
los funcionarios del gobierno porteño, aseguraron que De la Rúa
se tiene confianza como tiempista para mejorar la situación dentro
de una crisis del tipo maratónico.
Negociará en el Senado, negociará en Diputados y cuando
se vea sin fuerza propia expondrá los problemas en la opinión
pública para producir costos políticos en los adversarios
dijo confiado uno de los consultados, que también daba por
segura una victoria bonaerense de laAlianza. Está claro que
Fernando encabezó una ola nacional, como Alfonsín en el
83.
Y otro opinó que el año de campaña o el año
y medio, si se suma la interna contra Graciela le abrió un
abanico de contactos directos útiles para fabricar consensos desde
el gobierno.
Como buen político, De la Rúa es útil para
detectar lo que le sirve y lo beneficia. Mantuvo sus buenas relaciones
con la Iglesia y con el establishment, y las amplió hacia los jóvenes,
los sectores sensibles a los derechos humanos y los industriales. Mejoró
su discurso hacia las mujeres, le fue bien con los chicos de la calle
y se sintió muy seguro cuando viajó al encuentro de Davos
y se encontró sintonizando la frecuencia, por ejemplo, de Gerhard
Schröder.
De Davos volvió Presidente, dijo un intérprete
complementario de la teoría de Narciso.
Inés
Inés también se fue convenciendo, terció
un funcionario. Inés es Inés Pertiné, su mujer, que
no tiene voto pero sí voz, y mucha, especialmente sobre qué
compañías le convienen a Fernando. Entre los bendecidos
figuran Nicolás Gallo, la mano derecha de De la Rúa para
obras públicas y gestión, y Cecilia Felgueras, su secretaria
de Promoción Social y probable ministra, a quien el Presidente
electo buscó foguear trayéndola desde el área de
Cultura que comanda Darío Lopérfido. Otra apuesta fue Hernán
Lombardi, incorporado por De la Rúa al gabinete porteño
para probarlo hasta el 10 de diciembre en un sector que, supone, podría
generar empleos. Otro es el de vivienda, que supervisaría Gallo,
con un plan de construcción o autoconstrucción subsidiada
de monoambientes de nueve mil pesos.
En materia de funcionarios el Presidente electo es una verdadera esponja,
y no tiene prejuicios contra los que ya pasaron por la función
pública. Admitió cerca suyo a José Luis Machinea,
ex presidente del Banco Central con Alfonsín y cantado como ministro
de Economía el 10 de diciembre, y al ex camarista Ricardo Gil Lavedra,
funcionario de Interior durante el gobierno de radical. Pero De la Rúa
parece convencido de que oponerse a Alfonsín, o situarse siempre
en una vereda diferente, le conviene.
Alfonsín
Si en 1983 su oposición a Raúl Alfonsín fue
testimonial, la que ensayó diez años después frente
al Pacto de Olivos tuvo una rentabilidad extraordinaria. Cuando Alfonsín
pactó con Carlos Menem la reforma de la Constitución, el
radicalismo se polarizó y se paralizó. De un lado quedó
el ex presidente acompañado por una mayoría partidaria en
estado catatónico, todos con un argumento pactista indemostrable:
si no daban la cláusula de reelección legalmente, Menem
se la tomaría por su cuenta. Del otro se ubicaron De la Rúa
y, entre los alfonsinistas críticos más conocidos, Federico
Storani.
El Pacto de Olivos tenía todos los condimentos para provocar la
desconfianza popular. Quizás una de las características
más irritantes del gobierno de Menem fuera a esa altura el halo
de misterio que rodeaba los grandes negocios oficiales. Cualquier maniobra
confusa, entonces, sería mal recibido, sobre todo si se percibía
que tenía un objetivo personalizado. En ese caso, la eternidad
de Carlos Menem, concedida con la idea hiperpragmática de que,
primero, lo evitable era inevitable, y que frente a lo inevitable siempre
hay que elegir el mal menor.
De la Rúa nunca fue precisamente un outsider de la política,
pero en todo caso jamás había llegado a estar en la primera
línea. Su función no había sido tejer, sino acompañar.
Acompañó al balbinismo en la formación de La Hora
del Pueblo, en 1972, y en el combate al Movimiento de Renovación
y Cambio de Alfonsín en perpetua disputa del liderazgo radicalde
Ricardo Balbín. Acompañó a la conducción de
la UCR cuando ésta entregó intendentes para la dictadura,
y no rechazó ningún contacto con los militares videlistas
que entusiasmaban al grueso de la clase política y los diplomáticos,
desde el Partido Comunista hasta la Nunciatura, pasando por la embajada
de los Estados Unidos.
