Por Luciano Monteagudo A diferencia de lo que podría
pensarse, la repercusión internacional del cine iraní no comenzó necesariamente por
Abbas Kiarostami, sino por uno de sus discípulos, Jafar Panahi. Cuatro años atrás,
Kiarostami ya era reconocido por la crítica y por el circuito de festivales
internacionales, donde venía deslumbrando con su Trilogía de Koke (de la
cual en Argentina se ha visto hasta ahora sólo su última entrega, Detrás de los
olivos). Pero el ingreso del cine de Irán en un mercado más amplio de público se
produjo a partir del escándalo de la precandidatura al Oscar al mejor film extranjero de
El globo blanco (1995), la ópera prima de Panahi, realizada con el apoyo incondicional de
Kiarostami, que firmó el guión y colaboró en la producción. Presentada oficialmente
para la preselección de la Academia de Hollywood, fue el mismo Ministerio de Cultura de
Irán el que luego decidió retirarla, al hacerse públicas ciertas maniobras
estadounidenses para desequilibrar al gobierno de su país. Los académicos actuaron con
reflejos de diplomáticos expertos: negaron la posibilidad de retirar de la preselección
un film que ya había sido postulado, pero no lo incluyeron entre los cinco candidatos
finales. Para entonces, toda la prensa norteamericana ya se había solidarizado
masivamente con este pequeño film iraní que narra la simple historia de una niña que
pierde el dinero con el que pensaba comprarse un pez de colores. Gracias a este imprevisto
romance que vive ahora Buenos Aires con el cine iraní, El globo blanco ganadora de
la Camera dOr en el Festival de Cannes a la mejor ópera prima y El espejo
ganadora del primer premio en el Festival de Locarno 1997 están por llegar
casi simultáneamente a la cartelera porteña. Filmada dos años después de la película
que ubicó a Panahi en el centro de una controversia a la que era ajeno, El espejo se
estrenará este mismo jueves y habrá que preparase para una nueva revelación del cine
proveniente de Teherán. Como en los films de su mentor Kiarostami, en El espejo también
está, más allá de la sencilla historia que sirve de estructura, la pregunta por la
esencia del cine, la necesidad de poner en cuestión la noción de realidad.De hecho,
Panahi (nacido en 1960) fue desde sus inicios, en la Escuela de Cine y Televisión de
Irán, un admirador incondicional del cine de Abbas. Su primer corto de graduación
titulado significativamente El amigo ya le rendía homenaje y cuando
Kiarostami se disponía a rodar Detrás de los olivos Panahi se armó de coraje y lo
llamó por teléfono. Sabía que estaba por empezar una película y le dejé un
mensaje en el contestador, contó luego Panahi a la revista Film International,
órgano oficial de difusión del cine iraní. Le conté que tenía algunos cortos
terminados, que era egresado de la Escuela de Cine y que admiraba su trabajo y quería ser
su asistente. Para su sorpresa, Kiarostami lo llamó y lo incluyó en su película
por partida doble. Detrás de las cámaras fue su propio asistente y delante lo convirtió
en el ayudante de Mohammad Ali Keshavarz, el actor que hace de director. Durante el rodaje
de Detrás de los olivos Panahi le presentó a Kiarostami la idea de El globo blanco y el
maestro escribió especialmente el guión del film para su discípulo. Los resultados no
pudieron haber sido mejores. Durante 1995, El globo blanco se llevó el galardón de
Cannes al mejor film de una realizador debutante y los premios mayores de los festivales
de Tokio, Valladolid y San Pablo. La controversia en Estados Unidos le valió la
distribución internacional de la película (que recaudó en territorio norteamericano
solamente un millón y medio de dólares) y la posibilidad de seguir filmando, a pesar de
que en su propio país El globo blanco fue recibida con indiferencia. Las películas
que se ocupan de la realidad de la vida cotidiana no son bien recibidas por el público
iraní.Los espectadores buscan otras cosas, especialmente en los años de posguerra,
reconoce el crítico iraní Ahmad Talebinejad. Con El espejo, sin embargo, Panahi subió
su apuesta. Rodado por completo en las calles de Teherán, casi a la manera de un
documental, el film sigue un momento en el día de una niña que, por un acontecimiento
fortuito, debe volver sola a su casa desde la escuela. Pero éste es apenas el comienzo de
un film que se plantea tal como sugiere su título como un juego de espejos,
en el que el cine se convierte en juez de sí mismo y da cuenta de sus limitaciones pero
también de sus infinitas posibilidades.
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