Receta
de ajuste urgente, alto
desempleo y tibia reactivación
Financiarle
el agujero al sector público en el 2000 es, para la Fundación
Capital, la gran prioridad. Machinea piensa igual.
Por
J.N.
El desempleo en la Argentina seguirá siendo elevado, no hay devaluación
a la vista y el 2000 viene con recuperación económica moderada.
Así resume la Fundación Capital los principales puntos de
su pronóstico para el comienzo de la gestión delarruista.
Como agenda urgente del nuevo Gobierno señala la necesidad de mostrar
solvencia fiscal y disponer de caja y aval para cubrir las
necesidades de fondos del sector público durante el próximo
año. La elección de esta prioridad por parte de la consultora
que orienta Martín Redrado, una figura que alcanzó esplendor
en el primer período menemista, coincide al menos en esto
con la del equipo de economistas de la Alianza, conducidos por José
Luis Machinea.
El peligro de una desfinanciación del sector público, que
pondría en grave riesgo a la Convertibilidad, convierte a todos
en partidarios del ajuste y la consiguiente señal de confianza,
que le reabriría el crédito al país. Sin embargo,
cortar gasto público y aumentar la presión fiscal puede
abortar la incipiente reactivación económica. La lógica
de los ajustistas es diferente: piensan que más fuerte
que el impacto depresivo del ajuste será el efecto expansivo del
ingreso de capitales que alentará. De todas formas, éste
nunca depende sólo de lo que haga la Argentina, sino también
de otras variables que el país no maneja.
Respecto del riesgo cambiario que se perciba desde afuera, De la Rúa
deberá convencer a los administradores de fondos que no seguirá
el ejemplo del mexicano Ernesto Zedillo ni del brasileño Fernando
Cardoso: los dos devaluaron significativamente la moneda tras asumir (o
reasumir) la presidencia, a fines de 1994 y de 1998, respectivamente.
Una diferencia sustancial a favor del argentino es que el BCRA no ha perdido
reservas, mientras que las aztecas habían adelgazado en 20 mil
millones y las brasileñas, en más de 40 mil. La FC destaca
además que el sistema financiero argentino dispone hoy de un excedente
financiero de más de 20 mil millones, al que añaden 4000
millones de flujo anual de las AFJP y casi 2000 millones de obligaciones
prefinanciadas. Esto significa que el país tiene garantizadas sus
necesidades de financiación para el primer semestre del 2000, lo
cual aleja un hipotético escenario de cesación de pagos
y devaluación desesperada.
A continuación, los puntos salientes del informe que difundió
ayer la FC, como un cuadro de situación y perspectivas.
u La reactivación no ocurrirá ya mismo ni será tanta.
Los indicadores internos vienen mezclados: repunta la producción
industrial, pero no el ingreso de capitales ni el crédito. El contexto
internacional también presenta claroscuros. En suma, es muy probable
que la Argentina vuelva al crecimiento en el 2000, pero a ritmo lento,
con una expansión del 2 por ciento. El déficit externo será
crítico: 4,5 por ciento del PBI.
u El sector público (Nación más provincias) necesita
25 mil millones de dólares de crédito en el 2000, incluyendo
en esa cifra los vencimientos de la deuda. Dos hechos oscurecen el panorama:
el paulatino cierre del mercado de capitales para el país y el
agotamiento de los activos privatizables. Es en cambio posible contar
con un paraguas protector del Fondo Monetario, pero a condición
de acatar sus recetas.
u El déficit de arranque del año 2000 rondará los
9500 millones de pesos, lo que ya es más del 3 por ciento del PBI,
considerando exclusivamente el sector público nacional. Este lastre
inercial obliga a un ajuste presupuestario superior a los 4000 millones
si se pretende cumplir con la ley de Convertibilidad Fiscal (que también
votaron casi todos los legisladores aliancistas). De acuerdo al proyecto
presupuestario que presentó el actual Gobierno, tres quintos del
ajuste se obtendrán simplemente del crecimiento de la economía,
vaticinado en 5 por ciento (con marcado optimismo), y el resto provendrá
de eliminar el Fondo del Conurbano y el Fonavi. La FC considera este ajuste
irrealizable.
u El conjunto de las provincias acumula una deuda pública próxima
a los 20 mil millones de pesos, con un déficit fiscal de unos 3000
millones paraeste año. Para Carlos Pérez y otros economistas
de la Fundación, ese endeudamiento es un problema todavía
no explosivo.
u Bajo ciertos supuestos, y particularmente el de un crecimiento promedio
del 4 por ciento anual en el próximo lustro, la actual tasa de
desempleo iría descendiendo paulatinamente, hasta situarse en el
10,7 por ciento en el último año de la presidencia De la
Rúa. Chupete le dejaría a su sucesor (o a sí mismo)
una desocupación del 9,9 por ciento.
NO
HAY PROYECTOS PARA SECTORES DIVERSIFICADOS
La
Argentina, comoditizada
Por
J.N.