Por decisión, por biología o por simple suerte, cuando se
firmó el Pacto de Olivos De la Rúa seguía invicto.
No había sido número uno de ningún pacto que pudiera
insumirle costos futuros.
En 1994 el Pacto de Olivos empujó la consolidación del Frepaso
como fuerza nueva en el espacio de centroizquierda y dejó a un
costado, intacto, a De la Rúa.
En 1995 el Frepaso con Bordón-Alvarez salió segundo. Por
primera vez en su historia, el radicalismo no figuraba entre los dos primeros
en una elección presidencial como lo había sido frente a
conservadores, peronistas o votoblanquistas del 63. Otra vez De
la Rúa miraba desde un costado el incendio de los otros.
Chacho
Como ningún otro fenómeno anterior, el Pacto de Olivos
creó a su frente una oposición transversal. Había
críticos del acuerdo en todos los partidos, como si por una vez
el patriotismo partidario hubiese sido fisurado en la Argentina. Unos
dieron un paso al frente. Bordón, Storani y Alvarez hasta se dejaron
fotografiar juntos en la confitería El Molino para certificar que
los partidos no eran la única frontera posible de la política.
El mismo Alvarez fue, en estos años, el político más
perspicaz frente a la nueva tendencia a relacionar la identidad con temas
y valores y no con orígenes personales. Desgajado del peronismo
sin otra estructura que un puñado de legisladores, debió
extraer virtudes de la necesidad.
No es extraño, por eso, que Alvarez se convirtiera en el principal
motor de la formación de una alianza opositora al menemismo, ni
que fuera Storani quien en un restaurante de Puerto Madero convenciera
a De la Rúa de que, si la alianza se formaba, él sería
Presidente.
Fue coherente, también, la aceptación de De la Rúa.
Por un lado, era un radical puro, o sea enemigo de ir a elecciones con
otros partidos. Por otro, podría aprovechar la erosión de
la figura de Alfonsín para escapar del destino que éste
había sufrido con Balbín: esperar la muerte del jefe para
pelear la sucesión. También, era suficientemente astuto
como para darse cuenta de que el radicalismo solo lo aceptaría
con resignación, nunca con entusiasmo, y que además la UCR
sola podría volver a pasar vergüenza en las elecciones de
ayer. Curiosamente, lo mismo pensaba Alfonsín sobre el último
punto, y esa interpretación terminó de cerrar la formación
de la Alianza.
Sin ella De la Rúa ayer no hubiera sido electo Presidente.
La ciudad
Entre el Pacto de Olivos y la formación de la Alianza De la
Rúa consiguió su primer cargo ejecutivo importante, tras
un paso fugaz por la administración de Arturo Illia en 1963. Pudo
haber sido funcionario de Arturo Mor Roig en el Ministerio del Interior
del general Alejandro Agustín Lanusse, pero no aceptó. Y
luego fue senador en el 73, otra vez senador en el 83, diputado,
senador una vez más, hasta transformarse en el primer jefe de gobierno
porteño electo por el pueblo, nada menos que en el distrito que
parece de su propiedad electoral exclusiva.
Gobernar la Nación no es lo mismo que gobernar la Capital Federal,
por supuesto, pero puede haber formas de encarar los problemas similares
para la misma persona, transiciones profesionales que se repiten, obsesiones
que si dieron resultado seguirán vigentes.
Página/12 consultó a buena parte de las 50 personas que
De la Rúa suele escuchar, algunas de ellas asesores de campaña
o secretarios del gobiernoporteño. Con su relato, brindado con
estricto pedido de reserva de identidad, podría armarse este identikit
del Presidente electo.
u Al revés de Menem, que siente hasta placer cuando se planta contra
el sentido común y lo anticipa o lo construye, a De la Rúa
no le gusta actuar contra la mayoría. Es decir: no se regodea con
el desafío de ir contra la corriente. La sigue o, en todo caso,
se para en un desvío, sin enfrentarla.
- Sabe que no hay tiempo para aprender. La realidad no da tregua.
- Cuando asumió el gobierno porteño, dedicó alrededor
de un año a conocer las cuentas y emprolijarlas. Es meticuloso,
y él mismo controla hasta el último detalle, hasta el último
verbo de una resolución, dijo uno de los consultados. Le
fastidia no saber en qué realidad administrativa se mueve.
