Por Hilda Cabrera Es un cuento de estos
tiempos, una historia sin ficción, advierte al público la actriz chilena Verónica
Oddó en el inicio de este homenaje a su hermano Guillermo Fernando (Willy), cofundador en
1965 del conjunto Quilapayún, músico y cantautor que vivió en el exilio y fue asesinado
en 1991, en circunstancias nunca aclaradas totalmente. El hecho ocurrió tiempo después
del regreso del músico a Chile, y de su nombramiento como director de Cultura en
Santiago. La actriz recupera aquí recortes periodísticos, actas, sumarios, y cartas y
grabaciones caseras que le envió su hermano durante el exilio. Vibra como una muchacha en
ese trasvase de anécdotas y voces del exilio, el propio en Venezuela y el de Willy en
Francia. Ordena los hechos con la urgencia de los que no se conforman e imprime a su
relato el sencillo pero elocuente ritmo de la décima popular chilena. Su trabajo guarda
cierta semejanza en su armado con otra creación suya, Guarda mis cartas, un montaje (en
este caso con una coreografía más compleja, puesto que incluía el baile) sobre la
cantante chilena Violeta Parra. Oddó concluyó Guarda... en Caracas, en noviembre del
91, coincidiendo esta fecha con la del asesinato de su hermano en Santiago. Aunque
hoy parezca imposible desenmarañar la madeja de contradicciones que rodearon el caso, la
actriz se pide a sí misma introspección para poder pensar. En escena, una silla vacía
simboliza a la vez la ausencia y la presencia de Willy Oddó, cuya voz y canto se escuchan
a través de grabaciones. La puesta toma por momentos la forma de una conferencia
ilustrada. Acompañan a la actriz relatora el sonidista Pablo Nugoli y el actor, autor y
director Juan Carlos Gené, quien sentado ante un escritorio leerá fragmentos de algún
parte judicial o un recorte periodístico, como aquel que intencionadamente alude al
retiro del músico del Partido Comunista. Una voz en off (la del actor chileno Franklin
Caicedo) enlaza ajustadamente el relato, informando sobre dichos y dudas referidos al ex
Quilapayún, apuñalado por un travesti adolescente. Según la versión oficial, el hecho
se produjo después que el cantante rechazara al joven al advertir que no era una mujer.
El caso se cerró sin investigar demasiado, a pesar de las contradicciones en que
incurrió el adolescente (convertido por otra parte en figura de la televisión). Se sabe
por testigos que nada se hizo en ayuda del músico. Caído a dos cuadras de un hospital,
Willy estaba aún vivo cuando lo encontraron. Tendido en la calle, se desangró durante
diez minutos rodeado por un grupo de impasibles carabineros. Se dice que los afectos
siembran fortaleza. Por eso no sorprende ver a una Oddó esperanzada y vital, relatando
asuntos tan fieros como los que aparecen en este homenaje, construido con retazos de
historia y quiebres de ideologías. El exilio sigue siendo aquí un asunto irresuelto,
como el regreso, sobre todo cuando el propio país es una fantasía magnificada nadamás
que por haber estado ausente. Como sucede siempre en los homenajes, el muerto posee la
singularidad de existir por partida doble, fuera y dentro de quienes lo
recuerdan. Así, durante casi dos horas de función, Oddó va construyendo su propia
épica de la resistencia, impidiendo a su manera que la violencia del pasado devore el
presente. Desglosa vivencias de todo tipo: penas y alegrías, fracasos y triunfos de su
hermano, como el de aquel primer disco sobre Vietnam lanzado por Quilapayún en 1966, o
las presentaciones en el Teatro Payró (1968) y en el Luna Park (1969). Memora el apoyo al
presidente Salvador Allende y las canciones de la campaña de la Unidad Popular. La
alegría es contagiosa, dice Oddó, dirigiéndose al público. Pero ya entonces
Chile estaba dividido, y la actriz se turba al recordar el asalto militar al Palacio
presidencial de La Moneda. El actor Juan Carlos Gené menciona entonces algunos de los
nombres de los que se encontraban allí el 11 de setiembre de 1973. Willy Oddó estaba de
gira, pero el desgarramiento de la Unidad Popular, el aplastamiento del gobierno de
Allende, la muerte de éste y la dictadura de Augusto Pinochet seguirían siendo materia
de su canto. La actriz reflexiona sobre todo eso, y muy especialmente sobre el crimen y la
destrucción moral que generan las dictaduras. Traza su itinerario en episodios, con
historias arrancadas a los casetes, las cartas y las fotos familiares. Eran los
juegos de esos tiempos de exilio, apunta. Después vendrían los reencuentros, el
viaje de su hermano a la Argentina democrática de 1983 y el regreso a Chile.
¡Cuántos chilenos exiliados pagaron por sobrepeso en esa vuelta!, dice Oddó
mientras configura a través de este montaje un presente capaz de trenzar lo que se creía
perdido.
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