Si los proyectos de inversión son el termómetro
del futuro, los pocos que existen hoy están concentrados en los
sectores vinculados a commodities (materias primas, insumos, bienes
intermedios) con potencialidad exportadora, básicamente gracias
a la reactivación asiática. Minería, petróleo,
derivados, petroquímica, aluminio y algunos siderúrgicos
están viendo un panorama más desahogado. Algo similar
ocurre con el agro en cuanto a la soja o el maíz, aunque con
mayor incertidumbre. En todo caso, con precios más altos y con
costos reducidos por el marcado proceso de concentración, el
campo al menos en los cultivos centrales vuelve a ser rentable.
En las industrias confinadas al mercado interno las perspectivas siguen
siendo chatas, desde alimentos a confecciones. En conjunto, lo peor
de la crisis ya pasó, pero la promesa es de un repunte lento,
al que no le alcanzará el 2000 para recuperar los niveles previos
al bajón iniciado en el segundo semestre de 1998.
Más allá del ciclo, la Argentina emerge de la recesión
con serios problemas de competitividad. Gran parte de los negocios de
exportación, sobre todo los de valor agregado, fueron montados
con la vista puesta en el Mercosur. Pero la devaluación del real
abrió una brecha de costos de entre 25 y 30 por ciento en favor
de Brasil, lo que acentuará la dificultad de sostener las exportaciones
industriales. En cualquier caso, se cree difícil que el Mercosur
pueda volver a ser una dinamizante fuente de negocios en los dos o tres
próximos años, sin menospreciar además los riesgos
macroeconómicos que corre Brasil.
Así, si la tendencia quedara librada a las fuerzas espontáneas
del mercado, la Argentina seguiría deslizándose hacia
una creciente primarización, un fenómeno que la economista
Débora Giorgi prefiere llamar la comoditización
del país. Esto lo mantendría inserto en la franja
más volátil del comercio internacional, en la que la demanda
y los precios oscilan con mayor violencia. Sin políticas industriales
y comerciales dinámicas no habrá diversificación
ni será sencillo reducir la tasa de desempleo, porque los sectores
de insumos demandan poca mano de obra.
Si vamos a tener déficit fiscal en las provincias, como
parece inevitable dice Giorgi, es preferible que sea por
el costo de una agresiva política de atracción de inversiones,
como la de los estados brasileños, y no por la necesidad de inflar
el empleo público para darle algún medio de vida a la
gente. En cualquier caso, en la primera opción existe la
perspectiva de eliminar eventualmente el déficit, mientras que
con la segunda sólo puede esperarse que aumente.
Gracias
por el desastre
Los fatalistas piensan que no hay nada que hacer, que la Argentina es
inviable, salvo para una minoría privilegiada, o que está
irremediablemente sometida a fuerzas superiores y siniestras, como las
de las transnacionales y los mercados de capitales, con epicentro en
Estados Unidos. Los pesimistas, en cambio, creen que la salida existe,
pero que, de todos modos, nadie se empeñará honestamente
en encontrarla, por falta de patriotismo, de espíritu solidario,
de desprendimiento, de ética o de imaginación. También
hay algunos optimistas sueltos que creen que sólo falta ajustar
algunas tuercas tras haber consumado la reforma democrática (Alfonsín)
y la estructural (Menem), y que con la guía del Fondo Monetario
el país terminará insertándose en el Primer Mundo.
Curiosamente, los que acaban de ganar las elecciones no pertenecen a
ninguno de estos grupos, y tampoco a los mestizajes que surgen entre
éstos para dar lugar a especies como la de los escépticos
(del tipo qué querés que te diga o del no
la veo), la de los milagreros (Dios es argentino)
o la de los conspirativos (sinárquicos de derecha o de izquierda).
Los vencedores se distinguen por subjetivizar los problemas: como ahora
ellos están arriba, la macabra realidad que les dejan como legado
cambia bruscamente de aspecto. Todo lo que hasta ayer no funcionaba,
ahora se pondrá en marcha gracias al toque personal del nuevo
liderazgo.
Lo más probable, sin embargo, es que esa realidad se empeñe
en ser la misma. Para superarla será más práctico
hacer bien, una por una, muchas pequeñas cosas, que confiar en
las grandes soluciones y en las formulaciones generales. Es el caso
de la corrupción, que no se puede abolir por ley, sino con una
mezcla de método, castigo, práctica cotidiana y transformación
cultural. O el del desempleo, que no bajará si no se diversifica
la economía, si no se atrae capital y crédito hacia múltiples
oportunidades de inversión que la estrategia del gobierno debe
ayudar a generar, y si no se negocia con los conglomerados globales
las condiciones de su presencia y expansión dentro del país.
La Alianza empezará pronto a quejarse de la pesada herencia recibida:
la encrucijada económica, el pavoroso cuadro social, una justicia
en ruinas, la educación maltrecha, la inseguridad galopante.
Pero tendrá que admitir que, gracias a estas lacras, conquistó
el poder, porque es difícil que la oposición gane unas
elecciones si la gente está satisfecha con el oficialismo. Es
la misma razón que colocó a Carlos Menem en el poder en
1989, lo cual por lo menos el socio radical de la Alianza debe recordar
muy bien.
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