¿Derrotado yo? se preguntaba Carlos Menem con una sonrisa
socarrona al enterarse de que su partido, el PJ, acababa de recibir una
paliza histórica en las urnas. Por favor, de haber sido yo
el candidato hubiera ganado por veinte puntos, tal vez treinta.
Una fantasía infantil, claro está, pero Menem entiende mejor
que nadie que de tales semillas pueden brotar mitos políticos que
más tarde produzcan fruta en abundancia. Después de un período
breve brevísimo de luto simulado por la desgracia sufrida
por el compañero Eduardo Duhalde, se proclamará el triunfador
moral, señalando que él por lo menos sigue invicto.
En efecto, ya antes de ver hundirse al único peronista que pudo
haberle hecho sombra había puesto en marcha la campaña Menem
2003. Lejos de frenarla, lo ocurrido ayer sólo ha servido
para darla el impulso que necesitaba. Los obstáculos a superar
en el camino del regreso son muchos y no hay nada escrito, pero dadas
las circunstancias sería muy prematuro festejar el fin del menemismo.
La verdad es que para Menem los resultados electorales de los once meses
últimos han sido bastante satisfactorios. Sus amigos han cosechado
triunfos y sus enemigos, encabezados por Duhalde, han sido humillados.
Además, aunque se resista a entenderlo, también lo ha beneficiado
enormemente el fracaso del operativo reelección bis al ahorrarle
un revés catastrófico: si hubiera estado en los zapatos
del bonaerense, el margen que separaba a Fernando de la Rúa de
su contrincante pudiera haber sido llamativamente mayor y la carrera pública
de Menem un montón de escombros.
Si la Argentina fuera otro país y el PJ otro partido, el futuro
de Menem sería sombrío, una larga y lastimosa peregrinación
por los juzgados que lo llevaría a una celda VIP en Villa Devoto.
Pero aquí es normal que los caudillos políticos sobrevivan
a los desastres más inverosímiles y, aparte de Duhalde y
sus allegados, los peronistas no tienen demasiados motivos para sentirse
derrotados. Triunfaron en la mayoría de las provincias y las victorias
más espectaculares, las de Carlos Reutemann y José Manuel
de la Sota, fueron anotadas por menemistas que apenas ocultaban
su desprecio por el desafortunado gobernador bonaerense. Desde el punto
de vista de Menem y los suyos, sólo perdió un equipo de
suplentes dirigido por un traidor torpe, teoría que
ya estará transformándose en dogma indiscutible.
Mucho dependerá de las vicisitudes de la guerra contra la
corrupción que los líderes de la Alianza juran estar
resueltos a librar. De la Rúa y Chacho Alvarez dicen querer descabezar
al mal, o sea, promover el
procesamiento primero y el encarcelamiento después del pronto a
ser ex presidente. Sin embargo, traducir estas palabras pronunciadas en
el calor de la batalla electoral en iniciativas emprendidas por un gobierno
deseoso de hacer gala de su moderación y su respeto por las reglas
democráticas no les será nada fácil. Al fin y al
cabo, pocos nuevos gobiernos en el mundo han tenido que convivir desde
el vamos con una oposición tan poderosamente atrincherada como
estará el peronismo luego del 10 de diciembre. ¿Estará
dispuesto De la Rúa a correr los riesgos institucionales
que plantearía una ofensiva genuina contra Menem? Aunque las presiones
tanto internas como externas para que sí lo haga serán fortísimas,
no parece tener el poder suficiente como para animarse a emprenderla.
Para Menem, los primeros meses del nuevo milenio serán los más
peligrosos. Algunos compañeros perversos tratarán de incluirlo
en la lista de mariscales de la derrota que acompañarán
a Duhalde a Siberia y la Alianza, su capital político todavía
intacto, tratará de aumentarlo embistiendo contra los corruptos
que tanto han contribuido a agravar las lacras nacionales. Pero, siempre
que Menem se las arregle para mantener a raya a sus adversarios, una vez
terminado este período el tiempo empezará a jugar en su
favor. Si, como se prevé, el gobierno delarruísta resulteincapaz
de producir el cambio que ha prometido, cada vez más
personas lo tratarán como el gran responsable de la desocupación,
las deficiencias de la educación, la inseguridad, las dificultades
de las PYMEs y hasta de la corrupción. Como sabemos, la Argentina
es un país amnésico cuya historia siempre comenzó
con el inicio de la gestión del gobierno de turno.
Si lo único que quisiera Menem fuera salvarse de la Justicia, sus
perspectivas políticas serían con toda seguridad tétricas,
pero, felizmente para él, estará en condiciones de desempeñar
un papel mucho más honorable que el de un fugitivo. Dice que será
el custodio del modelo listo para actuar toda vez que su sucesor
amague con desviarse del camino, rol que sueña con
cumplir Domingo Cavallo, lo cual hace pensar que su guerra
continuará hasta las calendas griegas.
Luego de una campaña electoral prolongada en la que tanto oficialistas
como aliancistas rivalizaron atacando el modelo menemista
por sus consecuencias sociales, dando a entender que en cuanto tuvieran
la oportunidad lo reemplazarían por otro mejor y más moderno,
la voluntad de Menem de reivindicar su obra podría parecer suicida,
pero es bien posible más, es probable que después
de un par de años de gestión delarruísta la ciudadanía
haya empezado a sentir cierta nostalgia por la contundencia que caracterizaba
a la primera fase del menemato. De ser así, Menem estaría
en condiciones, no sólo de aprovechar el descontento de los hartos
del letargo oficial, sino también de afirmarse dueño de
una alternativa coherente, posición ésta que
cualquier político envidiaría.
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