- Político acostumbrado a conversar con el establishment, no siente
ningún tipo de aversión ideológica por los grandes
grupos económicos, lo cual significa que no buscará conflictos
pero no obligatoriamente que de manera automática les
asegurará beneficios. En el gobierno de la ciudad renegoció
los contratos de recolección de basura. Para el gobierno nacional
ya anunció que revisará no las privatizaciones originales
pero sí las últimas actualizaciones de los contratos, muchas
de ellas escandalosas.
- Está convencido del poder del Estado por el simple ejercicio
del poder de policía o incluso del poder de compra. En el gobierno
de la ciudad dictó la famosa resolución 225 por la cual
al acreedor se le quitaba en principio el 30 por ciento de su acreencia
sobre el Estado. Para cobrarla debía demostrar que era legítima.
Una inversión práctica de la carga de la prueba que, sin
embargo, no fue recurrida por ningún proveedor importante. Todos
quieren seguir teniendo al Estado de cliente.
- Al principio, como Menem, diseñó las secretarías
garantizando el enfrentamiento entre el primero y el segundo de cada área.
En una segunda etapa, igual que Menem, dejó de jugar a la interna
y prefirió concentrar la delegación de responsabilidades,
y culpas, solo en los primeros. Es duro cuando pasa facturas,
dijo un ex funcionario. Puede gritonear y hasta ser hiriente.
- No tuvo ningún problema en cambiar de equipo y en desprenderse
de los delarruistas viejos. Hoy, de la primera hora le quedan cuatro cerca:
Gallo, su hombre de confianza para las obras públicas y el trato
con las empresas; Arturo Mathov, secretario de Gobierno y posible funcionario
para Seguridad o la SIDE; José María García Arecha,
ojos y oídos suyos en el Senado; y Rafael Pascual, que puede ser
presidente de la Cámara de Diputados o ministro.
- No es un jefe agradecido. En caso de falla, las penas son siempre ajenas.
A la vez, si confía en alguien le da espacios. Pero los da
en usufructo, explica con malicia un funcionario de alto rango.
Puede quitarlos sin aviso previo. Su criterio (nunca dicho,
construido a partir de cómo lo perciben los demás) es que
acompañar al ganador es premio suficiente.
- Es reacio a las rutinas que cristalicen situaciones de poder en relación
con él. No llama siempre a los mismos a su casa, ni a su quinta
de Villa Rosa, en Pilar, lo cual provoca quejas y angustia por quienes
sufren el síndrome de abstinencia.
- Es un desconfiado intelectual, no un desconfiado moral. Parte de la
base de no quieren perjudicarlo, pero al mismo tiempo no está seguro
de la capacidad de los demás hasta que la demuestran a sus ojos.
- Mide permanente a los interlocutores haciendo miles de preguntas. Luego,
éstos se dan cuenta de que De la Rúa suele tener parte de
las respuestas. Solo estaba calibrando a los otros.
- Entrega mucho trabajo y exige disponibilidad absoluta.
- Es detallista en la búsqueda de información. Si puede,
saltea al funcionario y habla con una fuente directa del problema. Reúne
datos perono piensa en voz alta. No adelanta decisiones hasta que resolvió
ejecutarlas.
- Es sensible a la lealtad ajena. O hipersensible, porque está
convencido de que la Unión Cívica Radical lo odia. De los
dirigentes con experiencia salva, eso sí, a Enrique Coti
Nosiglia, pero intuye que la fama de monje negro del ex negociador de
Alfonsín puede perjudicarlo como Presidente. Cuando asumió
el gobierno de la ciudad De la Rúa citaba a Nosiglia en las proximidades
de su despacho. Hasta podía salir de una reunión de gabinete
para encontrarse, al lado, con Coti. Después aceptó
gestiones reservadas de Nosiglia con sindicalistas. Le gusta que
Coti siempre trate de sumar, definió un allegado.
Quisiera que Nosiglia se blanquee en un cargo público, pero
tiene miedo de que la simple aparición de un amigo de José
Luis Manzano lo dañe, y también tiene miedo de que el estilo
sotto voce de Coti pueda trasladarle a él las sospechas,
graficó el dilema.
- Se preocupa por que se entienda lo que dice en público.
- Viejo abanderado, es autoexigente. Sufre cuando en un discurso no termina
de construir una frase porque arrancó mal.
Desde ayer podría suponerse que muchas de esas características
habrán quedado potenciadas por los resultados. Que estará
obligado a negociar más que nunca y que, más que nunca,
considerará que el triunfo es en buena medida suyo, un dato remarcado
por los resultados en algunas provincias como Mendoza.
Dice que no es aburrido. Ver para creer.
Candidato
perdedor a vice, 73.
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